Ya se han entregado los Globos de Oro, los premios más conocidos de la industria televisiva y los segundos más populares de la cinematográfica. Y como todos los años, las mismas eternas discusiones. Que si el presentador mola o es un sosainas (al menos en esta ocasión Ricky Gervais ha repartido estopa de forma magistral, tanto que la industria anda revuelta y la blogosfera tiene algo jugoso a lo que aferrarse), que si las actrices están buenas y lucen trajes caros, y sobre todo que si el dichoso premio se lo lleva esta producción o aquella.
Y yo no entiendo cómo pueden despertar tantas pasiones estos debates, pues siempre discurren por el mismo sendero de predecible y aburrida monotonía. Es increíble que todavía a estas alturas se pueda discutir sobre cómo es posible que haya ganado la serie más popular y mimada por encima de la que parecía ser la mejor. ¿Cómo no va a ganar la producción más exitosa y apreciada? ¡Si lo que se vota es eso! ¿Cómo no va a ganar la que más juego da, la que más adoran los medios, críticos y periodistas que forman parte de los jurados o influyen en ellos?
Preguntarse porqué se lleva la victoria Glee (que encima repite) ante maravillas como The Big C criticando que la diferencia de sus cualidades artísticas es notable resulta bastante absurdo, porque es descarado que esa valoración es secundaria a la hora de votar (y ya era hora de que vaya perdiendo protagonismo esa tontería sobrevaloradísima de 30 Rock). Igual de absurdo es preguntarse o lamentarse sobre porqué Breaking Bad pierde ante Boardwalk Empire, cuando es evidente que venir de la HBO da cien puntos de carisma (ya es todo un logro no repetir con la aburrida Mad Men, pero estaba bastante claro quién mandaba esta temporada). O sorprenderse de que una producción menor (The Walking Dead) haya llegado tan alto: cómo puede no verse que su enorme éxito la ha catapultado hasta ahí. O discutir sobre cómo es posible que los mismos actores sean nominados y/o ganen una y otra vez dejando de lado interpretaciones también notables. ¿Quién llena las portadas y a quién quiere más la prensa? Pues es evidente que ya no tocaba aplaudir por enésima vez a Hugh Laurie, Michael C. Hall o Jon Hamm, y había pocas posibilidades de dárselo al más merecedor, Bryan Cranston, cuando Steve Buscemi tenía todo el peso de Boardwalk Empire a su favor. Igualmente es fácil de ver que Jim Parsons (Big Bang Theory) es el que está de moda dejando ya en segundo plano a Steve Carell. Y también son claras las razones por las que Rubicon y Treme ni siquiera han sido nominadas a pesar de ser bastante superiores a la mitad de las elegidas: demasiado elitistas, con público y repercusión muy limitados. Recordemos que obras maestras como Babylon 5 o The Wire no se comieron un rosco en su momento mientras otras de más que dudosa calidad son habituales entre las seleccionadas (24, Mujeres desesperadas, Dexter…).
¿Sorpresas? Muy pocas, aunque alguna cae siempre, como otorgarle el de mejor actriz de comedia a Laura Linney por encima de las favoritas Edie Falco o Tina Fey, quizá porque hubiera sido un robo descaradísimo no dárselo o porque las otras dos están ya muy vistas. También es interesante ver que en drama Katey Sagal se ha destacado sobre las más previsibles, Julianna Magrullies y Kyra Sedgwick. Y por cierto, que me expliquen por qué Kelly McDonald se nomina como secundaria cuando es protagonista principal. O por qué hay categoría de actor principal de serie, miniserie y película televisiva por separado pero en el apartado de actor secundario todos luchan juntos. Probablemente por ello magníficas labores como la de Michael Shannon (el agente del FBI de Boardwalk Empire) se han quedado fuera.
Pero nada, a pesar de que todo se desarrolla prácticamente de la misma forma que todas las temporadas, de que es el enésimo festival de egos y peloteo mutuo donde a la hora de votar priman varios valores antes que la verdadera calidad, nos encontramos con otro año más donde los medios (profesionales como revistas o amateurs como blogs) se llenan de interminables e irrelevantes escritos sobre el tema. Y todo ello además a pesar de que es una gran pérdida de tiempo, porque cada uno tiene su propia lista de lo mejor del año.