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TRUE DETECTIVE – TEMPORADA 4 – NOCHE POLAR

HBO | 2024
Suspense, policíaco, drama | 6 ep. de 58-76 min.
Productores ejecutivos: Issa López.
Intérpretes: Jodie Foster, Kali Reis, Finn Bennett, Isabella Star LaBlanc, John Hawkes, Christopher Eccleston, Fiona Shaw, Anna Lambe, Owen McDonnell, Joel Montgrand.
Valoración:

Alerta de spoilers: Sin datos reveladores hasta el último apartado.–

EL VOLÁTIL CUANDO NO EXTREMISTA ESPECTADOR

La primera temporada de True Detective dejó a todo el mundo boquiabierto con una singular aproximación al thriller policíaco, tanto que llevó a sobrevalorarla más de la cuenta. La verborrea existencialista y un tanto pretenciosa de sus protagonistas, el inquietante abismo al que estos se enfrentaban, tanto por sus traumas personales como por encargarse de un caso perturbador y absorbente, un estupendo acabado (aparte de su reverenciado plano secuencia que en realidad no inventaba nada), y la inolvidable interpretación de los actores principales nos regalaron una obra sugestiva y fascinante.

Con su abrumador éxito, no sorprendió que la HBO la convirtiera en serie antológica, con nuevas temporadas con distintos protagonistas y escenarios. Para la segunda había tanta expectación que al no satisfacer plenamente se la atacó con excesiva dureza. Cierto es que su tono pretencioso hacía que fuera entre innecesariamente densa y aburrida, pero los personajes, otro estupendo reparto y el caso tenían miga y atractivo suficientes como para resultar más que digna. La tercera en cambio se trató con más benevolencia, supongo que la moda ya había pasado, y eso que fue bastante desastrosa: insulsa en todos los sentidos y con un final ahogándose en giros fantásticos demenciales.

La cuarta ofrece una espectacular remontada cuando ya no se esperaba nada… aunque se ha topado con un problema inesperado: vivimos en la época de la polarización y los ofendiditos, tiempos absurdos donde las obras no se ven para disfrutar sino para despiezar buscando ofensas y lanzar no análisis objetivos sino ataques en base a esos agravios imaginarios. Las redes sociales son un hervidero, qué digo, un estercolero de machistas y racistas escandalizados porque las protagonistas sean mujeres y las víctimas indígenas.

En las etapas anteriores los protagonistas eran hombres blancos y sus dóciles amantes; apenas se dejaron ver una mujer que se comportaba como un hombre y un negro que se comportaba como un blanco. Así que la serie se convirtió en un nicho de toda esta ralea, y ante una perspectiva más diversa y realista andan confusos, heridos en su débil hombría. Si estas detectives sufren, dudan y toman decisiones difíciles, y más aún si cometen alguna corruptela para poder salir adelante, se señala y cuestiona cada situación como si fuera imperdonable que una mujer pueda hacer algo así, como estuviera fuera de su lugar natural en la sociedad. Y si la crítica alaba unánimemente las virtudes de la temporada, hay que clamar en masa que están compradas por la misma agenda.

Pues yo celebro que hayan pinchado su patética burbuja y hayan vislumbrado el mundo real. Y esperemos que su pataleta no empañe la recepción de la temporada y tengamos más con el mismo equipo creativo y la misma calidad.

EL NUEVO EQUIPO

El creador original, Nic Pizzolatto, no ha renovado contrato con HBO en esta ocasión, quizá porque tenía la agenda bastante ocupada, quizá porque el desgaste en la serie ha empujado a buscar un relevo. Eso sí, todos los implicados en el primer año siguen como productores inversores.

Al frente tenemos a Issa López. Empezó su carrera a finales de los noventa, centrándose sobre todo en comedias y dramas románticos. No se puede decir que tenga ninguna obra destacable, siendo su último trabajo, el thriller sobrenatural Vuelven (2019), lo que probablemente llamó la atención de la cadena. Reparte las labores de escritura con otros guionistas también muy desconocidos, y dirige todos los capítulos. Cabe señalar que esta vez son seis en vez de los habituales ocho, y le han añadido un subtítulo: Noche polar.

El reparto en conjunto queda por detrás de los de las dos primeras temporadas, pero hay suficiente buen hacer como para conseguir que los personajes cobren vida adecuadamente. Jodie Foster es el rostro más conocido. Tiene papeles inolvidables, como Contact (1997) y El silencio de los corderos (1991). Su rol, la jefa de policía Liz Danvers, es arquetípico pero muy bien escrito: la agente veterana castigada en un destino perdido en el culo del mundo y que ha acabado harta de todo y todos, algo que Foster transmite con fuerza. La secunda Kali Reis, que acaba de empezar su carrera y tiene en su haber apenas dos títulos. La agente Evangeline Navarro, de raíces indígenas, choca con las formas de su compañera; la actriz no está espectacular, pero muestra bien la rabia interna que mueve al rol. Finn Bennett acumula unas cuantas apariciones en series, y cumple adecuadamente como el joven agente con gran potencial Peter Prior. Pero su padre Hank sigue el camino opuesto, siendo un progenitor y agente pasota y un grano en el culo en general; John Hawkes es un gran actor que no ha tenido tanto reconocimiento como merece: sus apariciones en Deadwood (2004) y Winter’s Bone (2010) son memorables. Aquí está en la línea de tipo inquietante y desagradable que tan bien se le dio en el segundo ejemplo. Isabella LaBlanc pone rostro a la hija adoptiva de Danvers, quien vive entre dos mundos, la sociedad estadounidense y la indígena; tiene poca experiencia, y su actuación es un tanto limitada, pero resulta simpática.

TRUE DETECTIVE VUELVE A DESLUMBRAR

El capítulo inicial parece ir a lo fácil en la descripción de los nuevos escenarios y protagonistas, y tira más de la cuenta de unos ganchos sensacionalistas que recuerdan demasiado a Twin Peaks (David Lynch, Mark Frost, 1990) y Perdidos (Damon Lindelof, Jeffrey Lieber, 2004). También hay cierta aura de Expediente X (Chris Carter, 1993), en concreto de esos relatos míticos de aislamiento como Hielo (108). Pero en el segundo ya se asienta bien el estilo True Detective, y desde entonces se convierte en un tour de force espectacular donde cada episodio es más intenso y agobiante que al anterior.

El entorno apartado y en decadencia resulta opresivo y deprimente. Los protagonistas están atrapados por decisiones y traumas pasados, batallan por mantenerse a flote en un mundo corrupto y una vida que los ha llevado a mirar al abismo. Y tendrán que encarar de una vez sus demonios internos en un caso que los pondrá a prueba en todo momento.

La intriga policíaca combina muy bien una investigación clásica, de agentes echándole horas y rompiéndose la cabeza, con el ambiente perturbador a lo Seven (David Fincher, 1995) y las inclinaciones filosóficas que marcaron el sello de la serie. No faltan tampoco la corrupción de los poderosos, los secretos oscuros de los lugareños y los propios detectives, los misterios que salpican la cultura local… Tenemos los característicos diálogos interpersonales llenos de mentiras e historias veladas que hay que ir desgranando, y diálogos internos llenos de reflexiones existencialistas, ahora con mayor presencia de la religión y la cultura asociada a esta, en concreto las de los indígenas de Alaska.

La atmósfera y el ritmo de los dos últimos capítulos de absorbente llega a ser sofocante. Los retos y revelaciones finales se fusionan magistralmente con la catarsis de las protagonistas. Pero aunque el desenlace es sólido en su conjunto porque el camino ha sido bien allanado y el equilibrio de los distintos elementos da un todo superior, tiene un par de momentos cruciales muy descuidados sobre los que me extenderé en los apartados siguientes. En resumen, la parte dramática es superior a las conclusiones de la investigación.

También cabe destacar que no se cumple mi peor temor: no se ahoga en la línea fantasiosa, como apuntaba alguna visión demasiado explícita y algún recurso muy rebuscado, sino que, como en el primer año, juega con la experiencia de cada personaje, sus creencias, emociones y visiones.

La cámara de Issa López mantiene el tono de thriller sombrío y de calidad cinematográfica, con un ritmo templado que garantiza una atmósfera sugestiva. Pero no logra ninguna escena lo suficientemente hermosa o impactante como para dejar huella, y eso que los paisajes invitan a ello. El tema musical y el montaje de los créditos son como siempre muy atractivos.

Ha sido rodada en Islandia, algo que me extraña estando Alaska en su propio país; supongo que tendría ventajas económicas, pues hay regiones que dan más facilidades en impuestos y subvenciones que otras; por ejemplo, muchas series se ruedan en Canadá por ello.

ALGUNOS DETALLES CHIRRÍAN

Hay mejoras posibles aquí y allá, no sustanciales, pero como hay que crucificar la temporada, se han tomado como errores enormes que tiran todo por tierra, olvidando que la primera etapa tenía sus carencias también. Otros aspectos sí son bastante cuestionables y pueden empañar la experiencia con un final por lo general muy emocionante.

Un lastre recurrente en la serie son las pistas falsas un tanto forzadas, con simbolismo pasado de rosca (muñecos y garabatos que luego no significan nada), a lo que hay que sumar los citados ganchos de baratillo, incluido un oso polar un tanto ridículo, y unos cuantos sustos forzados bastante cutres que desentonan en una atmósfera que se cuece a fuego lento. También tenemos la remesa habitual de roles esporádicos puestos para despistar, tan crípticos que resultan un tanto pasados de rosca; no tengo nada en contra de que una investigación pase por callejones sin salida, pero si son tan impostados saben a trampa. Los diálogos son unas veces asépticos de más, otras un tanto sobrecargados, aunque lejos de la pretenciosidad previa. Y en una serie tan adulta me chirrían un montón los flashes a modo de recordatorios cada vez que tienen que unir una pista con otra, como si los autores pensaran que no somos capaces de pensar por nosotros mismos ni de recordar algo que salió en el capítulo anterior.

El punto más conflictivo y relevante estaría en la motivación que lleva a cometer los crímenes que ponen patas arriba el lugar, pero eso tengo que dejarlo para el apartado de spoilers.

En el acabado tampoco nos libramos de aspectos mejorables que desentonan con los asombrosos 10 millones por capítulo que ha costado. La fallida recreación por ordenador de la fauna local supone que la primera escena del año resulte entre chocante y grotesca. En alguna composición de imágenes que juega con retoques y fondos añadidos se nota que no es una escena natural. Y me mosquea una técnica vetusta pero que sigue empleándose incluso en series de alto presupuesto como esta, y sigue dando el cante: la manía de rodar los viajes en coche en plató con pantalla de fondo. También hay un exceso de canciones que, aunque buenas en general y algunas bien puestas, terminan cansando, sobre todo porque más veces de la cuenta son el típico truco para agilizar transiciones donde los guionistas no tienen ganas de trabajárselo mejor.

EL FINAL TIENE ALGUNOS AGUJEROS

Alerta de spoilers:. En adelante destripo a fondo el final.–

En el tramo final, los pequeños deslices ya empiezan a pesar, habiendo algunas soluciones bastante cuestionables.

El hallazgo de la huella de la mano a la que le faltan dos dedos resulta un tanto precipitado, y esta vez se agradece el uso de flashbacks, porque el personaje en cuestión no se presentó debidamente. En un policíaco perfecto puedes deducir cosas por ti mismo uniendo las pistas, pero uno que no lo es prefiere inclinarse por el golpe de efecto sensacionalista. Cierto es que esta serie abraza la segunda fórmula, pero incluso ahí se puede hacer mejor, de forma que no parezca tan forzado.

La exploración de la cueva sin cuerdas, sin arneses ni ningún tipo de herramienta y seguridad, no resulta creíble en agentes tan curtidas en la zona, y menos cuando llevaban días buscando formas de llegar ahí.

No me cuadra que Navarro se vaya tras resolver el caso, justo cuando ha hecho las paces consigo misma y sus raíces, y todo apuntaba a que ya podía encajar y ser feliz en el lugar. Es un intento de final poético y abierto absurdo, incongruente con lo narrado. Por el otro lado, es interesante, y un tanto cruel, ver cómo las agentes han superado sus traumas, en especial el asesinato encubierto de un sospechoso, pero a la vez el joven novato que apuntaba maneras como buen agente ha sido salpicado por toda esa corrupción y ha heredado el mismo problema con su propia ejecución. Así, la victoria se amarga un poco con el toque de fatalismo muy interesante.

El punto más grave es que Issa López y su equipo deberían haberse trabajado mejor las motivaciones de los científicos a la hora de perpetrar el crimen. Me creería un arrebato de ira, de hecho, la mayor parte de los asesinatos no son spremeditados sino por calentones, y más con la situación de aislamiento que viven, y además, la corrupción sobre los orígenes de su financiación daba pie a cometer más crímenes para tapar sus fechorías.

Pero en vez de describir mejor una degradación mental y ponerlos ante un callejón sin salida que lo justifique adecuadamente, los autores se limitan a un torpe e insatisfactorio «es que naestaba destruyendo nuestro trabajo», cuando la asaltante solo había corrompido unas muestras y bastaba con inmovilizarla. Pero la cosa empeora cuando se desvela que estaban compinchados con la mina para que su contaminación acelere el descongelamiento del permafrost. ¿Pero cómo esperan que me crea que un grupo de científicos de primera línea defiende el calentamiento global y la destrucción de un ecosistema y una economía para defender su investigación, por mucho potencial que tenga esta? ¿Es que no pueden usar un sistema de calefacción por tuberías o algo parecido?

Por suerte, estos patinazos quedan bastante eclipsados porque, como señalaba, el conjunto te mantiene atrapado con su atmósfera, las relevaciones personales llegan con fuerza, y la solución del mayor misterio es plenamente satisfactoria (menos para esos machistas que echan pestes de cualquier fémina que se defienda de abusos): el asalto de las mujeres del pueblo al laboratorio, clamando venganza, es fantástico, y da buen cierre a la misteriosa muerte de los científicos.

Ver también:
Temporada 1 (2014)
Temporada 2 (2015)
Temporada 3 (2019)
-> Temporada 4 – Noche polar (2014)

TRUE DETECTIVE – TEMPORADA 3


HBO | 2019
Drama, suspense | 8 ep. de 58-75 min.
Productores ejecutivos: Nic Pizzolatto, varios.
Intérpretes: Mahershala Ali, Stephen Dorff, Carmen Ejogo, Scoot McNairy, Brett Cullen, Mamie Gummer, Ray Fisher, Sarah Gadon, Jon Tenney.
Valoración:

Alerta de spoilers: Sin datos reveladores de ningún tipo. —

Fui de los que consideró que el entusiasmo con la primera temporada de True Detective fue desmedido y se sobrevaloró más de la cuenta, lo que podía significar que a la segunda se le exigiera demasiado. Así ocurrió: se atacó incluso con malicia, cuando era una serie más que aceptable. Se ve que en esta tercera ya no hay tanto escrutinio, porque ha pasado bastante desapercibida. Y esta sí es para llevarse las manos a la cabeza por el desastre que nos han traído.

Con las críticas negativas que recibió la segunda etapa, no sorprende que en la tercera hayan dejado de lado la idea de probar con otra historia y un estilo algo distinto aunque con unas bases semejantes, y opten por hacer una versión más cercana. Pero de ahí al remake descarado que se han montado hay un trecho. Es un remedo barato, escrito y rodado con el mínimo esfuerzo.

La pareja de detectives, el entorno rural, el caso sórdido, las vidas desechas, los poderosos inalcanzables… No tardan mucho en notarse las excesivas similitudes, pero también que hay material para dos horas a lo sumo, no para ocho, así que el guionista Nic Pizzolatto trata de estirarlo todo lo que puede haciendo malabares muy evidentes y muy tramposos.

La narración en tres líneas temporales (los ochenta, los noventa, el 2015) es un engaño descarado, sólo enmaraña artificialmente una historia muy vista que pasa por muchos de los clichés del género. Tampoco tiene la profundidad esperada dado su tono serio y afectado, con lo que resulta predecible. Y a pesar de tanto enredo va muy justa de intriga. La primera temporada encontró un equilibrio muy llamativo, tanto que causó sensación, entre el drama personal y el suspense tan remarcados, de forma que resultaba una serie algo pagada de sí misma pero muy adictiva. Su densidad y sus trucos te incitaban a seguir viéndola. Prestabas atención al detalle, reunías pistas obsesionado con hallar la verdad, y compartías las miserias de los protagonistas. La presente es tan torpe en su soberbia que algunas veces me he reído, pero por lo general es más bien cargante a pesar de lo poco que llegar a contar.

Aunque no cae en el sensacionalismo burdo de Top of the Lake (Jane Campion, 2013) o Broadchurch (Chris Chibnall, 2013), el dramón del crimen es bastante impostado y tenemos que aguantar el trámite de pasar por algunos de los sospechosos habituales antes de entrar de una vez en la persecución de las pistas reales. Los padres con una vida caótica, el niñato chungo y el tipo raro al que acusan todos nos cuentan lo mismo de siempre, por mucho que lo intenten adornar. Pero una vez en marcha, el camino andado todavía parece muy trillado, y a la hora de forjar el aura de intriga todo es postizo, no emerge de la investigación, de lo que podamos pensar de un personaje u otros según la información que tenemos, sino que intentan atrapar con la estructura narrativa, con ganchos y trampas para forzar la expectación. Es decir, a lo Perdidos (J. J. Abrams, Damon Lindelof, 2004) y WestworldLisa Joy, Jonathan Nolan, 2016-). Cada dos por tres parece que vamos a avanzar en algo, pero saltamos a otra línea temporal dejándolo en el aire o, más cutre aún, los personajes dicen «luego llegaremos a eso». Hay momentos bochornosos, como acabar un capítulo con un subidón de acción y empezar el siguiente con un relleno largo antes de volver a ese escenario; o la de veces que señalan que con las nuevas pruebas anularían la condena del primer juicio, pero por mucho que hablan, nadie dice quién es el condenado hasta bien entrada la serie.

Para rematar la sensación de engaño, los sospechosos que darán forma por fin al caso no aparecen hasta los dos últimos episodios, y fugazmente, es decir, nos han mareado con información falsa durante casi toda la temporada. Y claro, dándoles tan poco tiempo, sin ahondar en sus vidas y motivaciones, no llegan a convencer lo más mínimo, sobre todo cuando la resolución del caso es tan rebuscada. Porque finalmente no hay sorpresas a pesar de que toda la temporada es un anuncio de que algo grande va a pasar. Los últimos pasos de la investigación son un trámite aburrido, pues a pesar de los embustes y faroles es todo bien evidente desde hace tiempo. Por si no fuera suficientemente decepcionante, los intentos de meter un giro sorprendente llegan tarde y resultan muy exagerados. Esa revelación con un pie en la fantasía y otro en el culebrón es demencial.

Si la aguanté entera es en parte porque no me gusta dejar las cosas a medias, pero echando la vista atrás me parece tiempo perdido. Con el tirón de los dos protagonistas principales y sus intérpretes y el interés en ver la solución del caso llegué al ecuador de la temporada, y ya que estaba me obligué a acabar, pero en adelante sus graves carencias terminan por echar abajo lo poco que tenía para ofrecer, va decayendo cada vez más hasta llegar a un final lamentable.

Sin ser grandes protagonistas (los de la primera temporada tenían más tirón), enganchan lo suficiente con sus esfuerzos y penas y el estupendo papel de los actores. Wayne Hays no termina de encontrarse a gusto con su vida, como si le faltara algo tras volver de la guerra de Vietnam, y por ello va pasando por trabajos y relaciones como por inercia. Mahershala Ali, con el éxito del Óscar por Moonlight (2016) y a punto de llevarse otro por El libro verde (2018), quizá debería haber llamado más la atención, pero se ve que la serie arrastra bastante desgaste. Su papel es muy bueno en un registro difícil, el de la contención: su sufrimiento silencioso se entiende en cada escena. Roland West es más avispado y sociable que su compañero, lo que le permite ascender en el cuerpo, pero a la larga la investigación también lo marca. Stephen Dorff es un secundario sin mucho reconocimiento, pero está estupendo también en su gradual caída al infierno. Por cierto, el maquillaje para hacerlos viejos es magnífico, muy verosímil, aunque las excelentes interpretaciones también cuentan mucho. Amelia Reardon es una profesora que quiere escribir un libro sobre el caso e inicia una relación con Hays. Carmen Ejogo hace otro buen papel, mostrando adecuadamente el cambio de los momentos afables a las peleas. Tom Purcell es el padre afectado por la desaparición de los dos niños; Scoot McNairy, otro secundario de valor, transmite muy bien su desesperación.

No hay más figuras llamativas, así que deberían haberles sacado más partido. Su trayectoria no termina de convencer del todo por culpa de esa narrativa entrecortada en tres épocas. Toda la serie está atascada en un bucle, empeñada en no mostrar nada concreto hasta el final, así que la dinámica entre los detectives se atasca y diluye y el lado familiar de Hays resulta repetitivo y vulgar. Además, en la última gran metedura de pata del guionista, cierran la historia de los protagonistas en varios epílogos largos y cansinos en vez de hacerlo paralelamente a la resolución del caso, con lo que si ya la trama acaba mal, tienes que aguantar otros veinte minutos de dramón previsible.

Con una puesta en escena conservadora pero usada con sabiduría, la primera temporada terminó de forjar su aura tétrica pero absorbente. Esta tiene un aspecto visual demasiado convencional, con muchas partes que parecen hechas con prisas. Esa poca imaginación, sumada a la repetición de escenarios por la narración fragmentada, hace del visionado algo pesado, como si estuvieras viendo en el mismo episodio una y otra vez; y son todos larguísimos. También se echa de menos algún clímax de gran nivel, sea de tensión o de acción, como los que tuvieron las dos etapas anteriores. Tampoco han elegido una canción para los créditos al nivel de la primera, así que son tan aburridos que me los he saltado siempre.

Espero que la HBO haya aprendido por fin la lección de no extender miniseries que funcionaron por sí solas y además parecían deberse a un momento único de inspiración y también de predisposición del público. A cinco años del estreno de la primera temporada han llegado tantas series de estilo noir o a lo Seven (David Fincher, 1995) que ofreciendo tan poco es difícil que puedan sorprender.

Ver también:
Temporada 1 (2014)
Temporada 2 (2015)
-> Temporada 3 (2019)

TRUE DETECTIVE – TEMPORADA 2

HBO | 2015
Suspense, policíaco, drama | 8 ep. de 55-86 min.
Productores ejecutivos: Nic Pizzolatto, varios.
Intérpretes: Vince Vaughn, Colin Farrell, Rachel McAdams, Taylor Kitsch, Kelly Reilly, Ritchie Coster, David Morse, Christopher James Baker, W. Earl Brown, James Frain, Michael Hyatt.
Valoración:

Que fascinara la primera temporada y decepcione la segunda es perfectamente entendible. Pero de ahí a perder la cabeza como la han perdido millones de espectadores y críticos hay un trecho muy largo. Las modas llevan a la sobreexplotación, y esta a desequilibrar la balanza alejándola de la realidad, de la objetividad. La primera sufrió el efecto positivo: se recibió con un entusiasmo contagioso, hasta el punto de que llegó a considerarse la última revolución en el séptimo arte. El escrutinio que soportó fue también a su favor: se le sacaban teorías, referencias y detalles a puñados, y no importaba si al final no daban el blanco alguno, tal era el fanatismo que arrastraba. Una visión objetiva rebaja bastante esas valoraciones, y el paso del tiempo la va poniendo en su lugar.

La segunda ha sufrido el efecto negativo, fruto en gran parte de otro efecto, el del rebote: si a la primera la ponían muy por encima de su calidad real, difícilmente nuevas entregas pudieran llegar a ese listón de expectativas imposibles. Ahora todo lo que se analiza es para sacarle algún fallo, y en cada nuevo fallo hay que recordar que es un fracaso de serie, casi la peor del año. La decepción ha llevado a muchos a tirarse de los pelos y a escupir bilis incansablemente, se ha convertido en una desgracia e incluso en una traición de sus autores. Pero de nuevo, un análisis frío y objetivo pone las cosas en su lugar. Dista muchísimo de ser una producción mediocre, y si no te obsesionas con sus fallos puedes encontrar una serie con muchos buenos valores.

Empiezo por sus aciertos, si bien, como comentaré luego, algunos terminan limitados por los fallos. Lo primero que salta a la vista es la diferencia en argumento y en menor medida de estilo respecto a la anterior etapa, para muchos una traición a la seña de identidad de la serie… para mí el primer atractivo de la misma. Las obras que abusan de la fórmula, del esquema, generalmente están abocadas a repetirse y perder interés… aunque eso no impide que el público facilón se resienta, no hay más que ver lo que aguantan producciones como House… Pero aquí estamos hablando de la primera división de las series, así que, «que se joda el espectador medio», esto es para gente exigente. Con las libertades creativas que tenemos hoy día en el rico panorama televisivo, ¿vamos a pedir el retorno a la vieja televisión? No, yo quiero riesgo, valentía y originalidad. True Detective nació como miniserie, si la iban a extender, qué menos que ofrecer una nueva historia, nuevas perspectivas, nuevos personajes… y todo a ser posible sin perder las características y la atmósfera general. Y sus realizadores lo consiguen muy bien. Cambia el subgénero, dejando atrás el thriller de asesinos en serie estrafalarios a lo Seven para inclinarse por el cine negro. Los personajes son muy diferentes pero en una onda semejante: lúgubres, con muchos pesares y secretos. El subtexto filosófico difiere también, inclinándose un poco más por los asuntos paterno filiales que por la metafísica rebuscada, pero sin alejarse del existencialismo, los problemas que tienen todos para encontrar su identidad y su lugar en el mundo; en otras palabras, resulta más terrenal y verosímil. Estas diferencias partiendo desde un mismo concepto llegan incluso al caso del año. Su desarrollo y el viaje de los personajes no se parece prácticamente en nada (quizá solo en que rematan la investigación desde fuera de la ley), pero el contenido tiene nexos en común muy claros: versa sobre gente con poder que se cree superior a los demás e intocable, y tenemos detectives de dudosa moral intentando desentrañar el tinglado mientras tiran con sus penosas vidas.

La atmósfera lograda es magnífica. El tono sombrío y sórdido transmite la decadencia moral de una sociedad maltrecha y sucia, de gentes sin rumbo en sus vidas ni un futuro claro. Esto se logra tanto desde el guion como mediante la puesta en escena (dirección, fotogafía, música). Son cruciales esas fantásticas panorámicas de autovías enormes e infinitas que, combinadas con la oscura historia y los afligidos personajes, señalan la fealdad de la urbe, la soledad y miserias de la población, y por su puesto la corrupción. Así, la narrativa, en lo visual, está otra vez en un nivel excelente: tempo pausado pero intrigante, gran dirección de actores (era esencial saber qué sacar de ellos en las largas conversaciones) y buenas dosis de espectacularidad en las escasas secuencias de acción, que llegan a resultar impresionantes (el tiroteo, la orgía). Y por todo ello es gracioso ver que bastante gente le echa la culpa de los errores de la serie a la ausencia de un director único, cuando son problemas de guion. La realidad es que no hay desequilibrio formal ni cualitativo entre un capítulo u otro, como ocurre en cualquier buena serie los directores siguen el estilo marcado por sus ideólogos; vamos, que estos listillos, si no fuera porque lo pone en los créditos, no se hubieran dado cuenta de que hay varias personas tras las cámaras.

Este ambiente sirve para edificar un relato noir con sabor a clásico. La trama enrevesada, los personajes ambiguos dando tumbos desentrañando el caso lentamente, mil y un secretos y tragedias saliendo a la luz poco a poco… Los protagonistas se presentan muy prometedores, en especial porque los actores ofrecen papeles magníficos. De hecho, el primer capítulo me ha parecido el mejor, pues logra una introducción de personajes modélica y te sumerge muy bien en la atmósfera lóbrega y llena de suspense.

El detective Ray Velcoro (Colin Farrell) arrastra la sospecha de la corrupción, y no en vano vemos que tiene tratos con un mafiosillo local, Frank Semyon. Además, lidia con la ruptura de su matrimonio, y su temperamento hostil podría alejarlo de su hijo. El oficial Paul Woodrugh (Taylor Kitsch) sufre estrés postraumático de su último destino como militar, lo que se suma a que no es capaz de aceptar otro aspecto esencial de su personalidad: su homosexualidad reprimida. La detective Ani Bezzerides (Rachel McAdams) también tiene sus líos familiares (fue criada en una comuna hippie) y demonios internos que la inducen a llevar una vida un tanto descentrada. Los tres son puestos al frente de la investigación de un asesinato que precisamente toca los tejemanejes de Semyon (Vince Vaughn). Este intenta que su imperio no se derrumbe justo cuando abrazaba su salida a lo grande del peligroso mundo del crimen, y estas tensiones las sufre también su esposa Jordan (Kelly Reilly). El entramado de corrupción alrededor del que todos giran salpica a figuras políticas y de la ley relevantes, y deben andar con pies de plomo.

Si tengo que elegir un personaje como favorito sería Semyon, pero no a mucha distancia del resto. En parte es por la fantástica interpretación de Vaughn, sobre el que nadie daba un duro por venir de comedias chorras pero quien clava magistralmente un rol en tensión constante y con un estilo de expresarse peculiar. Velcoro sería mi siguiente elección, tanto por mi predilección por Farrell, un gran actor bastante infravalorado (glorioso papelón el de Escondidos en Brujas, por ejemplo) en un personaje muy clásico pero que transmite verosimilitud: se entiende perfectamente su forma de ser, sus limitaciones y fallos. Kitsch también está muy eficaz y es otro al que le cuesta quitarse de encima sus flojos papeles iniciales. La tormenta de emociones y el sufrimiento interno se reflejan en su mirada, en su gesto compungido. McAdams es la única que solamente está correcta, sin deslumbrar. Su expresión de tipa dura es siempre la misma, no consigue sacar mucho más a un personaje que precisamente es desde el guion quizá el más velado e inteligente en cuanto a evolución. Respecto a los secundarios, hay muchos buenos actores (James Frain -uno de mis intérpretes favoritos-, Ritchie Coster, David Morse…), pero son todos personajes de apoyo, ninguno resulta especialmente llamativo, un aspecto que se podía señalar en la etapa previa y que aquí se nota más.

Pero las principales limitaciones y también excesos que sufre la temporada son importantes, y frenan considerablemente el gran potencial que guarda. El ritmo supongo que pretendía ser contenido e intrigante como en el primer año, pero resulta lento, incluso aburrido en algunos tramos, y el tono pretencioso se intenta mantener por la fuerza, perjudicando a la trama y los personajes.

Los protagonistas son el mejor ejemplo de los excesos. El guionista Nic Pizzolato se empeña en recalcar su drama personal, con lo que pasan de roles oscuros y afligidos muy prometedores a figuras híper caracterizadas, casi de culebrón: sufren a todas horas, se arrastran como almas en pena, nos atosiga con largas escenas de exposición de problemas que indudablemente no hacía falta señalar tanto. El más perjudicado es Velcoro, pues el lío de separación y la custodia del hijo es algo muy normal y muy tratado, con lo que además de sensacionalista resulta previsible y finalmente cansino. Y aunque los demás salgan mejor parados (el pasado de Bezzerides se expone sutilmente y con cuentagotas, la personalidad e historia de Semyon se deducen por sus diálogos), la suma de todos sufriendo tantísimo en todo momento termina resultando casi agotadora. El año pasado teníamos un acertado contraste entre los dos protagonistas, y Marty Hart ofrecía una vida más normal, evitando que la serie pareciera tan melodramática o incluso artificial. Aquí, meter tanto dramón da la sensación de forzar mucho las cosas y de poca originalidad a la hora de elegir protagonistas.

De la historia muchos se han quejado por lo complicado que resulta seguir tanto nombre. Se podría decir que el noir es así de opaco, pues lo importante suele ser la situación de incomprensión que viven los protagonistas y cómo van resolviendo el caso, más que el propio caso en sí. Pero es cierto que también el guionista se pasa un tanto de rosca. Hay muchos personajes relevantes en la investigación que sólo se presentan fugazmente, y como no te quedes con su nombre vas apañado. Y claro, con el ritmo lento y los rellenos, cabe preguntarse si no podrían haber expuesto mejor el quién es quién en el tablero de juego, que una cosa es una trama compleja y otra pasar de trabajar su exposición.

Y finalmente tenemos el tono pretencioso tan salido de madre. No hay conversación o escena que no esté inflada y saturada, sea de diálogos largos y densos o de un estilo afectado. Esas canciones melancólicas, esas miradas intensas, esas conversaciones rebuscadas impropias de detectives y gángsteres brutos… Y todo para que al final realmente digan muy poca cosa, de hecho, muchas escenas repiten lo mismo una y otra vez con distintas palabras. Es decir, Pizzolato se obsesiona con pretender que cada secuencia sea la más profunda, intensa y trascendental, pero además de pasarse de largo se olvida de cuidar el ritmo global, no consigue que la narración vaya en línea recta y con intensidad. Por no decir que cuando llegan los puntos álgidos, después de tanta verborrea, casi parecen fuera de onda. El tiroteo, por magnífico y espectacular que sea, es puro humo. ¿Te acuerdas de cómo y por qué se produce? La falsa muerte de un protagonista al final de un capítulo es un giro muy poco trabajado, con lo que sabe a trampa. El capítulo final acusa mucho esos altibajos, pero lo comento luego en spoilers, así como otros giros poco satisfactorios.

Algunas voces han señalado que, viniendo Pizzolato de la literatura, quizá su ritmo de trabajo no ha conseguido adaptarse a la obligación de preparar los guiones a toda prisa para rodar y estrenar a tiempo. Pero me temo que es pura especulación, no podemos saber, salvo que indique algo en alguna entrevista, si las prisas le impidieron redondear la escritura o es que le faltó inspiración.

Entre el tono pretencioso fallido, el fondo de policial clásico enrevesado de mala manera, los excesos con los personajes (no hacía falta realzar el drama tanto) y otros patinazos varios, queda muy lejos de la primera temporada. Ahora bien, dista de ser la serie mediocre o incluso horrible que se empeñan en ver sus detractores. La ambientación es exquisita, en especial gracias a la magnífica puesta en escena, los personajes aunque se atascan resultan bastante atractivos y las estupendas interpretaciones consiguen que no pierdan demasiada fuerza, y el caso es algo farragoso pero su estilo sórdido y denso resulta sugestivo y consigue mantener cierta intriga e interés a pesar del mejorable ritmo. Poniendo los pros y contras en la balanza, por muy marcados que sean estos, a mí me sale una serie más que aceptable, bastante atractiva si te va el género y congenias con su marcado estilo. Sí, tienes que hacer la vista gorda a algunos errores y quitar paja para encontrar unas cuantas buenas virtudes, pero es algo que ocurre en cualquier serie alejada de notas altas, como es obvio. Su mayor problema han sido las expectativas. Si fuera una producción cualquiera no habría armado tanto revuelo, no tendría tanta presión y miradas críticas encima, y seguramente los que se hayan atragantado con sus baches, o incluso simplemente en su estilo, se habrían ido a ver otra serie sin armar tanto jaleo, que muchos espectadores se comportan como si les hubieran lanzado un insulto personal.

Por cierto, en cuanto a los títulos de crédito, yo soy de los que no tragan esta versión, pues a pesar del fantástico trabajo artístico, la canción de Leonard Cohen, Nevermind, me resulta soporífera y sin garra, todo lo contrario a la escuchada el año anterior, Singing Bones de The Handsome Family.

Alerta de spoilers: Comento spoilers, incluyendo el final, con todo detalle. No se te ocurra leer si piensas verla. —

Enumero algunos ejemplos de aspectos criticables o fallos que no podía incluir arriba por ser muy reveladores:
-Que Bezzerides vomite en la fiesta no sirve para quitase el colocón, primero, porque no ha ingerido nada, segundo, porque es evidente que ya está en su sangre. Una serie que pretende tener cierta categoría debería cuidar mejor estos detalles, digo yo.
-El séptimo episodio parecía lanzarse por fin a la acción, las conclusiones y los giros finales, pero se cierra con una trampa enorme: la muerte de Woodrugh a manos del personaje de James Frain, uno de los policías corruptos, es completamente inverosímil. ¿Cómo sabía por cuál de las decenas de salidas iba a aparecer? ¿Por qué asume que el encuentro iba a ir mal?
-En la primera temporada las críticas sobre machismo me parecieron muy retorcidas. Es que está de moda buscar machismo en todas partes, joder. Pero en esta se pueden señalar un par de apuntes mosqueantes con Bezzerides. Primero, está el tópico de que fue violada y por ello se convierte en una dura policía, para no ser más una víctima, amén de que sus relaciones con los hombres carecen de afecto. Segundo, a pesar de su protagonismo, de la fuerza e independencia del personaje, al final es convertida en secundaria florero de mala manera: los hombres cuidan de las mujeres y ellas se esconden y huyen.

En cuanto al último capítulo, casi parece que iba a librarse de todos los problemas y ofrecernos un desenlace de alto nivel: va al grano dejando atrás el tono pretencioso (salvo por la cansina despedida entre Semyon y su chica, menuda espiral repitiendo lo mismo durante diez minutos), alcanza buenas cotas de suspense cuando parece que los protagonistas están al límite y no tienen salida, el ritmo se torna vibrante a pesar de los clichés (la reunión final con grabadora)… Pero el hechizo se desvanece en el desenlace, porque termina tropezando en los mismos tics, es decir, no difiere del resto de la temporada:

De verdad que es rebuscada la muerte de Semyon, con un giro salido de la nada que parece puesto ahí solamente para matarlo… Pero no contentos con eso les da por montar una agonía onírica híper cansina. Con Velcoro tiran por otro cierre sensacionalista, partiendo además de un agujero de guion enorme: pero tío, quita el localizador, o coge otro coche, y no te salgas de la vía pública hasta estar seguro de estar solo. Y anda que poner un dispositivo de rastreo con una pedazo de luz, para que entre a un parking a oscuras y lo vea, algo que es muy probable… Este absurdo cliché nunca había sido tan absurdo. Así pues, menuda forma de colar una escena supuestamente espectacular en el bosque y una muerte trágica (ooh, sin cobertura en el momento justo) que era fácilmente evitable. Y eso que el momento a lo Robert de Niro en Heat, es decir, buscar a un ser amado cuando tenía la salida al alcance de la mano, me estaba gustando bastante. Con Bezzerides ya he dicho que de repente parece desaparecer de la ecuación, algo que tampoco queda bien. Y el epílogo de ella y Jordan Semyon en Venezuela no me transmite mucho. Por cierto, ¿a la idea de meter al final bosque, desierto y mar le veis algún sentido concreto? Es que parecen remarcarlo mucho. O quizá era sólo por buscar algo de poesía. El caso que me parece un poco forzado también.

Ver también:
Temporada 1.

TRUE DETECTIVE – TEMPORADA 1

True Detective
HBO | 2014
Productores ejecutivos: Nic Pizzolatto, Cary Fukunaga.
Intérpretes: Woody Harrelson, Matthew McConaughey, Michelle Monaghan, Michael Potts, Tory Kittles, Kevin Dunn.
Valoración:

Alerta de spoilers: No hay datos reveladores hasta los últimos párrafos, convenientemente señalados.–

Con True Detective el escritor Nic Pizzolatto ha lanzado su carrera a lo grande. Antes de este salto era prácticamente un total desconocido. Tenía varios premios por unos pocos relatos y una novela, pero nada tan llamativo como para adquirir fama nacional, no digamos ya mundial. Su primera experiencia en televisión fue con un par de capítulos de The Killing (2011). Luego, no sé cómo, convenció a la todopoderosa HBO para que le financiaran True Detective. El director de los ocho capítulos que la componen es Cary Fukunaga, dado a conocer en Jane Eyre (2011), un melodrama bastante aburrido pero bien realizado e interpretado (Mia Wasikowska, Michael Fassbender), y está claro que de ahora en adelante será también un nombre a tener en cuenta. Esta corta temporada narra un caso concreto, de haber más serán nuevos casos con distintos protagonistas, pero supongo que manteniendo una dinámica y una atmósfera semejantes, porque si no sería mejor cambiarle el nombre y decir que es una miniserie distinta.

Marty Hart (Woody Harrelson) es un detective dedicado y efectivo, pero a costa de dejar bastante de lado a su familia. Le asignan un nuevo compañero, Rust Cohle (Matthew McConaughey), cuya minuciosidad supera de largo la de Marty hasta alcanzar la pura obsesión; además, es un tipo demasiado enigmático, filosófico y distante. Estamos en 1995 y el caso que enfrentan les marcará de por vida: una chica violada y profanada con simbología de un culto inventado por algún psicópata. En el aspecto enrevesado de la escena Rust ve las huellas de un asesino en serie y se empeña en ver dobles lecturas y mensajes ocultos en la simbología. En la comisaría hay presión, pues los políticos se agitan cuando los medios se ponen pesados, así que la cosa se pone más difícil todavía. Paralelamente vemos qué ocurre en el año 2012, donde los ya retirados detectives son preguntados por otros dos agentes que parecen estar investigando de nuevo el asesinato. ¿No quedó del todo cerrado? ¿Es el extraño Rust ahora un sospechoso?

Tanto a primera vista como sobre todo una vez analizada la temporada completa queda claro que el argumento y el estilo no son nuevos. Como dije en el artículo True Detective, quieto paraos flipaos, donde intentaba poner algo de sentido común a tanto exaltado que vio en esta serie una revolución cinematográfica sin precedentes, la realidad es bien distinta. True Detective es muy clásica en planteamiento, no especialmente novedosa en desarrollo e incluso predecible en su desenlace. Los referentes son claros: El silencio de los corderos (novela –Thomas Harris, 1988- y película – Jonathan Demme, 1991-), Seven (1995), Zodiac (2007)… y en televisión se le adelantó Hannibal (Bryan Fuller, 2013), que dicho sea de paso me resultó algo superior, más sugerente y fascinante. Sus dos autores hacen un ingente esfuerzo en aportar un contenido y envoltorio sólidos y vistosos que disimulen ese clasicismo, y sin duda lo consiguen, alcanzando incluso la excelencia, pero obviamente de ninguna manera estamos ante una serie rompedora.

El guion de Pizzolatto cuida con esmero el retrato de los dos personajes, atacando más la psicología que las acciones, es decir, es más relevante cómo les afecta el caso que el desarrollo del mismo. Y no por ello descuida la investigación, que atrapa con un desarrollo controlado al milímetro (debes agudizar los sentidos y la memoria para quedarte con los nombres de los posibles sospechosos), un aura de intriga constante, una atmósfera malsana, saltos temporales y giros que van añadiendo sorpresas y aumentando el alcance sin sabor a trampa, sino con tacto y comedimiento. De hecho, como thriller, aun siendo muy convencional, ha conseguido tener mucha pegada, tanto que los espectadores se han volcado en la serie como si se tratase de Perdidos (J. J. Abrams, Jeffrey Lieber, Damon Lindelof, 2004), buscando alegorías y pistas tanto en la trama como en las referencias filosóficas y literarias, que son numerosas.

El entorno también se expone magistralmente. La vida en las zonas rústicas de Nueva Orleans (tierra natal del guionista) parece estancarse, la miseria y pobreza van de la mano y muestran una sociedad deprimente. Tanto en la captura del ambiente como en la narrativa en general es crucial la fantástica puesta en escena de Fukunaga, de hecho, estamos en uno de esos casos donde claramente la dirección destaca algo por encima del guion (Breaking Bad sería otro gran ejemplo). True Detective es puro cine: planos medios para los personajes, cuidadísima escenificación (deslumbrante en el cuarto episodio, y no solo por el plano secuencia), virtuosa fotografía que captura unos paisajes espectaculares, una banda sonora sutil acompañada de una selección musical muy atinada, unos títulos de crédito que es imposible saltárselos y finalmente un reparto poco numeroso pero colosal. Desde las primeras imágenes uno sabe que va a estar ante un producto no de primera, sino extraordinario.

Nos sumergimos en este sombrío e intrigante marco junto a los dos protagonistas, dos individuos que siguen el patrón actual donde se rehúye de héroes impolutos y de ética incorruptible: son grises, falibles, llenos de defectos, y su lado malo está casi en la superficie, se pueden descarrillar en cualquier momento y la podrida sociedad no ayuda a que su situación mejore. Una frase de Rust define muy bien su posicionamiento moral: «El mundo necesita hombres malos. Mantenemos a los otros hombres malos a raya»; y otra señala lo cerca que está del lado oscuro: «Claro que soy peligroso, soy policía. Podría hacer cosas terribles a la gente con total impunidad».

Estos dos caracteres cautivan desde sus primeros diálogos y roces, logrando que se olvide rápidamente que la pareja de poli terrenal y poli místico no es sorprendente. La presentación de ambos juega con el misterio: sabemos poco de ellos pero lo que vamos viendo invita a esperar con ansia más información. Poco a poco conocemos la tumultuosa vida amorosa de Marty, con los predecibles pero eficaces amoríos y las consecuentes peleas con la mujer. Y con cuentagotas vislumbramos el trágico pasado de Rust, el porqué de su desapego hacia la sociedad. Saltando entre líneas temporales observamos cómo se adapta uno a la dinámica del otro, cómo les afecta el caso y dónde acaban tras tanto tiempo. La proyección de los protagonistas, a la par que la trama, mantiene un nivel altísimo, pero hay un patinazo destacable: la pretenciosa verborrea existencialista de Rust. En ese aspecto el esfuerzo por distanciarse de lo visto se acopla a un innecesario esfuerzo por ofrecer una serie más inteligente, culta y enrevesada que la media, y se va de madre en ocasiones. Casi todas las chácharas de pretenciosos delirios filosóficos no hay quien las digiera, y el contenido que se logra entrever sin duda se podía haber expuesto con más claridad y credibilidad.

Matthew McConaughey y Woody Harrelson están pletóricos, completamente entregados a unos personajes atormentados y acosados por fantasmas internos que ambos exponen de forma magistral en todo momento. El estilo que imprime McConaughey a su colgado y críptico álter ego sin duda marcará una época, y el capítulo en que se infiltra supone un hito interpretativo incomparable. Una eficaz Michelle Monaghan da vida a la esposa de Marty, un rol no crucial en la trama pero sí en el desarrollo del marido. Es el único personaje con peso más allá de la pareja, porque los jefes, los otros detectives y los sospechosos no son tratados a fondo. Hay quien se ha señalado esto como un fallo, pero yo no lo entiendo así: la serie versa sobre Marty y Rust, lo vemos todo a través de los ojos de ambos. Pero sí es cierto que se nota que el guionista a veces hace malabares para mantener el drama familiar lo justo y necesario sin romper el ritmo.

Los ocho capítulos te engullen por completo, te mantienen tenso, agobiado y expectante constantemente. El cuarto episodio lleva la intensidad creciente a un pico asombroso: la infiltración de Rust en un grupo de moteros criminales desata un clímax sensacional, sobrecogedor, que acaba con el ya famoso plano secuencia de seis minutos. Pero después de tal subidón de adrenalina el receso posterior parece demasiado largo: el relanzamiento del caso y la obligada exposición de la evolución de la familia rebajan bastante la tensión, aunque nunca hasta el punto de hablar de un gran problema. Sin embargo le sumamos que el desenlace opta por una resolución sencilla, algo convencional, y se produce la sensación de que el esfuerzo puesto en ese cuarto capítulo parece un artificio, eficaz y espectacular pero un artificio, y es imposible no pensar en que dicho esfuerzo debería haberse reservado para el capítulo final.

Este cierre de temporada está muy bien ejecutado, pero aquí destaca aún más la puesta en escena por encima del guion. Pizzolatto no fue capaz de ofrecer algo más original, o pensó que no había manera ni necesidad de ir más allá sin forzar giros o trampas que resultaran contraproducentes para la calidad y credibilidad (de hecho, dice que descartó un tono sobrenatural, por suerte). Así pues, resulta un tanto predecible, aunque el trabajo de ambientación es excelente (vaya escenario) y la tensión se mantiene alta en todo momento. En cuanto a las puntadas finales en la historia personal de los dos detectives, tampoco es perfecto. Aquí se pasa de nuevo con la metafísica enrevesada, alargando demasiado unas conclusiones en el fondo interesantes pero que podrían haber sido mucho más claras, directas y por tanto efectivas. En resumidas cuentas, el final es quizá demasiado sobrio en el thriller y algo pedante en lo relativo a los personajes, pero no llega a decaer tanto como para que True Detective pierda los calificativos de cautivadora y extraordinaria. No ha llegado a ser la obra maestra que algunos vaticinaban, pero será con toda seguridad una de las grandes series del año.

Alerta de spoilers: De aquí en adelante spoilers gordos sobre el final.–

La presentación del jardinero como el hombre de las cicatrices no me convenció, pues el plano con él levantado y su frasecita de libro me pareció demasiado artificial, además de que tuve que repetir la escena porque no estaba seguro de ver las cicatrices aunque la escena dijera a gritos que era él, porque ciertamente no es que fueran muy marcadas después de tanto hablar sobre ellas. Pero lo que resultó más decepcionante es que el villano final fuera este paleto sureño de toda la vida (un redneck) en plan monstruoso y retrasado, y que su hogar también tirara demasiado de tópicos a lo Seven: llena de muñecos, simbología inquietante y basura. Prometía más el entramado de religión y política, pero el dichoso Tuttle es borrado del mapa fuera de pantalla. Aquí no sé muy bien qué pretendía Pizzolatto: es cierto que un desenlace con el clásico pez gordo también podría haber sido predecible, pero al menos era más terrenal y serio que el loco y deforme. Además, los detectives pasan por completo de buscar más miembros del culto (justificándose en que son inalcanzables y ya han hecho bastante), y sabiendo que la próxima temporada no seguirá con este caso y estos protagonistas, se acrecienta la sensación de que queda un cierre inferior y más abierto de lo esperado.

Por suerte, como decía, la labor de Fukunaga es excepcional. La carrera tras el asesino es inquietante, el duelo en Carcosa pone los pelos de punta y los protagonistas heridos te hacen pensar en su inminente muerte, pues una serie tan oscura tiene todas las de acabar mal. Pero el guionista prefiere ofrecer un poco de esperanza: vemos que después de todo el tormento han conseguido unirse y madurar más allá de lo que esperaban, que han encontrado algo de luz en la oscuridad. Es un cierre para los detectives que me gusta mucho, pero como también indicaba, de nuevo el diálogo pretencioso frena la verosimilitud y fuerza del momento. No hacía falta tanta palabrería para mostrar algo tan obvio, y el epílogo se alarga más de lo necesario.

En cuanto a las muchas lecturas y misterios que se ha empeñado en señalar la gente, solo veo uno digno de mención, el resto son bastante rebuscados (como la teoría de que Marty forma parte del culto, es decir, es uno de los culpables, algo realmente ridículo incluso antes de ver el final). La escena en el almacén de Rust, donde muestra a Marty las pruebas recopiladas, parece indicar que la chica del video es la hija de este último. Las pistas a lo largo de la temporada son claras: un posible desorden sexual mostrado cuando era niña (con los dibujos obscenos y las posiciones de sus muñecos en plan violación en grupo) y luego de adolescente (con el sexo desenfrenado en un trío). De hecho, Marty enseguida va a ver a su ex y las niñas… pero de esa escena en adelante el tema se olvida por completo: Marty simplemente se despide porque va a meterse en un caso muy feo, no se ve que arrastre ninguna preocupación o ansias de venganza por la hija. Es decir, parece que finalmente es una sucia jugada del despiste digna de Perdidos. A los fans, entre los que me incluyo, no nos ha sentado nada bien.

TRUE DETECTIVE… QUIETOS PARAOS, FLIPAOS

La red se ha vuelto loca con True Detective, la nueva gran serie de la HBO cuya temporada inicial, escrita por Nic Pizzolatto y dirigida por Cary Fukunaga, está interpretada por actores de relativo éxito en el cine como Matthew McConaughey, Woody Harrelson y Michelle Monaghan. Con una atmósfera a lo David Fincher (Seven -1995-, Zodiac -2007-), seguimos la evolución en dos épocas distintas de un extraño caso de asesinato.

El ritmo absorbente, los personajes intrigantes que enganchan, la puesta en escena de primer nivel… Sí, tiene un montón de virtudes… Pero para hablar de obra maestra o no habrá que esperar a que la temporada esté completa. La gente en cambio prefiere dejarse llevar por un entusiasmo considerablemente infantil, a pesar de ser una producción exclusiva para adultos exigentes. Los calificativos que le están otorgando son desproporcionados: que si es la serie que rompe la barrera entre el cine y la televisión, que si es una película de diez horas… Los argumentos que algunos esgrimen para defender esto se ven erróneos a distancia: que si el plano secuencia es un hito único de la historia de la televisión, que si el tener un solo guionista y un solo director para todos los capítulos también. A la cabeza de esta locura están artículos como este de Forbes, citado y repetido sin pensar en numerosos blogs.

Un rotundo no a todo. Un no objetivo e imparcial, porque el sentido común y los datos existentes lo tumban todo rápidamente. No hace falta exagerar para indicar que es una serie excepcional, y menos dejarse llevar de tal forma que se cometen faltas que rondan la mentira descarada, aunque esta sea fruto de la ignorancia.

¿La primera serie en romper la barrera entre el cine y la televisión? ¿Pero en qué mundo viven estos supuestos seriéfilos? ¿Dónde estaban cuando se estrenó Twin Peaks ( Mark Frost, David Lynch, 1990), cuando Urgencias (John Wells, 1994) deslumbró con una puesta en escena de cine, cuando El Ala Oeste (Aaron Sorkin, 1999) la llevó más allá, cuando la conocida como Edad de Oro encabezada por la cadena HBO rompió por completo todo límite conocido en la narrativa cinematográfica con producciones como Oz (Tom Fontana, 1997), Los Soprano (David Chase, 1999) y Hermanos de sangre (Steven Spielberg, 2001), por citar unas pocas entre una decena de obras maestras)?

También se han cegado con un dato extremadamente fácil de comprobar… qué digo, un dato que cualquiera que haya visto un poco de televisión debería conocer sin mirar la IMDB.com: que las labores de dirección y guion están en manos de una única persona en cada campo. ¡Insólito! ¡Algo único en la historia! Pues no, cojones, no. Hay numerosas series escritas en su totalidad por su creador, y también alguna (cortas como en este caso) donde las labores de dirección se limitan a una sola persona. Como ejemplos puedo poner las que me vienen a la mente mientras escribo esto, pero hay muchas más. El Dowton Abbey de Julian Fellowes (2010) lo escribe él solito, por ejemplo. O Los Tudor de Michael Hirst (2007). O el Babylon 5 de Straczynski (1993), que resulta el mejor ejemplo de todos, dada la complejidad y longitud de la obra: dos temporadas enteras se las comió él solo, y las otras con breves aportaciones de otras manos… ¡eso son más de cien episodios!

Además, esto ni siquiera es relevante, porque todo el que curre en una serie lo hará bajo la dirección del o los creadores y productores ejecutivos principales. ¿Qué más da cuántos autores tenga si lo que importa es el resultado? Muchas producciones son de «autoría única» aunque contaran con un montón de asistentes en el guion y la puesta en escena, empezando por El Ala Oeste (1999), donde Sorkin controlaba hasta la última coma. Que un autor delegue por falta de tiempo y recursos es normal y no le quita méritos. Si en True Detective solo dos personas han cargado con el trabajo principal es porque han querido y han podido permitírselo; y no es nada revolucionario, ya se ha visto en otras ocasiones, por ejemplo en la maravillosa La sombra del poder (2003), en manos de David Yates y Paul Abbott, y en la propia HBO tenemos que los siete episodios de John Adams (2008) los dirigió Tom Hooper.

Ni siquiera tener una historia cerrada y con distintos personajes por temporada es nuevo, sin ir más lejos en antena tenemos American Horror Story (Ryan Murphy, 2011). Por no mencionar la tontería de que tener solo ocho capítulos la acerca más al cine, como si no hubiera series de diez, ocho o incluso dos o tres capítulos por año. La exitosa Black Mirror, por ejemplo (Charlie Brooker, 2011).

Y el dichoso plano secuencia… Pues tampoco es el primero. Por favor, que la mitad de episodios de Urgencias y El Ala Oeste tenían excelentes planos fijos de varios minutos, con coreografías complicadas y espectaculares. Y ha habido muchos más, como los que recopila esta lista del sitio avclub.com. Más largos pero menos complejos, más cortos pero más intensos… True Detective no ha inventado el plano secuencia, y es muy discutible que sea el mejor. El plano en sí, en la técnica, no es nada extraordinario. La mitad del tiempo enfoca al careto del protagonista mientras hay griterío alrededor, y los momentos difíciles (de planificación y coordinación) no requieren un gran despliegue de medios y personas. Si destaca es por la atmósfera conseguida en todo el capítulo, rematada con un clímax final espectacular, no porque supuestamente hayan roto esquemas en una sola escena con una narrativa novedosa. Y como digo, puestos a elegir, señalaría unos cuantos de Urgencias y El Ala Oeste como mucho más impactantes y rompedores.

El entusiasmo desmedido que obstruye la razón implica alejarse de la objetividad. No mirar al pasado en busca de méritos ya superados provoca el mismo efecto. Y ambas cosas son imperdonables en quien pretende ir de crítico. En reumen, True Detective no supone ningún cambio o revolución, ni en el panorama televisivo ni en el cinematográfico en general. Y no por eso deja de ser una serie magnífica sobre la que se pueden verter mil halagos.