CHERNOBYL – MINISERIE


HBO | 2019
Drama, suspense, histórico | 5 ep. de 60-72 min.
Productores ejecutivos: Craig Mazin, Johan Renck, Jane Featherstone, Carolyn Strauss.
Intérpretes: Jared Harris, Stellan Skarsgård, Jessie Buckley, Emily Watson, Paul Ritter, Sam Troughton, Robert Emms, Con O’Neill, Adrian Rawlins, Ralph Ineson, Mark Lewis Jones.
Valoración:

De vez en cuando, la gente se vuelve loca con la llegada de un producto o una obra de arte, y es recibido como la última revolución y obra maestra en su campo. Pero lo más habitual es que estemos ante una moda, un furor pasajero, y el tiempo ponga las cosas en su sitio. Lo normal es que ocurra al revés: una obra maestra es demasiado atípica y complicada para asimilarla del todo a la primera, y pueden pasar años hasta que se aprecie como es debido.

Ese es el caso de Chernobyl, una miniserie de la HBO que ha causado gran revuelo en todo el mundo, hasta el punto de que se estaba tratando como la mejor serie de la historia ya antes de acabarse de emitir sus escasos cinco episodios. Sin tan siquiera haberla visto entera, ¿cómo pueden ser tales valoraciones objetivas o incluso mínimamente racionales?

La explicación está en que nadie se quiere perder el evento televisivo del año, una tendencia que una vez alguien ha conseguido ponerla en marcha, o lo ha hecho sola, se alimenta a sí misma hasta explotar como la propia central nuclear: si quieres estar en la onda, poder seguir las conversaciones y pillar los memes en internet, tienes que ver eso de lo que habla todo el mundo. Y para intentar entender este fenómeno pienso en una mezcla de factores. Esos espectadores han visto pocas series, y menos de calidad, pero internet visibiliza demasiado su entusiasmo. El desencanto con Juego de tronos (David Benioff, D. B. Weiss, 2011) ha llevado a muchos a tirarse de cabeza a lo primero llamativo que había por ahí. Y, sobre todo, la HBO ha comprado o al menos agasajado a muchos medios para intentar parar el aluvión de bajas tras la caída en desgracia de Juego de tronos, con lo que antes de estrenarse ya estaba en marcha la rueda con miles de artículos poniéndola por las nubes, y esa presión por estar al día ha atrapado a muchos, y estos a otros…

Pero al final ha resultado ser eso, un fenómeno mediático sin nada detrás, el Strange Things (Matt Duffer, Ross Duffer, 2016) de este verano. La realidad es que la miniserie es buena sin más, incluso bastante irregular. Nada que ver con Hermanos de sangre (Tom Hanks, Steven Spielberg, 2001), una que sí entra en la categoría de obra maestra, ni con la primera temporada de True Detective (Nic Pizzolatto, Cary Fukunaga, 2014), otra que vivió su propia ola de sobrevaloración pero fue mucho más redonda que la presente, ni es comparable a otras muchas excelentes o notables de la cadena, como John Adams (Kirk Ellis, 2008), Olive Kitteridge (Jane Anderson, 2014), The Corner (David Simon, Ed Burns, 2000)…

Entrando en materia, a los pocos capítulos lo que me he encontrado no es la anunciada obra maestra, sino la confirmación de lo contrario: que a sus autores les cuesta encontrar un foco narrativo, centrarse en un objetivo y estilo concretos. En una valoración objetiva, ya con eso a lo más que puede llegar es al notable si destaca bastante en otros aspectos y el conjunto se sobrepone a sus carencias. Pero en una subjetiva tampoco veo tanto como para gritar de entusiasmo: no resulta tan adictiva y estremecedora como prometía. Estoy convencido de que en pocos meses nadie hablará de ella. El ciclo del éxito por moda es cada vez más corto, y para dejar huella en el rico panorama actual de series hay que ofrecer muchísimo más.

Es difícil crear un relato, histórico o ficticio, de gran complejidad y calado, es decir, que presenta muchos frentes, personajes, perspectivas e incluso aborda diversas secuelas, de forma que quede todo bien reflejado y con suficiente equilibrio tanto en la línea de acontecimientos y el arco dramático de los personajes como por su puesto en la experiencia del espectador, pues si es demasiado farragoso o disperso no llegará bien. Juego de tronos iba muy bien en ese sentido, pero patinó en sus últimas temporadas; los referentes más destacados serían Babylon 5 (J. Michael Straczynski, 1993) y The Wire (David Simon, 2002). Chernobyl está a años luz tan siquiera de soñar con llegar a ese nivel.

El guionista Craig Maziny (en un cambio de registro llamativo, pues viene de comedias tontas, como varias secuelas de Scary Movie y Resacón en las Vegas) y el director Johan Renck (con una larga experiencia en videoclips musicales y participación en unas pocas series) parece que no saben si quieren un drama documental, uno humano o uno de denuncia, o un thriller político, o suspense y terror. La combinación no da un todo superior y por separado ninguno de esos ámbitos es abordado con la consistencia y profundidad necesarias como para lograr una miniserie redonda. Eso sí, por suerte los ingredientes no son malos ni la mezcla termina de venirse abajo. Es lo suficientemente coherente y amena como para resultar un visionado bastante agradable, pero es muy irregular y posee un gran potencial desaprovechado.

Tenemos dos protagonistas principales no deslumbrantes pero capaces de sostener el relato sin problemas, pero el resto son secundarios poco llamativos y extras que no conmueven lo más mínimo. Stellan Skarsgård es Boris Shcherbina, vicepresidente del Consejo de Ministros, un título rimbombante para un político que no tiene mucho poder real. Básicamente le encasquetan el marrón a alguien de segunda fila. Jared Harris es Valery Legasov, un reputado científico del Instituto Kurchatov, el órgano más importante en el gremio. Su labor es la mediación entre la parte técnica y científica y la política, pero en la serie también acaba dirigiendo la campaña de limpieza, mientras que Shcherbina lleva la gestión humana y administrativa.

Ambos se presentan como una típica y predecible pareja de opuestos que chocarán hasta que la situación les abra los ojos y encuentren una forma de trabajar juntos, pero lo cierto es que es peor que eso, porque a los pocos minutos ya se entienden, y en adelante va todo bien, es decir, se acaba el conflicto demasiado rápido y ya no hay roces que, por predecibles que fueran, amenicen un poco su trayectoria. A eso hemos de sumar el cliché de empezar por un prólogo que muestra el final, como intentando crear expectación, pero que como es habitual no sirve para nada: en cuanto empieza lo importante te has olvidado de ese enredo inconexo. Con un arco tan limitado, funcionan por los pelos gracias a que su esfuerzo constante queda bien mostrado y porque los actores son bastante competentes. Pero estos tampoco están tan magníficos como defienden algunos: Skarsgård hace de sí mismo, como más veces de la cuenta, y Harris ha estado muchísimo mejor en El Terror (2018) y The Crown (2016).

No me hubiera molestado que optaran por mostrar todo desde la perspectiva de estos dos personajes, que las acciones de los secundarios las viéramos desde sus ojos. Así se simplificaría una obra coral, se manejaría mejor el misterio (sin dar la sensación de que otros personajes aparecen o no a conveniencia de los autores) y se centraría mejor la conexión emocional con el espectador. De hecho, en muchas miniseries es común que intenten abarcar demasiado y acabes mareado con tanto personaje, la mayor parte intrascendentales. Pero se quedan a medias, siguiendo esa fórmula unas veces y otras abriendo el objetivo más de la cuenta. Además, para el resto de implicados en la historia se empeñan en simplificar demasiado o deciden reunir varias figuras en una que sirva de representación, cayendo en fallos y estereotipos.

Los administradores y técnicos de la central sólo valen para explicar lo que ocurre, no tienen sustancia alguna más allá de parecer los clichés del jefe abusón pero sin idea de lo que hace y los aprendices asustados. En principio nos muestran lo justo de ellos para que no sepamos qué ha pasado y supuestamente se nos contagie el suspense, pero entonces debes mantener ese tono hasta el final, no puedes de repente, en el último episodio, pasarlos a primer plano sin venir a cuento y tratar de exponer sus motivaciones metiendo un flashback que ahonde en ellos, porque ya es tarde, ya ha acabado todo y sus historias personales ya no me son útiles. En otros casos parece que la cosa apunta mejores maneras, como los mineros, con un jefe muy llamativo y anécdotas de trabajo interesantes… Pero a la larga también se equivocan: nos dejan sin mostrar el desenlace de su labor y pasan a a otra cosa menos relevante.

La científica Ulana Khomyuk (Emily Watson) es un comodín para representar a una decena o más de especialistas que ayudaron a Legasov. Al menos pon a unos pocos de ellos, que veamos el complicado proceso de forma que no parezca que todo el trabajo de limpieza lo dirige él solo con apoyo puntual de una colaboradora casual. Lo mismo ocurre con el pueblo llano: para mostrar el drama humano a pie de calle lo reducen todo a una parejita cursi, el bombero y su esposa, pero son dos tópicos andantes metidos con calzador que rompen el ritmo y nos apartan de lo importante constantemente para ver a Jessie Buckley (Guerra y paz, 2016), la esposa, poner caritas de pena un tanto cargantes. A la hora de encarar las distintas misiones para limpiar la central y la zona tampoco atina, sino que buscan lo fácil en cada situación, sin centrarse en lo relevante ni en exprimir las partes que tienen mayores posibilidades: los tres buzos se llevan una mini escena de terror forzado que no hace justicia a su gran labor, mientras que unos soldados que sacrifican animales se llevan nada más y nada menos que medio episodio de lagrimitas fáciles con cachorros de perritos muriendo.

Como extensión, las sensaciones que transmite el visionado no terminan de aprovechar las enormes posibilidades latentes. Hay que decir que materializan bien la radiación, una amenaza invisible difícil de representar. Los detectores sonando constantemente, las cifras de roentgen dadas en cada misión, la gente enfermando y el temor a que contagien algo, la forma de enfocar el viento, el humo y las cenizas para resaltar que están envenenados… Pero la atmósfera de suspense y temor, aunque ofrece alguna escena suelta con bastante fuerza (la recogida de escombros en los tejados y la entrada de los buzos en la oscuridad son inquietantes), en general anda un poco corta, con bajones importantes en los abruptos cambios hacia el drama o el thriller político, donde tampoco consigue conmover en el lado humano y ponerte nervioso con las intrigas del estado y la KGB. Debería ser una obra trágica y sobrecogedora que te dejara un mal cuerpo no sólo durante todo el visionado, sino durante días, y simplemente cumple con lo justo. A veces, como en esas escenas de los cachorritos, el dramón de la esposa o la tonta aparición de la anciana y la vaca, parece que al fin y al cabo estamos ante una miniserie televisiva y melodramática más, no una de primera división.

En resumen, no han sido capaces de mostrar la compleja perspectiva global en condiciones. Han faltado escenas de grandes evacuaciones, de masas de gente sufriento las secuelas. Han fallado en la excesiva reducción de personajes en figuras un tanto básicas. Y han subrayado en exceso sensaciones concretas en momentos puntuales, o dicho de otra forma, es un batiburrillo de géneros sin la fluidez necesaria.

En lo visual es algo más sólida, pero también queda lejos de causar impresión. La recreación de la central nuclear de Chernobyl (llamada en realidad Vladímir Ilich Lenin) se queda cortísima, con parcos decorados y unos matte painting bastante evidentes que parece que intentan mostrar lo mínimo posible para que no den el cante, con lo que se genera otro problema: apenas tenemos planos amplios de la central que nos muestren el qué y el dónde con todo detalle, y de momentos espectaculares sólo me viene a la cabeza el inicio de las tareas de extinción del incendio con helicópteros. La ambientación, tanto el vestuario, las localizaciones (rodada en Lituania, que cuela como Ucrania sin problemas) y el filtro a la fotografía garantizan una inversión muy buena en la época, pero por la pobre recreación de lo más importante, la central y las evacuaciones y tareas de limpieza, parece que ha faltado dinero y ambición.

Se podría agradecer que sirva para hacer justicia de cara al público de unos hechos que fueron tergiversados y ocultados, sobre todo porque intenta poner en los sitios en que corresponde a los principales implicados: a los héroes olvidados o directamente silenciados y borrados de la historia, a los corruptos e incompetentes (tanto a los que se libraron como a los que pagaron de más), y sobre todo al estado soviético, con su administración corrompida y su obsesión con fingir y mentir en vez de hacer las cosas bien desde el principio. Pero aquí también está muy lejos de dar la talla, porque por la combinación del afán por el sensacionalismo y la enervante manía de Estados Unidos de reescribir la historia mundial a su favor, la serie después de todo no resulta muy fiel.

Para empezar, parece que quieren vendernos (y muchísma gente se lo ha tragado) que la miniserie descubre cosas todavía ocultas por oscuros regímines. Y no es así. Hay artículos y documentals de sobra que aclararon hace décadas todo con detalle y neutralidad, de hecho, ya desde la propia caída de la URSS, casi inmediatamente posterior a este evento (fue muy influyente en ello), se empezaron a destapar las ocultaciones. Y todos esos documentales son mucho más fieles que esta versión. Si ya hay generalidades que cantan en nada que sepas lo justo del tema, no digamos cuando indagas un poco. Por suerte, el éxito aquí se ha vuelto en su contra, pues han salido otros tanto escritos destapando sus desviaciones. Las más graves son las siguientes:

Han convertido a Legasov en un héroe y a los soviéticos en los típicos villanos comunistas de cine. Y la realidad no era así. Este fue un distinguido miembro de la rama científica del gobierno, no un don nadie y un buenazo que se entera ahora de cómo funciona el país. No pasó tanto tiempo en el terreno haciendo de todo, ni tampoco fue al juicio del final, ni mucho menos escondía cintas como en una mala película de espías. Por extensión, el gobierno sería opaco e ineficaz, pero no funcionaba como un campo de concentración: no se apuntaba con armas a la gente para que hiciera cosas, ni la KGB tenía personajillos y ejercía un control digno de una entrega de James Bond, ni los puestos claves estaban copados por caricaturas como la que hacen del director de la central, Dyatlov (abajo en la foto, los directivos durante el juicio). Este era muy competente, de sobra es sabido que se enfrentó a algo desconocido.

No hay indicios de que la gente que miraba el incendio desde el puente muriera en los siguientes años por la radiación, como nos quieren hacer creer con esas escenas de drama manipulador dingas de un telefilme. Los bomberos sobrevivieron también casi todos, y cabe señalar que los efectos serios de la radiación tardan días en aparecer, no es coger un cacho mineral y ponerte todo malo. El helicóptero que se estrella por la radiación no existe; hubo un accidente más tarde, pero contra una grúa. La relevancia de los mineros se ha exagerado mucho: el núcleo se enfrió solo, así que la urgencia de establecer el sistema de refrigeración desapareció; a cambio, rellenaron el subsuelo con cemento para evitar filtraciones, algo que no muestran aquí. Se habla con alarma de una posible segunda explosión que supondría prácticamente la destrucción de Europa… ¡cuando en realidad los demás reactores siguieron funcionando con normalidad hasta el año 2000!

Así pues, Chernobyl ni es una gran miniserie ni es la obra definitiva sobre la catástrofe que muchos se empeñan en ver, pero desde luego bien vale para pasar el rato si eres consciente de que es una dramatización muy libre de los hechos.

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