Archivo de la categoría: The Crown

THE CROWN – TEMPORADA 5

Netflix | 2022
Drama, histórico | 10 ep. de 49-58 min.
Productores ejecutivos: Peter Morgan, varios.
Intérpretes: Imelda Staunton, Jonathan Pryce, Dominic West, Elizabeth Debicki, Olivia Williams, Lesley Manville, Claudia Harrison, Jonny Lee Miller, Salim Daw, Khalid Abdalla, Andrew Havill.
Valoración:

El estreno de la quinta temporada de The Crown llegó justo tras el fallecimiento de la reina Elizabeth II, con lo que más que nunca la serie ha estado en el foco del público y los medios… Pero por desgracia lo ha hecho con su temporada menos buena.

Tenemos otro cambio de actores para encarar las dos últimas etapas. Olivia Colman y Tobias Menzies como la reina Elizabeth y Philip, duque de Edimburgo, son sustituidos por Imelda Staunton y Jonathan Pryce. Ella es muy conocida por incontables películas, desde Mucho ruido y pocas nueces (1993) y Sentido y sensibilidad (1995) a Harry Potter y la Orden del Fénix (2007). Él, eterno secundario (Ronin, -1998-, Piratas del Caribe -2003-) que no ha logrado el merecido reconocimiento hasta hace pocos años con papelones como los de Juego de tronos (2011) y Taboo (2017). El príncipe Charles y la princesa Diana, otrora con los rostros de Josh O’Connor y Emma Corrin, ahora son encarnados por Dominic West y Elizabeth Debicki. El primero deslumbró en The Wire (2002), y desde entonces no le ha ido mal en televisión (The Affair, 2014) y cine (Centurión -2010-, Tomb Raider -2018-). La segunda empezó a dejarse ver por El gran Gatsby (2013), y a darse a conocer en Guardianes de la Galaxia, Vol. 2 (2017), El infiltrado (2016) y sobre todo Tenet (2020). En los roles secundarios encontramos a Lesley Manville como Margaret, Claudia Harrison como Anne, y Olivia Williams irreconocible como Camilla Parker Jones. En las nuevas incorporaciones destacan Jonny Lee Miller como el primer ministro John Major, y Salim Daw y Khalid Abdalla como los Al Fayed.

Entramos en los años noventa, con la familia real arrastrando escándalos matrimoniales y críticas por su obsolescencia y distanciamiento de la realidad. El tramo inicial mantiene la habitual elegancia, el cuidado al detalle, la delicada aproximación a los sentimientos de cada protagonista, y queda por ver si mantendrá el listón dejado tan alto en la cuarta temporada en cuanto al equilibrio entre las distintas historias después de varios años donde no atinaban del todo. Sin embargo, en el acabado empieza a verse cierto acomodamiento. La puesta en escena, sobre todo las difíciles conversaciones de tú a tú, siempre trabajada hasta resultar embelesadora en lo visual y mantener un ritmo contenido capaz de atrapar, se nota algo más descuidada, resuelta con facilones planos y contra planos con cuellos de por medio.

Los guionistas hacen un buen retrato de los conflictos familiares, sin tirar por lo fácil de poner villanos y víctimas como hacen los medios y el populacho con demasiada facilidad. Cada personaje tiene sus virtudes y defectos, los choques con otros y sus propios errores los llevan a tomar decisiones que luego lamentarán. Y como bien se señala, el sistema, tanto los cánones sociales de la época como en este caso la estricta etiqueta e imagen de la monarquía, ponen más trabas. La parte de Diana intentando encontrar una salida, alguien que lo entienda, y dar su versión, siempre está envuelta en un halo trágico muy emotivo. Por su lado, Charles intenta ganarse el perdón del público, que lo ve como culpable de la caída en desgracia de la princesa de Gales, y sentirse útil, mostrar que es un relevo válido de una monarca anticuada. Las reuniones con su equipo personal y con Camilla contrastan con los conflictivos encuentros familiares y el cada vez más malogrado matrimonio. Entre medio, la reina con su visión conservadora es incapaz de entender y arreglar nada, aunque algunos momentos con su hermana y con Philip traen breves conatos de lucidez.

Pero me temo que en lo argumental también empieza pronto a mostrar desgaste. Peter Morgan y su equipo se atascan en la premisa de matrimonios fallidos y una corona anticuada, y las pocas veces que tienen a bien saltar hacia otras aventuras no convencen del todo. Prácticamente todos los episodios están dando vueltas sobre la misma idea, avanzando con cuentagotas, recurriendo demasiado a paralelismos obvios (el barco que jubilan), o todo lo contrario, desaprovechando otros hechos históricos que tenían gran potencial, como la devolución de Hong Kong, que ponía fácil la conexión con dejar atrás las antiguas políticas y abrazar los nuevos tiempos.

Esto último pone de manifiesto que el año anterior fue un momento de inspiración puntual a la hora de unir los conflictos socio-políticos a las vidas de la familia real. El ministro John Major es un secundario anodino, nada se cuenta con él que resulte interesante, y no digamos ya trascendente, parece que nada ocurrió en el país en los noventa más allá de Diana. Por extensión, los episodios que han ido contando cosas tangenciales también son endebles. El de los periodistas es entretenido, pero no deja huella, mientras que el tiempo dedicado a los Al Fayed es excesivo para lo poco que aportan, y el esfuerzo por dotarlo de simbolismo y reforzar la unión con la corona (el tema del mayordomo) resulta demasiado artificial, con lo que acaba pareciendo tiempo perdido en algo que no pinta nada aquí. Lo más destacable es la visita de Boris Yeltsin, que resume bien el contexto, los cambios históricos y la relación entre ambos países.

Hay otro problema grave, este aún más inesperado e inexplicable. Una cosa es que tomen más presencia Charles y Diana, otra que a costa de ellos los escritores se dejen en el tintero cosas cruciales íntimamente relacionadas con la trama principal. No sé qué los llevó a dejar de lado personajes antes esenciales como Margaret y Anne, cuando sus líos con sus matrimonios deberían estar en primer plano también. Si es que hasta la reina queda relegada a aparecer en cada capítulo como una inconsciente fuera de su tiempo. El resto de la familia directamente no tiene presencia alguna, parecen extras. La única excepción es Philip: quien siempre quedaba algo relegado, inesperadamente ha ganado más relevancia, su personalidad ofrece nuevos matices muy interesantes.

Pero además, me temo que el cambio de actores con Charles y Diana no ha sido un acierto. Debicki está muy bien como la princesa despreciada y rota, pero no logra el torrente de sentimientos arrollador de Corrin. Y West tendrá un carisma enorme, pero apenas se esfuerza por meterse en la piel de Charles, apenas unos gestos con las manos, el resto del tiempo es él mismo, como viene siendo habitual en todos sus papeles, así que queda aún más lejos que su antecesor, O’Connor.

Como consecuencia de la falta de contenido y trascendencia, se diluye también el certero análisis sociopolítico de la historia reciente de Reino Unido y la crítica inteligente y comedida que venían haciendo. De repetir y subrayar tanto todo queda una crítica tosca, sin garra, y peor aún, parece que los autores no lo han visto, porque encaramos el final de temporada con dos capítulos donde tanta repetición de historias termina resultando agotadora, y por si no fuera suficiente, tenemos un discurso a modo de resumen y recapitulación, en boca del ministro Major, rematadamente obvio.

En cuanto al acabado, puede que le pongan más ganas tras los poco trabajados primeros episodios, pero la escasa variedad de escenarios le quita algo del glamour y sentido del espectáculo que venía mostrando. Al final queda una obra sólida, vistosa, pero no deslumbrante como antaño.

Siempre ha sido una serie bastante irregular, pero sorprende para mal que tras su año más redondo tenga un bajón tan notorio. Las partes buenas son muy entretenidas, algunas muy emocionantes, pero hay tramos que no despiertan mucho interés, y para el final decae demasiado. Pero lo peor es la sensación global de que han contado poquísimo, de que hemos estados atascados en un bucle toda la temporada.

Ver también:
Temporada 1 (2016)
Temporada 2 (2017)
Temporada 3 (2019)
Temporada 4 (2020)
-> Temporada 5 (2022)

THE CROWN – TEMPORADA 4

Netflix | 2020
Drama, histórico | 10 ep. de 50-60 min.
Productores ejecutivos: Peter Morgan, Stephen Daldry, varios.
Intérpretes: Olivia Colman, Josh O’Connor, Emma Corrin, Tobias Menzies, Helena Bonham Carter, Gillian Anderson, Erin Doherty Marion Bailey, Emerald Fennell, Charles Edwards, Charles Dance, Richard Goulding, Angus Imrie, Stephen Boxer, Rebecca Humphries.
Valoración:

La cuarta temporada de The Crown muestra por fin la maduración que se esperaba en la serie, ha sido la más redonda y equilibrada a la hora de unir distintas historias, la más decidida en el drama y valiente en contenido, y eso que venía de la que menos lograda resultó.

Ya no veo el problema que arrastraba desde el principio su principal guionista, Peter Morgan: lo narrado en cada episodio rara vez dejaba huella en el siguiente, y en concreto había saltos muy bruscos entre el día a día de la familia real y la política. Al cambiar el foco de forma abrupta dejaba la sensación de que se generaban grandes huecos, que no se explicaba como acababa una crisis o el destino de un primer ministro antes de saltar a otra aventura independiente de la corona y generalmente de menor relevancia histórica.

Llevaba estos tres años entusiasmado por la serie pero un poco apenado por esa inestabilidad narrativa que le impide alcanzar un potencial mayor. Me preguntaba si tenía sentido echar vistazos fuera del palacio para que al final no desarrollaran esas historias a fondo. La gran calidad de los episodios en sí mismos, indistintamente de donde pusieran el objetivo, disimulaba bastante esta carencia, pero es innegable que ha pesado más de la cuenta.

En esta etapa, que abarca los años ochenta, la cohesión entre historias y perspectivas es impecable. Lo que ocurre en un capítulo influye y se siente en el siguiente. Los problemas del gobierno y la crisis económica de cada momento se desarrollan de forma que se entiende todo muy bien, no sólo porque no se deja nada a medias, sino porque se le dedica más tiempo y a la vez se forja una unión más natural con la corona. Ninguna sección se impone a la otra, cuando una debe pasar a primer plano lo hace pero sin provocar la sensación de que hemos dejado atrás otras cosas.

La primera ministra actual, Margaret Thatcher, tiene más presencia en lo personal, conocemos bastante de su vida y familia, nos exponen sus motivaciones e ideales, entendiendo así como se embarcó en una carrera política tan polémica. Los roces con la reina no se limitan a escenas sueltas, sino que se construye paulatinamente una relación cuasi simbiótica: el destino del país depende en gran medida de la fortaleza y del entendimiento entre ambas.

Los conflictos entre miembros de la familia real se materializan con mayor dedicación, la evolución de cada rol está más trabajada a largo plazo. Por ejemplo, anteriormente Margaret entraba y salía del relato caóticamente, de manera que incluso podías perder el hilo sobre su vida, pero ahora está siempre presente. Aunque sea con un diálogo o un gesto en historias donde es casi una extra, se va detallando su caída hacia el abismo: la soledad, las fiestas y las drogas van marcando su personalidad hasta que la enfermedad física y psicológica (depresión) hacen acto de presencia.

Pero este es el año de Anne, Charles y sobre todo Diana. Estos dos últimos copan tanto protagonismo que casi dejan a la reina Elizabeth como secundaria. Sin embargo, como cabeza de familia tiene todavía mucho que decir, marcando el ritmo en la vida de todos, y en política ha crecido bastante, siendo capaz de plantar cara a Thatcher. La tormenta de Diana Spencer arrastra a la familia real hacia nuevos escándalos que intentan tapar como bien pueden. Todavía no explotan, eso en la próxima temporada, cuando traten los años 90, pero la tensión y degradación se siente en cada momento.

La tragedia que rodea a Diana es de altos vuelos. El clásico cuento de la princesa rota, pero hecho realidad con toda su crueldad. La joven y sus ilusiones chocan con un mundo de apariencias, de frialdad y sentimientos escondidos, de secretos que se tapan con más secretos. Morgan no se anda con rodeos y muestra el viaje al infierno de Diana con todo detalle. Del éxtasis de vivir un sueño a la depresión y la bulimia.

Pero la familia real también sufre las consecuencias de sus propios actos. Charles es infeliz y mantiene a su amante, Camilla. El matrimonio de Anne se resquebraja también. Pero la corona, su apariencia de infalible, está por encima de los deseos personales, las relaciones se supeditan a ella. Y actos atroces como la ocultación de las primas retrasadas mentales (durísimo el episodio) lo ejemplifican muy bien. Los que saben, callan, los que lo descubren… deben callar también, porque forman parte del juego.

Aquí entramos en el otro aspecto donde Morgan está sintiéndose más cómodo: es más contundente a la hora de mostrar los hechos, rozando la crítica, pero sin pecar de manipulador. En los primeros pasos de la serie dio la sensación de ir con demasiado cuidado, resultando una visión un tanto conservadora. Paulatinamente le fue cogiendo el tono a cierto humor negro que ironizaba con el sentido de la monarquía y sus aspectos oscuros. Pero ahora se lo ve muy decidido en mostrar sin ambages los males de esta y de la política, en destapar los secretos todavía no muy conocidos por el gran público o darle nueva vida a trapos sucios que se estaban olvidando. Y todo ello sin mostrar parcialidad, sin que parezca el juicio personal del autor, sino que los propios personajes ven sus fallos y sufrimientos y los de otros, y los eventos históricos se muestran con toda su crudeza pero sin dirigirte hacia una opinión, ya la sacarás tú según tu forma de ser y tu conocimiento de los hechos. La reconversión del país hacia un neoliberalismo extremo y la guerra de las Maldivas generaron varias tormentas políticas, crisis sociales y económicas de sobras conocidas y analizadas, una serie histórica no es lugar para emitir otro juicio más. Y Margaret Thatcher se muestra como una persona antes que como una política supuestamente despiadada o equivocada.

Por supuesto, habrá quien quiera buscarles las cosquillas, pero a pesar de la temática y la cercanía temporal, sorprendentemente no hay polémica alguna, prácticamente no se ven voces discrepantes. En fidelidad histórica sin duda hay numerosos cambios menores justificados por necesidades narrativas, como cambiar levemente la forma y el lugar en que se encuentran o conocen algunos personajes. En lo importante, el retrato de las personas y los hechos, no parece haber quejas incluso sobre las partes donde Morgan especula más porque no hay datos que confirmen una cosa u otra, como el cuándo conoció la familia real las aventuras de Charles y la bulimia de Diana, qué motivó al intruso que se coló en la habitación de la reina, que Margaret hallara a las primas ocultas antes que la prensa… Lo único que se le puede reprochar es que, para haber empezado fuerte con el IRA, con el atentado que acabó con Lord Mountbatten y otros miembros de su familia, Morgan no vuelve acercarse a ese conflicto que marcó durante décadas a Reino Unido, pero claro, se puede decir que una vez deja de tocar de cerca a la familia real no hay necesidad de abarcar todas las historias vividas en el país.

Los actores principales ya consagrados, Olivia Colman, Tobias Menzies y Helena Bonham Carter a la cabeza, siguen estando estupendos. Las buenas formas que apuntaban las nuevas elecciones se materializan mucho mejor de lo esperado. Erin Doherty como la princesa Anne está muy bien, pero Josh O’Connor como Charles ofrece un papel memorable, no ya por la transformación en la figura real, donde el increíble parecido hace mucho, sino por su intensidad dramática a base de silencios y gestos contenidos. La incorporación de Gillian Anderson también es imponente, se mimetiza de maravilla en Margaret Thatcher. Pero incluso ante tanto talento, la joven elegida para encarnar a Diana arrasa de forma incontestable. Emma Corrin, apenas empezando su carrera, no sólo se parece también mucho a la Diana real, sino que nos regala un torrente interpretativo colosal: de la inicial sensualidad, encanto y gracia… a un cambio de registro brutal cuando las tragedias rompen su idilio y va cayendo hacia infierno.

El acabado visual es deslumbrante desde el primer episodio y continúa manteniendo un nivel con el que pocas series, y también películas, rivalizan. Sigue asombrando su capacidad para pasar de la grandilocuencia al intimismo de un plano a otro con una hipnótica elegancia. Las conversaciones en los salones del palacio combinan la magnificencia hortera con miradas y silencios sutiles, un trabajo exigente para unos directores que cumplen con nota. Y cuando saltamos a los grandes viajes por el mundo encontramos localizaciones espectaculares, aunque en muchos casos no sean las reales: las partes de Australia se rodaron en Málaga y Almería. La banda sonora definitivamente ha ganado con el cambio de compositor el año pasado. Martin Phipp, inglés veterano en el género, se ha adueñado del todo del aspecto musical de la serie, ofreciendo una partitura más adaptada en estilo y en registro dramático, un clasicismo sinfónico más versátil y elegante que la pseudo sinfonía electrónica de Rupert-Gregson Williams y Lorne Balfe, bastante efectiva pero más limitada. Hay mayor variedad temática, con motivos para distintos personajes, algunos de gran belleza, y que evolucionan gradualmente.

Morgan ya ha confirmado varias veces que acabará con seis temporadas, y las dos últimas volverán a contar con un cambio de reparto para adecuarse de nuevo a las edades.

Ver también:
Temporada 1 (2016)
Temporada 2 (2017)
Temporada 3 (2019)
-> Temporada 4 (2020)
Temporada 5 (2022)
Temporada 6 (2023)

THE CROWN – TEMPORADA 3

Netflix | 2019
Drama, histórico | 10 ep. de 47-60 min.
Productores ejecutivos: Peter Morgan, Stephen Daldry, varios.
Intérpretes: Olivia Colman, Tobias Menzies, Helena Bonham Carter, Ben Daniels, David Rintoul, Charles Edwards, Charles Dance, Marion Bailey, Josh O’Connor, Erin Doherty, Jason Watkins.
Valoración:

La tercera temporada de The Crown vuelve a ofrecer un entretenimiento la mar de gratificante, pero lo cierto es que en vez de madurar se nota un estancamiento, no termina de explotar el potencial latente en la historia que abarca y el estilo narrativo con que lo hace. Ya hay que asumir que su autor, Peter Morgan, no pretende salirse de una fórmula que funciona bastante bien de cara al público. Y quizá tampoco lo hiciera si las cosas no fueran tan bien, pues es como ha elegido construir la serie. Aun así, sigo teniendo esperanzas en que en el futuro aproveche mejor las posibilidades que todavía guarda.

El relato del reinado de Elizabeth II (salvo que veas el doblaje español, donde hacen el ridículo castellanizando los nombres) continúa combinando el drama personal de la reina y su familia con saltos a la política, a crisis puntuales, y en general a lo que parezca interesante a Morgan. Pero de nuevo el equilibrio es imperfecto. La elegancia y brillantez de muchos tramos no cuaja del todo con el sensacionalismo o letargo en que caen otros. A veces atina al cambiar el punto de vista a una historia tangencial de gran relevancia o al menos atractivo, en otras deja de lado cosas muy importantes y pone el foco en detalles innecesarios.

El caso más grave viene por partida doble. No puede ser es que estemos con la crisis económica y política en que está sumida el país en primer plano, y la solución se omita por completo para dar más presencia a líos de la corona con la prensa y la imagen pública. Ocurre en el inicio de temporada, donde giramos de la devaluación de la moneda y el gobierno apunto de caer, a las aventuras de Margaret y Lord Snowdon, y en el final, donde pasamos sin disimulo de la crisis energética y las huelgas de mineros a otra etapa de esa tormentosa relación.

Pero la sensación de irregularidad en tono, alcance y calidad pesa todo el año. Se puede decir que tiene cierta ventaja, porque hay espectadores que se enganchan más a unos tramos e historias y otros se decantan por otros distintos, es decir, la serie resulta atractiva para distintos sectores del público. Pero en la valoración global y en un análisis más objetivo que emocional hay que señalar esa falta de estabilidad, los cambios forzados de foco y tono, el material desaprovechado…

El aclamado Aberfan me sacó varias veces de una historia muy potente porque tiran de sensacionalismo más de la cuenta, mientras que tanto Olding como El golpe me absorbieron por completo con unos eventos desconocidos (el espía en la corte, el plan de golpe de estado) contados con gran manejo de la tensión e incertidumbre. Los problemillas de la adolescencia del príncipe Charles me parecieron muy maniqueos, mientras que las aventuras de Margaret en Margaretología fueron más amenas y más originales, aunque fuera a costa de ningunear aspectos más trascendentales.

En lo que sí suele coincidir la mayoría es que la parte final se atasca más de la cuenta en dramas personales, sin conseguir ni el ritmo ni la profundidad necesarios. El intento de redención del Duque de Windsor (ahora encarnado por el gran Derek Jacobi), paralelo al romance de Charles con Camila Shand en El hombre en suspenso se hace pesado. En tierra de nadie quedan algunos capítulos extraños: las crisis de Phillip (con el alunizaje y el nuevo cura) se tratan con mayor elegancia e inteligencia… pero terminan haciéndose episodios muy largos, hubieran ido mejor como historias secundarias. Lo mismo se aplica a la crisis matrimonial de Margaret, un arco un tanto simplón para acabar el año que quizá hubiera ido mejor disgregado poco a poco, alternando con otras tramas. Morgan se ha atado a su idea de centrar cada episodio una cosa, pero también es justo es decir que la cronología histórica limita bastante el movimiento.

Con el excelente nivel de producción la serie sigue manteniendo un aspecto superior a primera vista y engañando bastante los sentidos a sus carencias durante el visionado. Decorados rematados con un correcto trabajo digital cuando es indispensable (aunque alguna pantalla de fondo canta, por ejemplo en los desembarques de varios aviones), vestuario fastuoso y bellas localizaciones exteriores son captadas por una fotografía magistral y unas labores de dirección muy notables. La música ha cambiado. No sé por qué ficharon a Lorne Balfe, de la factoría Hans Zimmer, para una serie tan inglesa: sus sintetizadores creaban atmósferas efectivas pero sin complejidad musical alguna, mientras que el actual compositor, Martin Phipps, aunque obligado a mantener las bases sintetizadas, aporta instrumentación tradicional (aun sin grandes despliegues orquestales) y ofrece un trabajo más versátil y refinado.

En cuanto a interpretaciones, creo que desde el principio tenían pensado cambiar de actores para cada etapa histórica, lo cual estaba claro que iba a garantizar bastantes comentarios y alguna polémica.

Para la década de 1964 a 1974 contamos con otros cuantos talentos más o menos conocidos en televisión. La reina, encarnada entonces por Claire Foy, está ahora en manos de Olivia Colman, quien causó sensación con Broadchurch (2013) y La favorita (2018), y está espléndida. A pesar de que no aguantó las lentillas y los efectos por ordenador no convencieron a los productores y la dejaron con su color de ojos oscuros en vez de los claros de la figura real, desde el principio se ve al mismo personaje. Tobias Menzies, de Roma (2005) y Juego de tronos (2011), también está impecable como como Phillip. Cabe destacar que inicialmente eligieron a Paul Bettany (Los Vengadores -2012-, Master and Commander -2003-), pero se cayó por problemas de agenda. Margaret choca un poco más, pues de la atlética y elegante Vanessa Kirby hemos pasado de golpe a una bajita y rechoncha Helena Bonham Carter (no necesita presentación), aunque desde luego lo hace bien. Y Ben Daniels (La reina virgen, 2006) como Lord Snowdon mantiene el porte carismático de Matthew Goode de maravilla.

Pero en los secundarios entra juego el problema de que tienes que haberte quedado bien con el nombre y posición de cada uno para no perderte con el nuevo rostro. Yo me hice un buen lío con los mayordomos Michael Adeane (de Will Keen a David Rintoul) y Martin Charteris (de Harry Hadden-Paton a Charles Edwards), donde podían haber dejado a los mismos actores y ponerles canas, pues a fin de cuentas a partir de cierta edad el físico no cambia tanto y sería verosímil, y también me despistó un poco al principio la reina madre (de Victoria Hamilton a Marion Bailey). Al Lord Mountbatten inicial, Greg Wise, ni lo recordaba ni lo haré, porque Charles Dance (Juego de tronos, entre otras muchas) está inmenso y se hace con el personaje para él solo.

Los nuevos son todo un acierto. Josh Connor (Peaky Blinders -2013-, Ripper Street -2012-) se mimetiza de lleno en el príncipe Charles; es increíble cómo han encontrado a alguien tan parecido en el físico y que sea buen actor. Erin Doherty (en su primer papel destacable) como la princesa Anne es capaz de dejar huella desde la primera aparición en un plano secundario, y luego aprovecha de maravilla el protagonismo creciente.

Entre los mejores papeles, tras Dance y Colman me quedaría con Jason Watkins (Taboo -2017-, Being Human -2008-) como el primer ministro Harold Wilson, pues resulta un maestro de las miradas y los silencios contenidos que lo dicen todo. Sus encuentros con la reina ofrecen algunas de las mejores escenas del año.

Ver también:
Temporada 1 (2016)
Temporada 2 (2017)
-> Temporada 3 (2019)
Temporada 4 (2020)

THE CROWN – TEMPORADA 2

Netflix | 2017
Drama, histórico | 10 ep. de 55-60 min.
Productores ejecutivos: Peter Morgan, Stephen Daldry, varios.
Intérpretes: Claire Foy, Matt Smith, Vanessa Kirby, Jeremy Northam, Anton Lesser, Victoria Hamilton, Will Keen, Pip Torrents, Harry Hadden-Patton.
Valoración:

Casi podría copiar el comentario de la primera temporada, porque la tónica y la calidad es la misma. Seguimos las andanzas del reinado de Elizabeth II, la corte, y a veces el gobierno, tratando de formar con ello una visión global de la historia reciente de Reino Unido. Pero, como en la primera etapa, parece que sus autores (Peter Morgan a la cabeza) siguieran sin un consenso claro sobre qué contar, si la historia del país o la vida personal de la reina.

Esta vez han abierto un poco más el foco, cambiando el punto de vista en algunos capítulos de la monarca a otros personajes principales (los dos primeros ministros -Eden y MacMillan-, Margaret, Philip y el duque de Windsor), pero todavía da la sensación de que no basta, de que el cuadro completo de Reino Unido sigue dejándose de lado para centrarse en historias menos trascendentales de la corte. Así, la crisis del canal de Suez parece un tanto ajena al resto de la serie, y la aproximación al matrimonio de MacMillan no digamos. La perspectiva también falla a la hora de mostrar al pueblo llano, del que no sabemos nada hasta que aparece el periodista que saca los colores a la rancia corona y los obliga a modernizarse un poco. En estos casos es como pasar de cero a cien, pues el resto se centra demasiado en los dramas personales de la reina y sus allegados y en anécdotas en principio poco prometedoras. La unión de las dos vertientes se puede hacer bien, como demuestran otros momentos donde la relación de la política nacional y mundial con las vivencias de Elizabeth se gestiona mucho mejor: la visita de los Kennedy, la siguiente crisis africana y algunos tramos de las caídas en desgracia de los ministros.

Este problema de foco se disimula un tanto porque, como en la primera temporada, todas las aventuras las narran con un cuidado extremo en la confección de escenas y diálogos, en la situación emocional de los implicados, y, sobre todo, en el aspecto visual e interpretativo, que resulta sublime. La fotografía es un portento de cuidado, los decorados y efectos especiales magníficos, y la labor de los diversos directores excelsa, conformando una serie más que hermosa arrebatadora, tanto que bordea ser empalagosa. El guion es inteligente, sutil, detallista… tanto que se acerca demasiado a un tono pretencioso, tal es el esfuerzo por dotar de relevancia a cada acontecimiento. Pero en ambos casos eluden esa sensación con elegancia, resultando un entretenimiento deslumbrante y adictivo. En algunos capítulos puedes terminar pensando en que no te han contado nada realmente importante, pero el viaje resulta la mar de emocionante. Por ejemplo, la odisea de Margaret con el fotógrafo bien podría haberse narrado en quince minutos, pero sus autores logran una película romántica notable. Sólo en los dos últimos episodios fallan, pues en ellos se atascan en clichés muy vistos (el niño inadaptado, con topicazos cargantes como el dichoso muro), sin ser capaces de darle una perspectiva más ingeniosa y atractiva como sí consiguen en el resto del año.

El notable reparto tiene algunas nuevas presencias de calidad, como Mathew Goode, pero por lo demás se mantiene en la tónica del año previo: Claire Foy está impecable como la reina, con un trabajo lleno de sutilezas y gestos contenidos realmente complicado, y Matt Smith como su marido sigue siendo el eslabón más débil, saliendo airoso sólo porque tiene cierto carisma. El resto de grandes actores, sean conocidos o no, están de nuevo impecables.

A pesar de su ligera irregularidad, tanto en objetivos como en calidad, The Crown es la mejor muestra actual, sea cine o serie (también es otro caso donde esta frontera se difumina casi por completo), de que se puede contar más o menos lo mismo de siempre y lograr una obra de gran nivel. Una vez sumergida en ella es fácil olvidarse de sus carencias y enamorarse de su factura impecable, sus personajes deliciosos, los certeros diálogos, la épica que son capaces de conferir a historias a veces mundanas, pero otras también bastante jugosas. Además, van cogiéndole el punto a la crítica ligera y al humor, que da pie a algunos momentos irónicos bien conseguidos, en plan «sí, sabemos que la corona y todo lo que le rodea son costumbres anticuadas, algunas un tanto ridículas, y sin duda muchos de la corte también lo sabían». En el tramo final de hecho esta última noción pasa a primer plano: la reina aceptaría que Philip haya tenido aventuras, porque su matrimonio es imagen política. Con ello la serie sigue mitigando la impresión inicial de que era un tanto conservadora. Ahora falta que se centren un poco más en el rango de historias elegidas, porque sigue habiendo latente una obra de sobresaliente.

En próximas temporadas, para adaptarse a la edad de los personajes, habrá cambio de reparto. Olivia Colman (Broadchurch -2013-, El infiltrado -2016-) encarnará a la reina (con lentillas para aclarar sus ojos, supongo), y, conociéndola, me parece una buena elección. Más llamativos resultan Helena Bonham Carter (varias de Harry Potter -2009-, El club de la lucha -1999-) como Margaret y Paul Bettany (Master and Commander, 2003) el duque de Edimburgo, sobre todo este último, un actor muy intrautilizado. El resto del reparto está pendiente a la hora de escribir esto.

Edito: Bettany quedó fuera problemas de agenda, y el rol acabó en manos Tobias Menzies (Juego de tronos, 2011)

Ver también:
Temporada 1 (2016)
-> Temporada 2 (2017)
Temporada 3 (2019)
Temporada 4 (2020)

THE CROWN – TEMPORADA 1


Netflix | 2016
Drama, histórico | 10 ep. de 55-60 min.
Productores ejecutivos: Peter Morgan, Stephen Daldry, varios.
Intérpretes: Claire Foy, Matt Smith, Vanessa Kirby, John Lithgow, Jared Harris, Pip Torrens, Ben Miles, Jeremy Northam, Victoria Hamilton, Alex Jennings.
Valoración:

Antes de entrar en materia, lo primero que quiero hacer es desmentir la frase con la que casi todos empiezan al hablar de The Crown: ¡basta ya con el rumor de que es la serie más cara de la historia! No sé de dónde ha salido, y es vergonzoso que los medios lo repitan sin informarse. El propio creador y algunos de los directores han expresado en algunas entrevistas (1 y 2 por ejemplo) su asombro ante esas cifras absurdas. Según ellos habría costado unos cien millones de dólares por dos temporadas (igual que House of CardsBeau Willimon, 2013-), cincuenta cada una, cinco por capítulo, que ya es bastante, y lo luce muy bien. Hasta ciento cincuenta por la primera temporada indican algunos… y aun así no sería el presupuesto más grande conocido, porque en algunos años Urgencias (John Wells, 1994) rondaba trece por episodio, casi trescientos millones por temporada.

The Crown no es una serie que de primeras me llamara mucho. ¿Otra producción inglesa sobres las clases nobles? ¿Qué pueden aportar después de infinidad de películas, series y miniseries sobre diversos reinados y familias ricas? Sin ir más lejos, tenemos muy reciente la exitosa representación de las familias de la alta sociedad en Downton Abbey (Julian Fellowes, 2010).

Los dos primeros capítulos me echaron bastante para atrás, pues son bastante básicos: tramas lineales y predecibles, personajes acartonados y estereotipados (más sirvientes estirados). La agilidad e inteligencia con la que en Downton Abbey unían decenas de protagonistas y aventuras logrando un mosaico cautivador no parecía asomar aquí por ninguna parte. Además, la perspectiva inicial me pareció un tanto conservadora, con demasiada adulación a la corte y una visión muy cerrada sobre la misma, es decir, vemos la burbuja en que viven y ya está; a Downton Abbey se le notaba también la nostalgia por la alta sociedad, pero trataban bien los cambios que llegaban con los nuevos tiempos a la sociedad.

Pero la puesta en escena no me importó que fuera conservadora, porque lo es en sentido cinematográfico. El vestuario y los decorados son impecables, y la trabajada fotografía consigue una belleza casi abrumadora. La dirección mantiene un tempo sobrio embelesador, y el trabajo actoral es excelente. Así que le di una oportunidad para ver si su tono pomposo, afectado (la premisa simplona y previsible tratada como si estuvieras ante algo único), su ritmo plomizo y su excesivo patriotismo no le impedían crecer y lograba navegar hacia algo más llamativo. Tantas alabanzas y tantos premios, digo yo que algo tendría. Y lo cierto es que mejora muchísimo a partir del tercer capítulo, y aunque no consigue librarse del todo de cierta irregularidad en intenciones y forma, sí levanta el listón hasta una media de notable, con momentos brillantes, de forma que deja muy buenas impresiones y mejores sensaciones de cara a su futuro.

Eso sí, los Globos de Oro han hecho el ridículo otra vez, teniendo temporadas claramente superiores, como la cuarta de Orange is the New Black (Jenji Kohan, 2013).

Poco a poco le cogen el punto a su argumento sencillo y consiguen exprimirlo al máximo en un guion que sorprendentemente llega a mostrar más inteligencia, sutilezas y novedades de las prometidas. Mediante la exposición metódica de situaciones, apoyándose con sabiduría en los sentimientos de los personajes y el cuidado del detalle más en que en tratar de formar tramas complejas (es decir, los diálogos, en conjunción con la mirada del intérprete o su postura, dicen más de lo que se ve en la superficie), y con una dedicación exhaustiva en la puesta en escena para obtener la mayor elegancia y emoción posible de cada plano, sus autores son capaces de lograr un relato muy atractivo e incluso a ratos conmovedor. Lo mejor es que salimos del aparente inmovilismo inicial, tanto en temática como en estilo, pero también en el rango ideológico.

Cada capítulo toma una historia relevante del reinado de Elizabeth II y lo trata con un estilo distinto, como si fueran películas conectadas por una temática global. Uno está centrado casi exclusivamente en la elección del mayordomo de la reina, otro en un par de detalles del protocolo de coronación, y aun así te absorben por completo. Y otros abren el horizonte, abarcando al gobierno y mostrando así algunos problemas del país; el del smog (las nieblas mortales de Londres: el clima estancado y el humo de los hogares asfixiando a la población) es muy movidito. También crece a ojos vista la profundidad del relato, así como un tono irreverente que va borrando la apariencia conservadora y otorgándole más cercanía y naturalidad, con inesperados toques de ironía, como el duque diciéndole a la reina que le toca a ella arrodillarse, o sea, que quiere una mamada. El mejor ejemplo del crecimiento de la serie es el duelo intelectual entre Churchill y su pintor, que nos regala algunas de las escenas más profundas y hermosas del año: el primer ministro enfrenta el dilema de la dimisión desde su sofá, mientras el pintor trabaja, lo que nos ofrece una acertadísima perspectiva íntima y velada (el estanque…).

Pero esa rápida maduración no deja atrás del todo esos problemas iniciales, pues aunque los va ocultando bastante bien, a veces saltan otra vez a primer plano, dejando cierta sensación de irregularidad, de que a pesar del gran nivel alcanzado en su conjunto, sin duda podrían haber llegado más lejos. El aspecto más notable es su tono algo pretencioso, con mucho adorno sobre unas tramas algo limitadas. Por muy bien hecha que esté deja la impresión de que quizá el esfuerzo que han puesto no haya estado dirigido en la mejor dirección. Anunciaban una gran serie sobre la corona y la política inglesa en la segunda mitad del siglo XX (seis temporadas pretenden hacer), y a la hora de la verdad han contado en muy pocas cosas, la mayoría casi intrascendentes, cuando había sin duda mucho más que abordar. El capítulo de la crisis del smog es un gran ejemplo de que hay muchas cosas fascinantes que mostrar, y también es el único momento en que vemos realmente al pueblo, con la secretaria y su compañera de piso y otros ciudadanos a pie de calle. Pero en el resto se obsesionan con la reina y apenas salimos de palacio a pesar de tener al gobierno como supuestos coprotagonistas.

Por ejemplo, mientras la reina tiene alguna duda poco significativa, el pueblo sufre los racionamientos post guerra. ¿No deberían estar contándonos que está haciendo el gobierno, si había dilemas éticos entre los nobles o, si no los hubiera, mostrar su distanciamiento o su falta de escrúpulos? Pues resulta que se quitan de encima este asunto en un diálogo secundario, y se empeñan en darnos cincuenta minutos de la reina decidiendo algún aspecto trivial de sus quehaceres diarios. Mientras se entretiene viendo animalitos en África o tiene algún tropiezo con el amarillismo de los medios en su primera gran gira, no nos introducen lo más mínimo en el tema del colonialismo y los cambios que se están dando en la política del país desde las guerras mundiales. Cuando parece que por fin van a hacerlo, con el conflicto del nuevo primer ministro (Eden) con Egipto, lo cuelan como una trama secundaria de relleno y no se entiende nada (me he enterado de que era el inicio de la crisis del canal de Suez al verlo comentado por internet), mientras en la línea principal le dan mil vueltas al matrimonio de la hermana de la reina, Margaret, aunque esto cupiera en mucho menos metraje y sea obvio cómo se va a desarrollar.

También puedo señalar que casi no hay continuidad entre episodios, que lo del tono de películas sueltas se lleva demasiado al extremo. En uno la reina se preocupa porque no ha estudiado nada útil y se empeña en buscarse un profesor, pero en adelante no sabemos si sigue con sus clases, si se saca alguna titulación de educación básica, si vuelve a sentirse acomplejada entre las grandes figuras de la política mundial; en los últimos capítulos resulta que tiene un gran amigo, el que cuida sus caballos, pero aparece de la nada: alguien tan importante en su vida debería haber tenido una presentación adecuada; obligan a Margaret a esperar dos años antes de casarse, y en ese momento sufre mucho, pero el resto de la temporada no parece acordarse de ello hasta que lo traen a primer plano de nuevo, y no queda bien, porque forma parte del personaje y debería reflejarlo en todo momento. Hasta las fechas no cuadran. Del capítulo octavo al noveno han pasado tres meses, lo que dura la gira de la reina, pero Eden dice que cuando estuvo enfermo fue hace dos meses, aunque está claro que fue bastante antes de dicho tour.

En cuanto a fidelidad, los autores dicen ser muy fieles y la vez afirman que la expresividad narrativa va antes que la realidad, así que, como suele ser habitual, harán lo que más les plazca. Sin ser ducho en estas historias, sólo hay que navegar un poco por la wikipedia o buscar artículos por internet para ver los cambios más evidentes. Por ejemplo, la vida del hermano de George VI, Edward, se muestra demasiado idílica para lo tumultuosa que fue… y las sospechas de simpatías nazis se eluden por completo.

El reparto es magnífico, uno de los mejores del año. Como buena serie inglesa, tiene secundarios de lujo en cantidad, incluyendo una breve pero excelente aparición del enorme Stephen Dillane (Juego de tronos -2011-, aunque yo lo conocí en John Adams -2008-). En cuanto a los principales, a Matt Smith (Doctor Who -2005-) le falta algo de pegada, pero el resto están impresionantes. Claire Foy como la reina me ha impactado bastante con una logradísima interpretación llena de silencios y gestos contenidos, porque el primer papel que le vi, en Crossbones (2014), dejaba mucho que desear. Ahí se nota lo que un buen personaje y buenos directores pueden frenarte o potenciarte. Pero a pesar de su gran papel casi queda eclipsada por un fantástico Jared Harris como George VI, la asombrosa transformación de John Lithgow (3rd Rock from the Sun -1996-) en Winston Churchill, que sin duda será recordada, e incluso la entusiasta labor de Vanessa Kirby como la princesa Margaret (curiosamente, la actriz tiene un rostro muy de la época). Lo único que puedo reprochar es que Jeremy Northam como el político Anthony Eden aparece poquísimo a pesar de su prominencia en los créditos, con lo que no podemos disfrutar como esperaba de este excepcional y desaprovechado actor (su presencia en Los Tudor -2007- quitaba la respiración en un reparto ya de por sí colosal).

Aparte, tengo un apunte personal: no entiendo la manía que hay (aunque no sé si es exclusivo de España u ocurre en latinoamérica también) de traducir y adaptar los nombres de personajes históricos. Si se llama Elizabeth Alexandra Mary no me pongas su versión castellanizada, que cada vez que dicen su nombre en el doblaje o sale en los subtítulos queda absurdo y anacrónico, porque no es española. Y si nos vamos a épocas más antiguas ni te digo lo molesto que me resulta que pongan innecesarias adaptaciones modernas. Pero me temo que es algo que está muy asentado, incluso en los ramos académicos. Y siguiendo con este tema, ¿por qué no han traducido el título?

Recapitulando, The Crown requiere paciencia, tanto porque tarda en arrancar como por su tono tranquilo y centrado en historias que sus autores estiran y engrandecen quizá más de la cuenta. Pero lo hacen con destreza y la temporada crece rápidamente, logrando que esas sensaciones queden bastante olvidadas cuando acabas cautivado por la fuerza que desprende el relato, más contenido y sutil de lo esperado incuso en los tramos más artificiales, y con un aspecto visual arrebatador. Pero precisamente por ello me sorprende su éxito, que una serie que aparenta ser simplona pero luego se torna muy inteligente y exigente (sobre todo por los cambios de historias y formas), haya conseguido cautivar a la masa de espectadores.

PD: Una buena introducción a la serie sería la estupenda película El discurso del rey (Tom Hooper, 2010), que narra los primeros años de George VI.

Ver también:
-> Temporada 1 (2016)
Temporada 2 (2017)
Temporada 3 (2019)
Temporada 4 (2020)