Archivo de la etiqueta: Histórico

THE CROWN – TEMPORADA 6 Y FINAL

Netflix | 2023
Drama, histórico | 10 ep. de 48-72 min.
Productores ejecutivos: Peter Morgan, varios
Intérpretes: Imelda Staunton, Jonathan Pryce, Dominic West, Elizabeth Debicki, Olivia Williams, Lesley Manville, Claudia Harrison, Ed Mcvey, Luther Ford, MegBellamy, Salim Daw, Khalid Abdalla, Andrew Havill, Marcia Warren, Olivia Colman, Claire Foy, Viola Prettejorn.
Valoración:

The Crown siempre ha andado con un equilibrio si no precario sí arriesgado en cuanto a qué historias contar, cuánto se aleja de la reina y de la corona para hablar de temas sociales y políticos, o en qué detalles triviales se apoya para evitar distanciarse demasiado. Esto se fue sorteando muy bien porque el equipo de Peter Morgan lograba narrar cualquier historia con gran sensibilidad y detallismo desde el guion y elegancia cuando no belleza en el acabado. Incluso alcanzó un pico ya inesperado de madurez en la cuarta temporada, que resultó redonda, brillante. Y precisamente por ello resultó chocante el gran bajón de la quinta. Parecía que había perdido la chispa y aparecía el desgaste, así que había expectación por cómo saldría la última etapa.

Hay cierta remontada, pero no tanto como decir que ha vuelto al nivel esperado. Sigue patente la irregularidad, con una falta de trascendencia y garra y sensación de poco avance lastrando gran parte del año. Pero lo bueno se impone en un tramo final que deja tan buenas impresiones que The Crown se va con un buen recuerdo. O al menos eso me ha parecido a mí, porque la crítica ha sido bastante despiadada tras estar años siendo muy complaciente.

En el tramo inicial se dedica demasiado tiempo a la princesa Diana y luego a su hijo William. En líneas generales, salvo un par de episodios un tanto justitos, consigue ser bastante entretenida, pero deja la sensación de que se dan demasiadas vueltas en círculos sobre los mismos conflictos: el acoso del periodismo, Diana perdida en la vida, William y Harry de fiestas y ligoteos, Al Fayed padre forzando la relación del hijo con la princesa…

Tiene alguna buena idea que recuerda a los hábiles requiebros narrativos de las anteriores temporadas para exponer perspectivas originales sobre los eventos históricos, como la distinta forma de trabajar de los periodistas modernos y antiguos. También funciona la esperable y contundente crítica a los medios de comunicación, sobre todo a los que viven de exponer la vida privada de los famosos. Pero aun así no logra conquistar como antaño, y sobre todo da la impresión de que el fatídico final de la vida de Diana llega sin causar tanto impacto como podría.

Cuando la reina, muy olvidada en la primera mitad del año, vuelve al juego, tampoco deja huella inicialmente, aunque por suerte la remontada en el tramo final es espectacular. No hay historias que aporten frescura, volvemos más tiempo de la cuenta a la premisa de si la corona está obsoleta y la reina fuera de lugar. Teniendo en cuenta que esto se tratará con mucho detenimiento en la parte final, Morgan debería haber buscado otros temas para el ecuador de la temporada. De hecho, da la impresión de que la llegada de Tony Blair (Bertie Carvel) traería algo más de movimiento, pero su presencia es breve, se resume mucho su mandato comparado con los de otros líderes previos.

Por suerte, con este polémico primer ministro Morgan mantiene la equidistancia mezclada con pequeñas puyas humorísticas para todos los gustos que ha caracterizado a la serie. Algunas críticas que dicen que es demasiado complaciente con la corona o con tal o cual político nunca han tenido sentido, más allá de que se pueda señalar que faltan cosas interesantes por contar. El autor muestra bastante bien, a pesar del poco tiempo que ocupa en pantalla, la forma en que el mandatario llegó despertando pasiones y se fue tildado de mentiroso y de criminal de guerra. Pero seguro que había más conflictos políticos y sociales con los que amenizarnos, y me temo que cada dos por tres volvemos a Diana (incluso tras fallecer, con nuevas investigaciones), William y la obsolescencia de la familia real.

El acto final se centra en algún deceso (la reina madre, Margaret) y la premonición de que la reina morirá algún día y hay que estar preparados, y obviamente ello da para hablar largo y tendido de los relevos. William se acerca a Kate Middleton, Charles consigue casarse con su amada Camilla, Harry debe dejar atrás la imagen de adolescente rebelde, Elizabeth repasa sus sacrificios y éxitos…

Aquí vuelven a combinarse en armonía las historias personales con los líos de la corona, y ganan fuerza el ingenio y el buen pulso de Peter Morgan: los flashbacks tan bien hilados a cuando Elizabeth y Margaret eran adolescentes, la dedicación a los últimos momentos de la vida de Margaret, con una sensibilidad y naturalidad dignas de aplaudir (y prepara pañuelos), el buen partido que saca puntualmente de la difícil posición de Charles y Williams como herederos, las lecciones que da Philip tan cómodo en el papel de eterno segundón, el análisis del inmovilismo contra la necesidad de las tradiciones, el detallismo de algunas historias secundarias (como el repaso a los distintos trabajos peculiares del palacio)…

Pensaba que iba a haber un salto temporal para mostrar el fallecimiento de la pareja real (Philip en 2021, Elizabeth en 2022), pero creo que ha sido mejor lo que ha hecho Morgan: quedarse en el cambio de milenio, por donde iba, y dejar la puerta abierta, en plan la historia sigue. El punto y aparte que da a cada personaje y a la situación de la corona es muy inteligente y sirve muy bien como final de serie.

En el acabado se mantiene la puesta en escena tan sobria y elegante, pero mi impresión es que en los cuatro primeros años pusieron algo más de esfuerzo en conseguir una impronta deslumbrante, y ahora van un poco a lo básico, eso sí, dentro de un nivel de primera calidad. Además, con el dinero y la experiencia previa cabría pensar que ya sabrían resolver mejor las escenas de multitudes, donde los efectos especiales cantan bastante todavía.

En el reparto, veo a Dominic West más cómodo en el papel, más Charles y menos él mismo, pero todavía me parece quedar por debajo del resto. Jonathan Pryce como Philip e Imelda Staunton como Elizabeth muestran de vez en cuando su descomunal talento, pero la contención de sus historias los limita bastante. Los jóvenes Ed McVey (William), Luther Ford (Harry) y Meg Bellamy (Kate Middleton) cumplen aunque sin dejar huella. El plantel de secundarios como siempre es excelente, destacando la gran despedida de Lesley Manville como Margaret. Cabe mencionar también las apariciones de las distintas encarnaciones de la reina, Claire Foy y Olivia Colman y añadiendo la versión adolecente encarnada por Viola Prettejohn, con tal parecido a Foy que pensaba que estaba hecha con efectos por ordenador. Estas presencias la vi llegar como un homenaje muy facilón, pero Morgan nos adentra con ellas en los pensamientos de la actual Elizabeth y resume la tribulaciones principales de su mandato con bastante sensibilidad, habiendo momentos muy emotivos.

Ver también:
Temporada 1 (2016)
Temporada 2 (2017)
Temporada 3 (2019)
Temporada 4 (2020)
Temporada 5 (2022)
-> Temporada 6 (2023)

THE CROWN – TEMPORADA 5

Netflix | 2022
Drama, histórico | 10 ep. de 49-58 min.
Productores ejecutivos: Peter Morgan, varios.
Intérpretes: Imelda Staunton, Jonathan Pryce, Dominic West, Elizabeth Debicki, Olivia Williams, Lesley Manville, Claudia Harrison, Jonny Lee Miller, Salim Daw, Khalid Abdalla, Andrew Havill.
Valoración:

El estreno de la quinta temporada de The Crown llegó justo tras el fallecimiento de la reina Elizabeth II, con lo que más que nunca la serie ha estado en el foco del público y los medios… Pero por desgracia lo ha hecho con su temporada menos buena.

Tenemos otro cambio de actores para encarar las dos últimas etapas. Olivia Colman y Tobias Menzies como la reina Elizabeth y Philip, duque de Edimburgo, son sustituidos por Imelda Staunton y Jonathan Pryce. Ella es muy conocida por incontables películas, desde Mucho ruido y pocas nueces (1993) y Sentido y sensibilidad (1995) a Harry Potter y la Orden del Fénix (2007). Él, eterno secundario (Ronin, -1998-, Piratas del Caribe -2003-) que no ha logrado el merecido reconocimiento hasta hace pocos años con papelones como los de Juego de tronos (2011) y Taboo (2017). El príncipe Charles y la princesa Diana, otrora con los rostros de Josh O’Connor y Emma Corrin, ahora son encarnados por Dominic West y Elizabeth Debicki. El primero deslumbró en The Wire (2002), y desde entonces no le ha ido mal en televisión (The Affair, 2014) y cine (Centurión -2010-, Tomb Raider -2018-). La segunda empezó a dejarse ver por El gran Gatsby (2013), y a darse a conocer en Guardianes de la Galaxia, Vol. 2 (2017), El infiltrado (2016) y sobre todo Tenet (2020). En los roles secundarios encontramos a Lesley Manville como Margaret, Claudia Harrison como Anne, y Olivia Williams irreconocible como Camilla Parker Jones. En las nuevas incorporaciones destacan Jonny Lee Miller como el primer ministro John Major, y Salim Daw y Khalid Abdalla como los Al Fayed.

Entramos en los años noventa, con la familia real arrastrando escándalos matrimoniales y críticas por su obsolescencia y distanciamiento de la realidad. El tramo inicial mantiene la habitual elegancia, el cuidado al detalle, la delicada aproximación a los sentimientos de cada protagonista, y queda por ver si mantendrá el listón dejado tan alto en la cuarta temporada en cuanto al equilibrio entre las distintas historias después de varios años donde no atinaban del todo. Sin embargo, en el acabado empieza a verse cierto acomodamiento. La puesta en escena, sobre todo las difíciles conversaciones de tú a tú, siempre trabajada hasta resultar embelesadora en lo visual y mantener un ritmo contenido capaz de atrapar, se nota algo más descuidada, resuelta con facilones planos y contra planos con cuellos de por medio.

Los guionistas hacen un buen retrato de los conflictos familiares, sin tirar por lo fácil de poner villanos y víctimas como hacen los medios y el populacho con demasiada facilidad. Cada personaje tiene sus virtudes y defectos, los choques con otros y sus propios errores los llevan a tomar decisiones que luego lamentarán. Y como bien se señala, el sistema, tanto los cánones sociales de la época como en este caso la estricta etiqueta e imagen de la monarquía, ponen más trabas. La parte de Diana intentando encontrar una salida, alguien que lo entienda, y dar su versión, siempre está envuelta en un halo trágico muy emotivo. Por su lado, Charles intenta ganarse el perdón del público, que lo ve como culpable de la caída en desgracia de la princesa de Gales, y sentirse útil, mostrar que es un relevo válido de una monarca anticuada. Las reuniones con su equipo personal y con Camilla contrastan con los conflictivos encuentros familiares y el cada vez más malogrado matrimonio. Entre medio, la reina con su visión conservadora es incapaz de entender y arreglar nada, aunque algunos momentos con su hermana y con Philip traen breves conatos de lucidez.

Pero me temo que en lo argumental también empieza pronto a mostrar desgaste. Peter Morgan y su equipo se atascan en la premisa de matrimonios fallidos y una corona anticuada, y las pocas veces que tienen a bien saltar hacia otras aventuras no convencen del todo. Prácticamente todos los episodios están dando vueltas sobre la misma idea, avanzando con cuentagotas, recurriendo demasiado a paralelismos obvios (el barco que jubilan), o todo lo contrario, desaprovechando otros hechos históricos que tenían gran potencial, como la devolución de Hong Kong, que ponía fácil la conexión con dejar atrás las antiguas políticas y abrazar los nuevos tiempos.

Esto último pone de manifiesto que el año anterior fue un momento de inspiración puntual a la hora de unir los conflictos socio-políticos a las vidas de la familia real. El ministro John Major es un secundario anodino, nada se cuenta con él que resulte interesante, y no digamos ya trascendente, parece que nada ocurrió en el país en los noventa más allá de Diana. Por extensión, los episodios que han ido contando cosas tangenciales también son endebles. El de los periodistas es entretenido, pero no deja huella, mientras que el tiempo dedicado a los Al Fayed es excesivo para lo poco que aportan, y el esfuerzo por dotarlo de simbolismo y reforzar la unión con la corona (el tema del mayordomo) resulta demasiado artificial, con lo que acaba pareciendo tiempo perdido en algo que no pinta nada aquí. Lo más destacable es la visita de Boris Yeltsin, que resume bien el contexto, los cambios históricos y la relación entre ambos países.

Hay otro problema grave, este aún más inesperado e inexplicable. Una cosa es que tomen más presencia Charles y Diana, otra que a costa de ellos los escritores se dejen en el tintero cosas cruciales íntimamente relacionadas con la trama principal. No sé qué los llevó a dejar de lado personajes antes esenciales como Margaret y Anne, cuando sus líos con sus matrimonios deberían estar en primer plano también. Si es que hasta la reina queda relegada a aparecer en cada capítulo como una inconsciente fuera de su tiempo. El resto de la familia directamente no tiene presencia alguna, parecen extras. La única excepción es Philip: quien siempre quedaba algo relegado, inesperadamente ha ganado más relevancia, su personalidad ofrece nuevos matices muy interesantes.

Pero además, me temo que el cambio de actores con Charles y Diana no ha sido un acierto. Debicki está muy bien como la princesa despreciada y rota, pero no logra el torrente de sentimientos arrollador de Corrin. Y West tendrá un carisma enorme, pero apenas se esfuerza por meterse en la piel de Charles, apenas unos gestos con las manos, el resto del tiempo es él mismo, como viene siendo habitual en todos sus papeles, así que queda aún más lejos que su antecesor, O’Connor.

Como consecuencia de la falta de contenido y trascendencia, se diluye también el certero análisis sociopolítico de la historia reciente de Reino Unido y la crítica inteligente y comedida que venían haciendo. De repetir y subrayar tanto todo queda una crítica tosca, sin garra, y peor aún, parece que los autores no lo han visto, porque encaramos el final de temporada con dos capítulos donde tanta repetición de historias termina resultando agotadora, y por si no fuera suficiente, tenemos un discurso a modo de resumen y recapitulación, en boca del ministro Major, rematadamente obvio.

En cuanto al acabado, puede que le pongan más ganas tras los poco trabajados primeros episodios, pero la escasa variedad de escenarios le quita algo del glamour y sentido del espectáculo que venía mostrando. Al final queda una obra sólida, vistosa, pero no deslumbrante como antaño.

Siempre ha sido una serie bastante irregular, pero sorprende para mal que tras su año más redondo tenga un bajón tan notorio. Las partes buenas son muy entretenidas, algunas muy emocionantes, pero hay tramos que no despiertan mucho interés, y para el final decae demasiado. Pero lo peor es la sensación global de que han contado poquísimo, de que hemos estados atascados en un bucle toda la temporada.

Ver también:
Temporada 1 (2016)
Temporada 2 (2017)
Temporada 3 (2019)
Temporada 4 (2020)
-> Temporada 5 (2022)

DAHMER – MINISERIE

Dahmer – Monster: The Jeffrey Dahmer Story
Netflix | 2022
Suspense, drama, histórico, biografía | 10 ep. de 45-63 min.
Productores ejecutivos: Ian Brennan, Ryan Murphy.
Intérpretes: Evan Peters, Richard Jenkins, Niecy Nash, Molly Ringwald, Michael Bleach, Colby French, Rodney Burford, Michael Learned, Khetphet Phagnasay, Brayden Maniago, Penelope Ann Miller, Dyllon Burnside, Shaun J. Brown.
Valoración:

La negra historia de Estados Unidos con los asesinos en serie es asombrosa e inexplicable. Ningún país se le acerca en número y barbaridades que estos cometieron. Tantos, que todavía me asombra descubrir a algunos de los que nunca había oído hablar, como este Jeffrey Dahmer y otros que aparecían en Mindhunter (Joe Penhall, David Fincher, 2017).

Aunque ya hay varios documentales y películas sobre la vida del asesino en serie caníbal Jeffrey Dahmer, Ryan Murphy (Nip/Tuk -2003-, American Horror Story -2011-) y su colaborador habitual Ian Breannan (Glee -2009-, Ratched -2020-) han desarrollado una nueva adaptación que narra como aterrorizó a jóvenes homosexuales negros y latinos de durante los años ochenta en Milwaukee, en el estado de Wisconsin, llegando a asesinar a diecisiete, comerse partes de algunos de ellos e incluso realizar algunas trepanaciones caseras para intentar convertirlos en dóciles amantes.

Esta miniserie sorprendentemente ha causado gran sensación, se ha convertido en otra de esas donde el boca a boca genera un fenómeno que se sale de toda escala, uno en el que tienes que entrar para no sentirte excluido. Lo cierto es que cuesta entenderlo dado su tono adulto, sórdido y con lecturas intelectuales varias, pero se ha colocado como la tercera serie más vista de Netflix tras El juego del calamar (Hwang Dong-hyuk, 2021) y Stranger Things (Matt Duffer, Ross Duffer, 2016), en una de las más comentadas en todo el globo, y con influencia social importante: el de Dahmer ha sido un difraz popular este Halloween, y no han faltado las hordas de ofendiditos atacándola con sus paridas, erigiéndose árbitros de la moral.

Los ataques e intentos de censura que ha sufrido han sido tan gratuitos y pasados de rosca como de costumbre, destacando la ridícula postura de eBay impidiendo la venta de dichos disfraces. Pero también más que nunca han dejado ver la estrechez de miras de quienes enarbolan la bandera de la censura, porque es evidente que no han visto la serie o de haberlo hecho no han entendido nada. Encontrarse a colectivos LGTBI clamando porque es un atentado contra su dignidad, cuando precisamente expone con gran sensibilidad que fueron víctimas de la sociedad, que los dejaba de lado, expuestos a gente como Dahmer, es un buen ejemplo. Otro lo tenemos en los que han puesto en grito en el cielo diciendo que es una glorificación de los asesinos en serie. Primero, y qué si lo es. Es ficción, un entretenimiento, no un discurso alentando a comerse gente. Pero se nota que es un cáncer de estos tiempos, porque las distintas versiones de Hannibal Lecter no solo no recibieron estos delirantes ataques sino que fueron aplaudidas por su calidad. Dahmer precisamente se adelanta a estos lloriqueos, pues expone y ridiculiza muy bien esa sinrazón: en una de sus muchas lecturas aborda cómo el populacho clamaba contra los cómics, el rol y el heavy metal señalándolos como culpables de los males del mundo. Ahora estos imbéciles estrechos de miras van a por internet y los videojuegos, y últimamente contra algo que ya se creía superado, el cine y las series.

Su primer episodio me decepcionó un poco, dadas las buenas críticas que arrastraba. El enfoque parece limitarse a una imitación de Hannibal (Bryan Fuller, 2013): las sórdidas aventuras de un asesino en serie mostradas con una narrativa que logra sacar belleza de la maldad. Pero le falta su ritmo absorbente, y aunque en lo visual es llamativa no llega al nivel deslumbrante de aquella. Sin embargo, no tarda en crecer, tras un par de capítulos más queda claro que la ambición de sus autores es mayor, recordando a la magnífica Mindhunter y su análisis sobre la génesis de los asesinos en serie. Pero posteriormente vuelve a tropezar, pues se pasan de largo con el intento de abarcar demasiado, habiendo partes de la vida del protagonista y puntos de vista sobre las repercusiones que no se sienten tan emocionantes y trascendentales. Lo más notable es que algunas idas y venidas al pasado se hacen repetitivas y la aproximación la religión en los últimos episodios resulta un extensión innecesaria, al menos con la poca garra con que lo narran en comparación con otros aspectos en los que aciertan de lleno, como el racismo, la homofobia y los problemas familiares.

Con una narrativa fragmentada en el tiempo y abarcando distintos ángulos y puntos de vista, la reconstrucción de la vida de Dahmer es metódica a la hora de intentar explicar como se forjó su personalidad, tanto que termina adentrándose en un análisis social de gran calado, verosimilitud y sentido crítico. Los guionistas elaboran un certero análisis psicológico, social y político sobre el fracaso de las sociedades humanas: el estado, los sistemas educativo y sanitario (la salud mental en este caso), las autoridades, los padres… todo puede fallarle al individuo alguna vez… a algunos les pone zancadillas a lo largo de toda su vida… y en casos concretos es tal el cúmulo de errores que permite que aparezcan seres descarriados tan perturbados como Jeffrey Dahmer.

Los autores reparten culpas a todo el mundo, por lo general con el necesario distanciamiento y objetividad para que resulte neutral y tú seas quien deduzca las cosas, pero a veces, ante la imposibilidad de mantener la compostura ante las barbaridades que enfrentan, optan por un acertado humor negro, como los ataques a los cómics o algunas situaciones con el padre.

En el centro del relato tenemos a los padres distantes e incapaces de ver los problemas entre ellos y cómo afectan al desarrollo de su hijo; a los ciudadanos y vecinos que pasaban de largo ante las sospechas de abusos sexuales y violencia que intuían con él, o que no hacían lo suficiente, como la vecina que es puesta como heroína por llamar repetidas veces a la policía pero a la hora de la verdad se escondía bajo sus sábanas en vez de buscar otra solución; y el racismo, la homofobia y la xenofobia imperantes, enquistadas en la policía, ya de por sí incompetente, y la justicia, ya de por sí clasista. Dahmer se libra de varias denuncias y juicios gracias a esta cadena de desidia, y encontraba víctimas desamparadas porque por su condición u origen acababan viviendo en los márgenes de la sociedad. Pero otros aspectos relacionados tangencialmente también hacen acto de presencia: la religión como escapatoria de la realidad y a la vez fuerza de unión, los conflictos de adolescentes en el instituto, etc.

Algunas víctimas tienen bastante más protagonismo que otras, pero no creo que se pueda decir que acusa desequilibrio o favoritismo de ningún tipo. El entrañable tramo centrado en el sordomudo y el más triste sobre la familia asiática de primeras hacía pensar en sensacionalismo por este lado y dejadez por el de los asesinados y descuartizados que vemos de refilón. Pero al final queda claro que no había ni espacio ni necesidad de mostrarlo todo, que es lógico centrarse en los eventos que más influyeron en Dahmer en las distintas etapas de su vida y los que más sentido tienen a la hora de mostrar cada entorno y situación, y repetirlo con todas las víctimas evidentemente sería contraproducente.

El acabado es notable en las labores de dirección, fotografía y la ambientación de la época, pero destaca sobre todo la parte interpretativa. Richard Jenkins como el padre y Evan Peters como Dahmer ofrecen unas actuaciones memorables, enternecedoras y patéticas a partes iguales, muy ricas en matices a pesar de la obligada contención. También cabe señalar que no se escatima en lo gore para mostrar el alcance de las «obras» de Dahmer con toda su crudeza, pero los momentos más tensos e incómodos son los clímax sin sangre, sino con protagonistas sufriendo momentos de gran estrés, como cuando Dahmer entra en el piso de la vecina ofreciéndole un sándwich de dudosa procedencia.

Por sus acuciados bajones de ritmo y salidas por la tangente queda un tanto irregular en cuanto a ritmo e intensidad, pero en el lado de documental, drama social y sobre todo de crítica, Dahmer ha resultado apasionante, sobre todo después del bache que supuso Ratched, otra de estos autores del mismo género. Consigue que la existencia de Dahmer no se quede en una anécdota atroz que fue enterrada en el olvido y ha sido rescatada por ansia de espectáculo gratuito, o incluso para redimir y ensalzar al asesino, como defendían algunos en su delirio, sino que nos hace entender y aceptar dolorosamente cómo un crío cualquiera llegó a convertirse en un asesino caníbal por una confluencia de negligencias comunes en cualquier sociedad y familia, y nos lleva a pensar en cómo se puede evitar, en qué podemos mejorar.

Netflix llevaba ya unos años pegando fuerte con la producción de numerosos documentales sobre crímenes y justicia que estaban teniendo buena acogida e incluso causando bastante repercusión, hasta el punto de empujar a reabrir varios casos. El último emitido es precisamente uno sobre Dahmer, que salió poco después de la serie. Y el éxito de esta ha sido el colofón a esta moda. Así que no puedo dejar de preguntarme si este punto álgido del género no permitiría que resucitaran Mindhunter. Aquella llegó antes pero me temo que pasó sin causar mucho revuelo a pesar de ser muy superior. Y como curiosidad, se puede señalar una relación directa: los agentes del FBI en que se basa entrevistarían a Dahmer en los noventa durante su estancia en la cárcel, algo que aquí no llega a verse, pues declaró primero ante los detectives que lo apresaron y no había motivo para reincidir en ello.

PD: El título oficial y su traducción es muy feo y lioso: Dahmer – Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer, así que como era de esperar se conoce popularmente como Dahmer a secas.

PD: Netflix no ha tardado en exprimir el éxito de la miniserie extendiéndosa a serie antológica que narre la historia de otros asesinos en serie.

LA CIUDAD ES NUESTRA – MINISERIE

We Own This City
HBO | 2022
Drama, suspense, histórico | 6 ep. de 58-64 min.
Productores ejecutivos: David Simon, George Pelecanos, Reinaldo Marcus Green, Ed Burns, Nina K. Noble.
Intérpretes: Jon Bernthal, Wunmi Mosaku, Josh Charles, Jamie Hector, Don Harvey, David Corenswet, Dagmara Dominczyk, Delaney Williams, Tray Chaney, Darrell Britt-Gibson, McKinley Belcher III, Larry Mitchell.
Valoración:

David Simon (derecha en la foto) no debería necesitar presentación, pero os remito a la que hice en la introducción a The Wire, porque conocer sus intereses y obra permite acercarse a esta nueva miniserie con una perspectiva más completa. Los conflictos políticos y sociales de Estados Unidos, concentrados en la ciudad de Baltimore, han estado siempre presentes en su trabajo como periodista y luego como guionista de series. Su obra magna, The Wire (2002), llevó el análisis social a nuevos estándares, y también rompió moldes en cuanto a narrativa y calidad como serie de televisión. Su retorno a la ciudad, aunque fuera en una miniserie, ha levantado bastante interés. Eso sí, como es habitual en el autor y la cadena, la HBO, entre los espectadores más bien exigentes, pues no es material para el gran público.

Si The Wire estaba muy inspirada en la experiencia de Simon y colaboradores (destacando George Pelecanos -izquierda en la foto-), mezclando y reimaginando mil historias reales, La ciudad es nuestra entra directamente en la plasmación de hechos históricos recientes, siguiendo la labor de otro periodista, Justin Fenton, que publicó un libro con sus investigaciones sobre la ineficacia de las políticas sobre el cuerpo de policía y la corrupción del mismo. Todos los problemas latentes estallaron tras un caso muy sonado, el asesinato del afroamericano Freddie Gray a manos de varios policías violentos y corruptos, que llevó a revueltas sociales y tímidos cambios en la política.

Como heredera espiritual y como retrato de la ciudad quince años después, no pocos nos hemos lanzado al visionado esperando guiños a The Wire, deseando incluso un cameo de McNulty o algún otro personaje tan querido. Pero Simon prefiere separar ambas producciones por completo. De hecho, lo hace también en la forma, pues encontramos un notable cambio estilístico respecto a trabajos anteriores. Donde antes primaba la sobriedad narrativa, con tramas complejas pero contadas de manera lineal y asentadas con paciencia a través de un mosaico de personajes fascinante, La ciudad es nuestra ofrece un vertiginoso relato en varias líneas temporales, cruzando eventos y personajes mediante declaraciones, recuerdos, cambios de punto de vista…

En esta fórmula se hace esencial el director Reinaldo Marcus Green. No tiene una carrera muy larga o llamativa, pero ha empezado a ser bastante solicitado tras el reciente éxito de El método Williams (2021), la de Will Smith sobre la historia de las tenistas. Encara los seis episodios con un pulso envidiable, una cámara en mano que no olvida cuidar el encuadre y un montaje frenético, y logra mantener el aparente caos del guion en orden, de manera que todo fluye de manera coherente y atractiva.

Seguimos la investigación paralela de varios agentes del FBI que investigan la corrupción y de unos abogados que trabajan como agentes sociales para conectar a los políticos con los problemas reales e hilar cursos de acción que traigan cambios. Ambos equipos ponen el foco en una serie de agentes e incluso oficiales de policía que acumulan infinidad de quejas y denuncias de ciudadanos y traen de cabeza a un cuerpo ya de por sí desbordado tras «el incidente Gray«, desde el cual la mirada de público y medios sobre la ineficacia de la labor de la ley ha llevado a que los agentes (especialmente los no corruptos) no quieran meterse en líos y bajen su ritmo de trabajo o directamente no hagan detenciones.

Como es habitual en Simon, el repertorio de protagonistas es enorme, abarca numerosos grupos de muestra y ejemplos únicos de cómo se desarrollaron los hechos, así que presentaré sólo los más relevantes de cada sección. Y como es común también, se rodea de muchos de los actores con los que ha colaborado previamente, así que es un pilla caras constante con el que nos deleitamos sus seguidores.

La historia gira principalmente alrededor del policía más bruto y corrupto, el legendario Wayne Jenkins, que encabeza el número de detenciones de presuntos criminales e incautaciones de armas y drogas, pero también de dudas sobre la moral y la legalidad de su trabajo. Los guionistas construyen y analizan muy bien la figura del matón, recorriendo puntos clave de su vida que lo llevan a convertirse en una perversión del prototipo del héroe. Pero siendo Simon metódico en el dibujo de sus personajes y la conexión de estos con los actores, es incomprensible que dieran el papel protagonista a un actor tan incompetente y cargante como Jon Bernthal. Desde que empezó a darse a conocer en The Walking Dead (2010) no sé cómo ha conseguido papeles bastante relevantes, como el también protagonista de The Punisher (2017). Como en esta última, su aspecto de bruto demente, de boxeador retirado, pega en el papel y limita un poco el lastre que supone su penosa interpretación: siempre sobreactuando sin mesura, con los mismos gestos y tics… Una serie de este calibre no puede apuntar tan bajo.

Por suerte, el resto del reparto está impecable. Wumni Mosaku representa muy bien la visión idealista de la abogada Nicole Steele y su gradual desapego según va conociendo la inmundicia que asola Baltimore. McKinley Belcher III y Darrell Britt-Gibson son Gondo y Jemell Ryan, los primeros agentes en volverse contra su compañero y declarar al FBI, mientras otros como Daniel Hersl (Josh Charles en un registro muy distinto a lo habitual) se mantienen fieles a su modo de vida por encima de la ley. La investigación está principalmente en manos de David McDougall (David Corenswet), Jon Sieracki (Don Harvey) y Erika Jensen (Dagmara Dominczyk), que ejemplifican lo contrario a la policía de Baltimore: metódicos en su trabajo, incorruptibles en lo moral. Me encanta el contraste entre ambos estilos: los policías como una camada de lobos, yendo de putas y metiéndose en mil líos, los del FBI de serios acaban siendo hasta fríos y distantes entre ellos. En la ciudad, sólo el detective Sean Suiter (Jamie Hector) trata de escapar de la miseria del cuerpo donde se formó, pero las secuelas psicológicas lo acompañan siempre. En los altos rangos, el comisario Kevin Davis (Delaney Williams) lidia con todo como puede.

Simon es uno de los mejores escritores de personajes, si no el mejor, pero el cambio de fórmula narrativa rebaja el peso del personaje como impulsor de los eventos, damos un paso atrás y lo vemos todo desde fuera, somos testigos de las declaraciones y relatos de los implicados. Eso permite acelerar la narración, concentrarse en los hechos y la perspectiva global, pero a cambio se pierde un poco el factor conexión emocional.

Otro problema es que el talento probado de sus autores no esconde algunas dificultades que, la verdad, son muy habituales en este tipo de relatos y deberían haberlos previsto. Al abordar hechos reales, la cantidad de información suele ser inmensa, y hay que tener mucha maña para condensar sin pasarse resumiendo y a la vez para no irse por las ramas con cosas innecesarias o que puedan generar confusión. Y Simon es precisamente muy dado a tejer mundos de gran tamaño y detallismo, algo que intenta aquí de nuevo. Pero hay poco espacio, y termina saturando.

Hay demasiados cruces temporales que te obligan a estar siempre atento a las fechas y aspecto de los personajes para no despistarte. Hay incontables personajes cruciales que apenas tienen recorrido o que aparecen muy tarde sin presentaciones adecuadas. Es decir, es un relato abrumador, confuso por momentos, y a veces también da la sensación de que pierde poco el objetivo y por tanto merma el interés. Termina habiendo un exceso de policías corruptos y agentes implicados en la investigación que no parecen esenciales para entender la situación, y numerosas declaraciones que aportan más capas que tampoco traen novedades. Los casos más sangrantes son los de los jóvenes agentes del FBI que inician el caso, muy dejados de lado en adelante, y los últimos policías corruptos que empiezan a declarar cerca del final, cuando ya no aportan nada nuevo salvo más nombres e historias con las que agobiarte. No puedo evitar pensar que si no querían resumir podrían haberse planteado contar las cosas con más calma de y detenimiento, en dos o tres temporadas.

De esta forma, La ciudad es nuestra se queda un poco corta como drama, no deja protagonistas para el recuerdo como The Wire, Treme (2010), The Deuce (2017) y The Corner (2000). Sin embargo, no pierde ni una pizca del otro punto fuerte de Simon, el tono periodístico y la crítica social siguen siendo muy certeros, y con el ritmo demencial y un tono más funesto que de costumbre, resulta su obra más contundente y oscura. Aquí no hay margen para soñar con un mundo mejor, el país y la ciudad de Baltimore han demostrado que van cuesta abajo sin frenos. El racismo y la pobrezas enquistados en la sociedad, la llegada del infame Trump al poder, el relevo en el ayuntamiento que trae más de lo mismo, incompetencia y corrupción, son mostrados por Simon con un pesimismo desolador. Hay momentos alucinantes que cuesta creer que sean verdad: los abogados y jueces no pueden encontrar jurados para casos donde declaran policías porque casi la totalidad de la población ha sufrido detenciones arbitrarias y otros abusos por parte de la ley, y por tanto no se consideran son jurados imparciales.

THE CROWN – TEMPORADA 4

Netflix | 2020
Drama, histórico | 10 ep. de 50-60 min.
Productores ejecutivos: Peter Morgan, Stephen Daldry, varios.
Intérpretes: Olivia Colman, Josh O’Connor, Emma Corrin, Tobias Menzies, Helena Bonham Carter, Gillian Anderson, Erin Doherty Marion Bailey, Emerald Fennell, Charles Edwards, Charles Dance, Richard Goulding, Angus Imrie, Stephen Boxer, Rebecca Humphries.
Valoración:

La cuarta temporada de The Crown muestra por fin la maduración que se esperaba en la serie, ha sido la más redonda y equilibrada a la hora de unir distintas historias, la más decidida en el drama y valiente en contenido, y eso que venía de la que menos lograda resultó.

Ya no veo el problema que arrastraba desde el principio su principal guionista, Peter Morgan: lo narrado en cada episodio rara vez dejaba huella en el siguiente, y en concreto había saltos muy bruscos entre el día a día de la familia real y la política. Al cambiar el foco de forma abrupta dejaba la sensación de que se generaban grandes huecos, que no se explicaba como acababa una crisis o el destino de un primer ministro antes de saltar a otra aventura independiente de la corona y generalmente de menor relevancia histórica.

Llevaba estos tres años entusiasmado por la serie pero un poco apenado por esa inestabilidad narrativa que le impide alcanzar un potencial mayor. Me preguntaba si tenía sentido echar vistazos fuera del palacio para que al final no desarrollaran esas historias a fondo. La gran calidad de los episodios en sí mismos, indistintamente de donde pusieran el objetivo, disimulaba bastante esta carencia, pero es innegable que ha pesado más de la cuenta.

En esta etapa, que abarca los años ochenta, la cohesión entre historias y perspectivas es impecable. Lo que ocurre en un capítulo influye y se siente en el siguiente. Los problemas del gobierno y la crisis económica de cada momento se desarrollan de forma que se entiende todo muy bien, no sólo porque no se deja nada a medias, sino porque se le dedica más tiempo y a la vez se forja una unión más natural con la corona. Ninguna sección se impone a la otra, cuando una debe pasar a primer plano lo hace pero sin provocar la sensación de que hemos dejado atrás otras cosas.

La primera ministra actual, Margaret Thatcher, tiene más presencia en lo personal, conocemos bastante de su vida y familia, nos exponen sus motivaciones e ideales, entendiendo así como se embarcó en una carrera política tan polémica. Los roces con la reina no se limitan a escenas sueltas, sino que se construye paulatinamente una relación cuasi simbiótica: el destino del país depende en gran medida de la fortaleza y del entendimiento entre ambas.

Los conflictos entre miembros de la familia real se materializan con mayor dedicación, la evolución de cada rol está más trabajada a largo plazo. Por ejemplo, anteriormente Margaret entraba y salía del relato caóticamente, de manera que incluso podías perder el hilo sobre su vida, pero ahora está siempre presente. Aunque sea con un diálogo o un gesto en historias donde es casi una extra, se va detallando su caída hacia el abismo: la soledad, las fiestas y las drogas van marcando su personalidad hasta que la enfermedad física y psicológica (depresión) hacen acto de presencia.

Pero este es el año de Anne, Charles y sobre todo Diana. Estos dos últimos copan tanto protagonismo que casi dejan a la reina Elizabeth como secundaria. Sin embargo, como cabeza de familia tiene todavía mucho que decir, marcando el ritmo en la vida de todos, y en política ha crecido bastante, siendo capaz de plantar cara a Thatcher. La tormenta de Diana Spencer arrastra a la familia real hacia nuevos escándalos que intentan tapar como bien pueden. Todavía no explotan, eso en la próxima temporada, cuando traten los años 90, pero la tensión y degradación se siente en cada momento.

La tragedia que rodea a Diana es de altos vuelos. El clásico cuento de la princesa rota, pero hecho realidad con toda su crueldad. La joven y sus ilusiones chocan con un mundo de apariencias, de frialdad y sentimientos escondidos, de secretos que se tapan con más secretos. Morgan no se anda con rodeos y muestra el viaje al infierno de Diana con todo detalle. Del éxtasis de vivir un sueño a la depresión y la bulimia.

Pero la familia real también sufre las consecuencias de sus propios actos. Charles es infeliz y mantiene a su amante, Camilla. El matrimonio de Anne se resquebraja también. Pero la corona, su apariencia de infalible, está por encima de los deseos personales, las relaciones se supeditan a ella. Y actos atroces como la ocultación de las primas retrasadas mentales (durísimo el episodio) lo ejemplifican muy bien. Los que saben, callan, los que lo descubren… deben callar también, porque forman parte del juego.

Aquí entramos en el otro aspecto donde Morgan está sintiéndose más cómodo: es más contundente a la hora de mostrar los hechos, rozando la crítica, pero sin pecar de manipulador. En los primeros pasos de la serie dio la sensación de ir con demasiado cuidado, resultando una visión un tanto conservadora. Paulatinamente le fue cogiendo el tono a cierto humor negro que ironizaba con el sentido de la monarquía y sus aspectos oscuros. Pero ahora se lo ve muy decidido en mostrar sin ambages los males de esta y de la política, en destapar los secretos todavía no muy conocidos por el gran público o darle nueva vida a trapos sucios que se estaban olvidando. Y todo ello sin mostrar parcialidad, sin que parezca el juicio personal del autor, sino que los propios personajes ven sus fallos y sufrimientos y los de otros, y los eventos históricos se muestran con toda su crudeza pero sin dirigirte hacia una opinión, ya la sacarás tú según tu forma de ser y tu conocimiento de los hechos. La reconversión del país hacia un neoliberalismo extremo y la guerra de las Maldivas generaron varias tormentas políticas, crisis sociales y económicas de sobras conocidas y analizadas, una serie histórica no es lugar para emitir otro juicio más. Y Margaret Thatcher se muestra como una persona antes que como una política supuestamente despiadada o equivocada.

Por supuesto, habrá quien quiera buscarles las cosquillas, pero a pesar de la temática y la cercanía temporal, sorprendentemente no hay polémica alguna, prácticamente no se ven voces discrepantes. En fidelidad histórica sin duda hay numerosos cambios menores justificados por necesidades narrativas, como cambiar levemente la forma y el lugar en que se encuentran o conocen algunos personajes. En lo importante, el retrato de las personas y los hechos, no parece haber quejas incluso sobre las partes donde Morgan especula más porque no hay datos que confirmen una cosa u otra, como el cuándo conoció la familia real las aventuras de Charles y la bulimia de Diana, qué motivó al intruso que se coló en la habitación de la reina, que Margaret hallara a las primas ocultas antes que la prensa… Lo único que se le puede reprochar es que, para haber empezado fuerte con el IRA, con el atentado que acabó con Lord Mountbatten y otros miembros de su familia, Morgan no vuelve acercarse a ese conflicto que marcó durante décadas a Reino Unido, pero claro, se puede decir que una vez deja de tocar de cerca a la familia real no hay necesidad de abarcar todas las historias vividas en el país.

Los actores principales ya consagrados, Olivia Colman, Tobias Menzies y Helena Bonham Carter a la cabeza, siguen estando estupendos. Las buenas formas que apuntaban las nuevas elecciones se materializan mucho mejor de lo esperado. Erin Doherty como la princesa Anne está muy bien, pero Josh O’Connor como Charles ofrece un papel memorable, no ya por la transformación en la figura real, donde el increíble parecido hace mucho, sino por su intensidad dramática a base de silencios y gestos contenidos. La incorporación de Gillian Anderson también es imponente, se mimetiza de maravilla en Margaret Thatcher. Pero incluso ante tanto talento, la joven elegida para encarnar a Diana arrasa de forma incontestable. Emma Corrin, apenas empezando su carrera, no sólo se parece también mucho a la Diana real, sino que nos regala un torrente interpretativo colosal: de la inicial sensualidad, encanto y gracia… a un cambio de registro brutal cuando las tragedias rompen su idilio y va cayendo hacia infierno.

El acabado visual es deslumbrante desde el primer episodio y continúa manteniendo un nivel con el que pocas series, y también películas, rivalizan. Sigue asombrando su capacidad para pasar de la grandilocuencia al intimismo de un plano a otro con una hipnótica elegancia. Las conversaciones en los salones del palacio combinan la magnificencia hortera con miradas y silencios sutiles, un trabajo exigente para unos directores que cumplen con nota. Y cuando saltamos a los grandes viajes por el mundo encontramos localizaciones espectaculares, aunque en muchos casos no sean las reales: las partes de Australia se rodaron en Málaga y Almería. La banda sonora definitivamente ha ganado con el cambio de compositor el año pasado. Martin Phipp, inglés veterano en el género, se ha adueñado del todo del aspecto musical de la serie, ofreciendo una partitura más adaptada en estilo y en registro dramático, un clasicismo sinfónico más versátil y elegante que la pseudo sinfonía electrónica de Rupert-Gregson Williams y Lorne Balfe, bastante efectiva pero más limitada. Hay mayor variedad temática, con motivos para distintos personajes, algunos de gran belleza, y que evolucionan gradualmente.

Morgan ya ha confirmado varias veces que acabará con seis temporadas, y las dos últimas volverán a contar con un cambio de reparto para adecuarse de nuevo a las edades.

Ver también:
Temporada 1 (2016)
Temporada 2 (2017)
Temporada 3 (2019)
-> Temporada 4 (2020)
Temporada 5 (2022)
Temporada 6 (2023)

EL ÚLTIMO REINO (THE LAST KINGDOM) – TEMPORADA 4

Netflix | 2020
Aventuras, drama, histórico | 10 ep. de 55 min.
Productores ejecutivos: Nigel Marchant, Gareth Neame.
Intérpretes: Alexander Dreymon, David Dawson, Eliza Butterworth, Millie Brady, Emily Cox, Ruby Hartley, Finn Elliot, Mark Rowley, Arnas Fedaravicius, James Northcote, Ewan Mitchell, Adrian Bouchet, Jeppe Beck Laursen, Toby Regbo, Timothy Innes, Cavan Clerkin, Adrian Schiller, Magnus Bruun, Amelia Clarkson, Jamie Blackley, Stefanie Martini, Eysteinn Sigurðarson, Dorian Lough, Richard Dillane.
Valoración:

Alerta de spoilers: Sólo presento las tramas principales. —

Después de la magnífica tercera temporada de El último reino, esta nueva etapa parece un postre ligero, una extensión casi innecesaria. No creo que sea casualidad que el bajón llegue con la ausencia del principal productor ejecutivo y guionista, Stephen Butchard. No encuentro información que explique su partida, al no ser una serie de gran popularidad no ha trascendido la noticia. Pero sí, ha desaparecido por completo de los créditos, han entrado nuevos escritores y el siguiente productor, Nigel Marchant, ha pasado a primer plano, tanto en los créditos como de cara a las entrevistas promocionales.

Es cierto que a estas alturas se han encontrado con problemas intrínsecos a la serie. El estilo narrativo se empieza a hacer repetitivo (intrigas políticas que atrapan a Uthred y sus amigos) y el relevo de reyes obliga a una especie de reinicio en las historias principales. Pero también tenían las armas para evitarlos, y no parece que ni lo intenten. La maduración de la serie era patente también, cada vez contamos con más frentes abiertos, más personajes y maquinaciones políticas más elaboradas, pero en vez de seguir aportando nuevas capas incomprensiblemente han dado varios pasos atrás, reduciendo el número de aventuras secundarias y simplificando las principales.

El joven sajón criado como danés siempre ha estado más metido de lo que debiera en los líos de la corte. Una cosa es que las decisiones políticas afecten a su vida como mercenario y aventurero independiente, otra que en cada confrontación se piense en él para los planes, se tome en cuenta su opinión y estuviera incluso al frente de batallas. Hasta ahora los guionistas conseguían evitar que chirriase demasiado, siempre quedaba como lo que es, un don nadie del que se aprovechan, y la historia conjunta se movía por los designios de los nobles. Pero en esta etapa entra demasiado de lleno en la corte, se mueve casi todo a su son de forma directa o indirecta, cual Tito Pullo en Roma (Bruno Heller, William J. MacDonald, John Milius, 2005), rozando las incongruencias no sólo históricas, sino de coherencia dentro de la misma propia obra. Que un pagano sin sangre noble sea elegido rey de Mercia por encima de la sangre real y de condes con poder es ridículo. Pero además, era previsible el apaño que harían los guionistas para que Aethelflaed tomara pronto el puesto, así que es inevitable pensar que semajante salida de tono está totalmente injustificada.

El grupo de amigos y los cambiantes enemigos han mantenido el tipo y se han ido renovando muy bien. Los veteranos tan carismáticos como Finan, Osferth y Sihtric se amplían con el cada vez mayor protagonismo de Pyrlig y la reaparición de los hijos de Uthred como adolescentes, Stiorra (Ruby Hartley) y Uthred (Finn Elliot). Pero las relaciones con los viejos colegas están muy apagadas y las que se presentan con los nuevos son algo tontorronas y predecibles, típicos dramas de padres e hijos. Tampoco las rivalidades con Cnut y Haesten ofrecen algo novedoso, y por el otro lado, el conde de Bebbanburg vuelve a tener una aparición fugaz que no deja huella y la historia de recuperar su hogar queda como siempre en suspenso.

Antes se justificaban bien las pasiones de Uthred, el encaprichamiento con damas y causas varias, y sus conflictos internos llegaban con intensidad, ahora me está empezando a parecer desdibujado, sin que estén sus movimientos y decisiones plenamente justificados. Sus aventuras se limitan a carreras de un lado para otro para arreglar entuertos generados por los nobles, de forma que según vayan tomando forma los planes de uno u otro sabremos justo cuándo intervendrán Uthred y su banda. Así pues, sus historias no emocionan como antaño, no tenemos vivencias variadas, son todas más o menos iguales, y no hay sensación de incertidumbre y peligro. Algunas situaciones de suspense son tan forzadas que se las podrían haber ahorrado, como cuando los dejan a morir colgados de un árbol.

La única novedad es que el breve acercamiento a su meta soñada, reconquistar Bebbanburg, deja secuelas en su personalidad: el fatal resultado del ataque lo vuelve más prudente, tiene en cuenta las dificultades y peligros en que mete a sus seres queridos y amigos… pero no termina de aportar nada llamativo, si acaso lo único que hace es postergar decisiones: sabemos que aunque dude acabará metido en todo fregado. Es decir, el único amago con hacer que el personaje siga creciendo se ve frenado por las limitaciones de las tramas.

Con cada vez más presencia, la parte política había alcanzado un nivel excelente, digno de Los Tudor (Michael Hirst, 2007) y Juego de tronos (David Benioff, D. B. Weiss, 2011). Las tretas entre nobles para medrar en la corte, los roces entre reinos, los daneses entrando cada dos por tres en tierras sajonas deshaciendo cualquier plan… Era de suponer que seguiríamos con todos estos frentes apasionantes abiertos… pero el relato se ralentiza y acaba dando vueltas en círculos.

Seguimos los primeros pasos en el reinado de Edward tras la larga sombra de Alfred, quien desde Wessex tratará de unir los reinos circundantes como soñó su padre, los problemas de Aethelflaed en Mercia, con un marido, Aethelred, ambicioso pero más engreído que inteligente, y las incursiones de turno de los nórdicos, lideradas por Cnut y Haesten, con Brida como amante del primero.

Edward está bien interpretado por Timothy Innes, quien muestra adecuadamente la inexperiencia del joven rey y los intentos por encontrar su valía entre tanta víbora. Su consejero principal, Aethelhelm, y su madre Aelswith tienen formas muy distinta de ver las cosas, y tratan de ganarse su oído con palabras muy medidas. Adrian Schiller y Eliza Butterworth vuelven a estar estupendos. Y el destino de Aethelflaed se presenta interesante en una historia que descrita en palabras parece muy típica (una joven con coraje pero ninguneada en un mundo de hombres) pero empieza bastante bien, y Millie Brady cada vez convence más.

Pero los problemas narrativos también se vislumbran pronto y van creciendo. El romance de Uthred con Aethelflaed es poco verosímil en todos los sentidos: que ocurra, que nadie se entere, y en cuanto a química, pues no se transmite en ningún momento la supuesta pasión. Alexander Dreymon sigue siendo el eslabón más débil del reparto. En la corte de Wintanceaster funcionan los esfuerzos personales, pero no las intrigas tras ellos, que son muy facilonas. Que si entrar en la nueva campaña bélica o no, que si la madre ve peligrar su posición… hay poca sustancia real y un destino muy previsible. En Mercia y la campaña de Aethelred tampoco encontramos nada apasionante. Los dos nuevos personajes en su corte, los hermanos pelotas Eadith y Eardwulf, son roles muy arquetípicos, el trepa cobarde al que no le queda otra que seguir adelante para que las secuelas de sus artimañas no lo alcancen, y la más moralista, que empieza a tener dudas y remordimientos. Ella se redime un poco al ir cambiando, pero él está todo el rato urdiendo planes rastreros, donde aunque haya muertos de por medio parecen de nivel de peleas y celos de instituto. Tampoco ayudan los dos endebles intérpretes, Jamie Blackley y Stefanie Martini; en ella además se da un caso extraño: a pesar del estupendo maquillaje y peluquería de la serie, siempre parece demasiado limpia, con cejas depiladas y una peluca o tinte que canta mucho.

La conflagración de todos los frentes en una esperada batalla no hace remontar la temporada, sino todo lo contrario. No tenemos los acostumbrados giros que tuerzan las cosas cada dos por tres y lleven a situaciones impredecibles y nuevos e inesperados retos. Todo se va desarrollando paso por paso, y además con cada vez mayor lentitud. Las rivalidades y ambiciones de los nobles, las obsesiones del joven Edward, la pareja Uthred y Aethelflaed dando bandazos por medio, y los cansinos hermanos conspiradores repiten las mismas escenas durante un puñado de capítulos, llegando a resultar casi desesperante. Y la parte de Brida con los galeses queda demasiado descolgada y tampoco logra despertar mucho interés.

En las dos temporadas anteriores, cuando la serie encontró un mayor equilibrio, aparte de que las secciones de Uthred y la corte eran bastante más interesantes y moviditas, teníamos historias secundarias apasionantes y que reflejaban bien otros aspectos de la época, de forma que cuando había que hacer una pausa en las líneas principales estas tomaban protagonismo, impidiendo alargar tramas indebidamente y que apareciera el aburrimiento. La pena es que tenían a tiro dos historias que negligentemente dejan de lado. Una es una presentación más adecuada de Sigtryggr, el nuevo danés que pondrá en jaque a los reinos sajones durante unos años. Aparece de la nada, cuando podrían haberlo introducido poco a poco, si no en su reinado en Irlanda, sí deteniéndose más para presentar de dónde viene, sus nuevas motivaciones y objetivos. En vez de eso aparece siempre con un halo de «sé lo que hago, tengo planes» poco convincente, lo que empeora por la floja interpretación de Eysteinn Sigurðarson. La otra oportunidad perdida es la de ver a lady Aethelflaed afianzando su posición ante los otros nobles y en acción para asegurar sus fronteras. Después de tres temporadas siguiendo su arco personal y político es difícil perdonar que al llegar a la cumbre se deje de lado y sólo se mencione su destino por boca de otros personajes. La única sección paralela que tenemos es la de Brida en Wales, pero ni apasiona ni resulta una buena introducción de otros reinos que presumiblemente entrarán en juego pronto.

No sé si ha faltado dinero o coraje para abordar estas historias, pero cabe pensar las dos cosas, pues aparte de la falta de garra y profundidad en el guion da la sensación de que ha habido menos presupuesto, porque las batallas y los asedios importantes se representan por unas breves escaramuzas, cuando veníamos viendo escenas cada vez más espectaculares.

En vez de seguir creciendo, El último reino ha vuelto al nivel de la primera temporada, un buen entretenimiento y una obra histórica bastante recomendable, pero algo desequilibrada y predecible y que desaprovecha un potencial mayor, uno que ya estaba explotando en todo su esplendor. Esperemos que sea un bache temporal.

Ver también:
Temporada 1 (2015)
Temporada 2 (2017)
Temporada 3 (2018)
-> Temporada 4 (2020)
Temporada 5 y final (2022)

EL ÚLTIMO REINO (THE LAST KINGDOM) – TEMPORADA 3

Netflix | 2018
Aventuras, drama, histórico | 10 ep. de 55 min.
Productores ejecutivos: Stephen Butchard, Nigel Marchant, Gareth Neame, David O’Donoghue.
Intérpretes: Alexander Dreymon, David Dawson, Ian Hart, Eliza Butterworth, Millie Brady, Emily Cox, Mark Rowley, Arnas Fedaravicius, Harry McEntire, James Northcote, Ewan Mitchell, Adrian Bouchet, Jeppe Beck Laursen, Toby Regbo, Timothy Innes, Cavan Clerkin, Adrian Schiller, Eva Birthistle, Tobias Santelman, Julia Bache-Wiig, Magnus Bruun, Thea Sofie Loch Næss, Ola Rapace.
Valoración:

El mundo de El último reino sigue ganando en complejidad, abriendo el horizonte, dando cada vez más relevancia y alcance a las intrigas políticas, poniendo más facciones e intereses en liza. Y no por ello se descuidan las aventuras de Uthred y sus amigos.

Sin duda chirría un poco que este don nadie como Uthred esté tan metido en la corte, se tomen decisiones pensando en su valía como mercenario y como líder en batallas, pero por ahora los autores (tanto Stephen Butchard al frente de la adaptación como supongo que Bernard Cornwell en las novelas) juegan bien con esta pequeña fantasía introducida en una obra histórica muy fiel. No traspasan las líneas hacia la incongruencia, Uthred es lo que es, un peón del que se aprovechan los nobles. Y eso lo exprimen bien, sus lealtades son puestas a prueba y sus planes personales alterados constantemente por los designios de otros, dando mucho juego a su de ya por sí ajetreada vida.

Este año ocurre de todo y todo se hilvana muy bien. Numerosos frentes danzan a la par, de forma que siempre hay acción y tensión: no sé sabe cómo saldrá airoso Uthred, cómo y cuándo estallará la guerra política y si se transformará en guerra civil, cuándo las incursiones danesas darán un vuelco inesperado… Los cada vez más numerosos y atractivos protagonistas se mueven cada uno por su terreno como pueden, sobreviviendo, intrigando, traicionando…

La salud de Alfred se debilita. Se cree que tendría una dolencia crónica, como la enfermedad de Crohn, porque tuvo problemas gastrointestinales durante media vida. Pero su resolución no se ve afectada, sigue trabajando por su sueño de una Inglaterra unida que evite guerras constantes entre los reinos locales y se defienda mejor contra las interminables invasiones danesas. Sin embargo, las dudas sobre su salud tienen a todos tensos, y empiezan a mover ficha para posicionarse antes de su fallecimiento.

¿Está el joven heredero Edward preparado para el trono? Alfred quiere dejarlo en buenas manos, pero con tantos intereses personales y políticos cruzados no logra afianzar su posición y educación. El rey de Mercia, Aethelred, se encuentra en un lugar privilegiado tras el matrimonio con la hija de Alfred, Aethelflaed, pero su debilidades como político frenan su potencial. Sus frustraciones las paga con ella, quien debe encontrar formas de defenderse y fortalecerse como persona. El apoyo inesperado en Uthred resulta crucial.

El sobrino destronado de Alfred, Aethelwold, encuentra en esta situación nuevas ganas por vivir, una meta que lo centra, una ambición que lo empuja a sobreponerse a su cobardía: ganarse adeptos para recuperar el trono. Sus juegos a dos bandas y sus grandes traiciones son espectaculares. Pero en la corte también tienen gran presencia la esposa del rey, Aelswith, que siempre se esfuerza por ser tenida en cuenta, la omnipresente religión, con varios representantes, como Beocca y Pyrlig, y algunos nobles, destacando al anciano Aethelhelm, que demuestra gran experiencia y prudencia.

Los daneses destacados en esta nueva ola de incursiones son Haesten, Sigurd Pelo Sangriento, y Cnut. Los enfrentamientos entre ellos lejos de facilitar el trabajo a Alfred traen más desconcierto y problemas, sobre todo porque Haesten es inteligente y maneja a su antojo a los sajones con alianzas engañosas.

Uthred y su peculiar banda están más en peligro que nunca. La relación con Alfred se tensa y afloja según los acontecimientos, aumentando las ya existentes dudas en su posición entre los sajones. Pasan por infinidad de etapas, de fidelidad bien recompensada, de confrontación que deja sus futuros en vilo, de enfrentamiento directo que los llevan fuera de la ley, lo que podrían empujar a Uthred a aliarse de nuevo con los daneses, con su hermano adoptivo Ragnar y su amiga Brida. Osferth, Sihtric y Finan son perros fieles que lo seguirán a donde vayan, pero Hild y Beocca no pueden arriesgar tanto. Aun así, la tormenta alcanzará a este último de formas inesperadas.

La combinación entre las aventuras de Uthred y la parte política es muy equilibrada, se alimentan la una a la otra de forma que no hay huecos, todo avanza siempre con paso firme y ritmo trepidante, y sobre todo, con incertidumbre y sorpresas en cantidad, de un episodio a otro cambia todo el tablero de formas imprevistas. Los personajes han crecido un montón, su dibujo y desarrollo es magnífico. El carisma de algunos (Finan) es arrollador, la simpatía de otros (Beocca) encantadora, pero no hay ningún eslabón débil, todos aportan unas vivencias propias atractivas y algo relevante al conjunto.

El reparto es bastante sólido, destacando de nuevo los papelones de David Dawson y Eliza Butterworth como Alfred y Aelswith, lo cómodo que se encuentran Adrian Schiller (Aethelhelm) e Ian Hart (Beocca), la magnética personalidad de varios secundarios (Mark Rowley como Finan, Cavan Clerkin como Pyrlig), y la selección de actores nórdicos para los vikingos. Sólo Alexander Dreymon como Uthred se mantiene bastante por debajo, pero tiene simpatía suficiente como para que no rompa la conexión.

En cuanto a fidelidad histórica, sigue siendo una de las mejores series que he visto. Mantiene la cronología de los hechos importantes sin alteraciones gratuitas que canten a la vista. Tampoco he hecho un análisis a fondo, pero de lo que conozco de la época y los vikingos no me rechina nada, no como en la más famosa Vikingos (Michael Hirst, 2013), donde mezclan eventos y figuras históricas sin ton ni son. Pero donde más destaca es de nuevo en el cuidado al detalle. Las formas de ser de la gente, los estratos sociales y también el vestuario son muy realistas. Me han encantado algunas vivencias secundarias propias de aquellos tiempos muy bien insertadas entre las grandes intrigas, como el miedo que infiere la bruja Skade y los conflictos de integración entre daneses y sajones que vemos a través de Beocca y Thyra. Respecto a las novelas en que se basan, Sajones, vikingos y normandos (The Saxon Stories) de Cornwell, según veo comentado sí parece que se va distanciando cada vez más.

Sin duda no tiene un presupuesto de superproducción que permita decorados de lujo, recreaciones de ciudades muy elaboradas y grandes batallas, pero la ambientación a pie de calle es perfecta y como digo muy fiel a la realidad, cada vez tenemos más localizaciones en decorados y exteriores, y las escaramuzas y batallas son cada vez más épicas. Sin duda podría haber resultado mejor con una dirección, fotografía y música de mayor nivel, pero cumple sin fallas notorias en un género difícil.

La maduración de El último reino ha llegado a su punto álgido, dando una temporada redonda, espectacular, donde toda historia personal engancha y el todo resulta tan equilibrado como absorbente. Que la floja Vikingos tenga tanto éxito mientras esta pasa tan desapercibida es algo incomprensible. Y dije el primer año que tenía la impresión de que muchos espectadores llegaron esperando encontrar otro Juego de tronos (David Benioff, D. B. Weiss, 2011) y al ser una de aventuras sencillas podrían acabar decepcionados, pero ahora no tiene nada que envidiarle. Ya sólo falta que no patine como aquella…

Ver también:
Temporada 1 (2015)
Temporada 2 (2017)
-> Temporada 3 (2018)
Temporada 4 (2020)
Temporada 5 y final (2022)