Archivo mensual: septiembre 2022

LA CASA DEL DRAGÓN – 105 –  ILUMINAMOS EL CAMINO


We Light the Way
Escritor: Charmaine De Grate.
Director: Clare Kilner.
Valoración:

Sinopsis:
Se pacta la boda entre Laenor y Rhaenyra.

Resumen:
Corlys Velaryon y Viserys Targaryen negocian las condiciones del matrimonio entre Rhaenyra y Laenor. Estos dos acuerdan cómo manejarán la relación: será solo una fachada política y harán lo que les plazca con sus amantes.

El banquete previo a la boda está lleno de roces políticos, como la acusación de que Daemon habría asesinado a su esposa de El Valle para herederar sus tierras. La reina Alicent provoca al rey con su tardanza y vestido.

Criston Cole no lleva bien el rechazo de la princesa, y en un ataque de celos ataca y mata al amante de Laenor. La reina Alicent decide interceder en su favor para tener un nuevo aliado. Está bien alertada por su padre de que en caso de conflicto sucesorio sus hijos podrían ser ejecutados, y debe afianzar su posición en la corte.

Larys Strong resulta ser otro manipulador estilo Otto Hightower, pero la nueva mano del rey Lyonel Strong, parece de fiar.

Mejores frases:
-Otto: El rey morirá. En meses o años, pero no llegará a anciano. Y si Rhaenyra lo sucede, estallará una guerra. ¿Entiendes? El reino no la aceptará. Y para asegurar su sucesión tendrá que pasar a tus hijos por la espada. No tendrá elección. Lo sabes.

Notas:
-La llegada a la isla y el castillo de Marcaderiva se ha rodado en Cornualles, al sur de Reino Unido.

Análisis:
Veníamos de un par de episodios donde La casa del dragón parecía estar encontrado su propio camino, saliéndose de esa fórmula shakesperiana un tanto predecible que comentaba en los dos primeros capítulos, pero ahora vuelve a frenarse un poco. Se podría incluso señalar que teniendo un riquísimo mundo de fantasía entre manos es difícil perdonarlo, pero lo cierto es que por ahora no es un fallo grave, y buenos momentos y personajes tiene de sobra. De hecho, algunas de las partes que más se ven venir, por ser las conclusiones de cosas que estaban en marcha, destacan entre las mejores escenas.

El pacto de matrimonio entre la princesa Rhaenyra y ser Laenor Velaryon y la posterior pelea entre ella y su amante Criston Cole no sorprenden en cómo se desarrollan, pero con la calidad de los diálogos y la pasión que ponen los actores se logran instantes tensos en las negociaciones del casamiento y muy emotivos en la ruptura amorosa. También es interesante como la reina Alicent interroga a Criston, se sorprende por la respuesta, y luego intenta ganárselo para sí.

Otras muchas situaciones se quedan en meros trámites, necesarios todos, pero sin la originalidad y garra suficiente como para sentirse realmente trascendentales para el relato y dejar huella en el espectador. El trato entre Rhaenyra y Laenor de seguir cada uno con sus vidas y amantes y la conversación entre Corlys y Rhaenys aportan por fin algo de motivaciones a estos personajes, pero no suficientes como para resultar tan apasionantes como los demás protagonistas. El asesinato de Daemon a su esposa y la despedida de Otto a Alicent son si cabe más relevantes (esto último porque abre los ojos a la reina sobre el destino de sus hijos si hay guerra por la sucesión), pero se olvidan muy rápido: cuando he revisionado el episodio no recordaba esas partes. Tampoco me convence la entrada en acción de Larys Strong, el cojo que manipula a Alicent para sus propios intereses; la escena es un tanto obvia.

La cena de nobles previa a la boda acusa este tono bipolar. Empieza muy bien, pero se desinfla mucho, tanto que el desenlace cojea bastante.

La interacción entre los noble es ágil, con partes de humor, nuevas frustraciones para el pobre Viserys, politiqueo incluso con miraditas bien mostradas… También entra bien por los ojos, pues mantiene el impresionante nivel del vestuario y atrezo. Pero el clímax final se alarga demasiado y abusa de sensacionalismo con el fallido intento de poner suspense sobre qué está pasando. Y la boda en sí es una decepción enorme, la despachan rápido y muy mal. ¿No llegaba el presupuesto para mostrar la unión y las justas en todo su esplendor, o solo son falta de ganas? Además, este escenario agujeros importantes:

Parece que se cancela todo, boda y justas, tras la pelea, y realizan la ceremonia deprisa y corriendo esa misma noche en el salón del banquete, con la sangre aún en el suelo, en vez de al día siguiente o cuando estuviera planeado, cumpliendo las tradiciones en el septo. ¿Qué sentido tiene? Hay que seguir adelante, montar el numerito para nobles y pueblo, para mantener la sensación de paz y mostrar la fuerza de la unión. ¿Se han cancelado también las justas? Esto lleva a otra laguna: en la novela, Criston deja tieso al caballero de los besos en combate, ergo se libra de una acusación de asesinato. Aquí todos han visto que es un ataque gratuito. Aun así, la reina se acerca a él, y si van a seguir siendo fieles al original, se convertirá en su aliado, algo que va a ser difícil de justificar, pues deberían ajusticiarlo. El rey parece medio muerto ya, como si le quedaran tres días, cuando si siguen a las novelas le quedará una década al menos.

En dicha cena es donde más pesa el otro punto negativo del capítulo: en cuestión de dirección se queda también un peldaño por detrás. Lo cual es muy extraño, porque lo dirige la misma persona, y los rodaría seguidos. De elaborados y vistosos planos medios hemos pasado a un plano contra plano muy televisivo. Escenas cumbre, como la discusión de Rhaenyra y Criston, se resienten mucho por ello, y otro tanto porque se nota demasiado la pantalla de fondo. De nuevo cabe destacar la gran labor de Milly Alcock y el inesperado papelón de Fabien Frankel, que salvan la papeleta con creces. En el festín y el baile, la falta de energía tras la cámara desaprovecha un gran escenario: que monótono y frío queda todo, qué bailes más aburridos. Y la música de Ramin Djawadi está en sus peores momentos: donde debería haber ágiles tonadas medievales tenemos un cutre sampler de percusión insistente con el que apoya malamente la tensión pretendida.

Termino con algunos detalles cuestionables o interesantes:
-Laena aparenta ser mayor que Rhaenyra, a pesar de que tendría unos 16 contra 21, si no me fallan los cálculos. Hace cuatro años decían que tenía 12 años pero parecía tener 8. Menudo estirón ha pegado.
-En los libros no hay sospecha de que Daemon se cargue a su esposa, pero encaja perfectamente.
-El salón de Marcaderiva tiene un mapa del mundo muy, muy detallado.
-La campana que anuncia la boda o la llegada de los Velaryon no suena.
-Qué hace el lord comandante de la guardia real anunciando gente como un criado.

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LA CASA DEL DRAGÓN – 104 –  EL REY DEL MAR ANGOSTO


King of the Narrow Sea
Escritor: Ira Parker.
Director: Clare Kilner.
Valoración:

Sinopsis:
Daemon regresa a la corte y se lleva de fiesta a Rhaenyra, lo que siembra la duda sobre su virtud mientras Viserys intenta casarla con algún noble.

Resumen:
Rhaenyra está harta de pretendientes babosos y de que Viserys le pida que se case de una vez. Daemon retorna intentando volver a ganarse un lugar en la corte tras la victoria en los Peldaños de Piedra; Viserys le concede el perdón. Daemon lleva de parranda a Rhaenyra por las calles de Desembarco del Rey y la incita a madurar y jugar con el sexo, y esta acaba acostándose con su fiel caballero Criston Cole.

El rumor llega al rey de la mano del ladino Otto Hightower, y se harta de ellos de nuevo: vuelve a echar a Deamon de la corte e impone de una vez por todas el matrimonio de Rhaenyra con Laenor Velaryon para volver a unir las dos grandes casas. Rhaenyra al menos se marca un tanto al convencerlo de que Otto no es de fiar y trabaja en contra de su sucesión, y Viserys acaba destituyéndolo como Mano del Rey.

Análisis:
La narración fluye con un ritmo suave pero sugerente, pues cada rol muestra muy bien sus problemas y ambiciones, y las consecuencias de cada acto llegan pronto. Es decir, cada escena tiene un sentido y sentimiento y no tarda en llevar a otra situación atractiva. La inseguridad sobre la sucesión de Viserys sigue latente, y cada personaje se mantiene en espera tensa o mueve sultilmente algunos hilos cuando se presta la ocasión.

La Mano del rey, Otto Hightower, asentó a su casa en plena línea sucesoria al conseguir el matrimonio de su hija Alicent con el rey Viserys. Pero la nueva reina ha visto esfumarse su cariño por el otrora noble Viserys conforme este muestra debilidad y envejece a marchas forzadas con diversas enfermedades, probablemente el desconocido tétanos y la más común gota. El propio Otto pierde el favor del rey cuando se pasa de frenada con sus intrigas, y acaba despojado de su puesto de Mano.

La caída en desgracia de Otto no puede conmover mucho, porque es un ladino de cuidado, pero la joven Alicent empieza a dar tanta pena como Rhaenyra. El reencuentro entre ambas tras un periodo de separación es emotivo, pero parece que no va a durar mucho.

Daemon, hermano del rey, retorna heroico de la victoria en los Peldaños de Piedra contra los piratas de la Triarquía (en la novela vence al pendenciero Benefactor de los Cangrejos, pero la Triarquía sigue dando guerra durante unos años). Lo aprovecha para ganarse de nuevo el favor del rey y poder mantenerse en el tablero de juego. Lleva a Rhaenyra de fiesta a las calles nocturnas de Desembarco del rey, en una serie de aventuras muy emocionante, rodadas con un halo de ensueño muy logrado y donde Milly Alcock vuelve a deslumbrar con un talento nato asombroso.

Las motivaciones e intenciones de Daemon van cuajando un poco tras el limitado dibujo de niñato con arrebatos, logrando un mejor equilibrio entre ambición y ego. Falta por ver si madura adecuadamente después de tropezar tantas veces. La joven princesa sí va creciendo a ojos vista, cogiendo de cada vivencia lo que le conviene. Con el calentón de Daemon se tira al bueno del caballero de la guardia real Criston Cole, pero tiene un precio, pues pone la sombra de la duda sobre la virtud de la princisa y las buena fe de Daemon. La escena de sexo mantiene el aura de cuento, mostrando muy bien la ensoñación en que vive Rhaenyra tras liberarse de las ataduras de las rígidas normas de la corte; pero en cambio le falta carne, se ve que van con miedo tras las quejas de porno gratuito en Juego de tronos.

Esto desencadena otra tormenta en la corte, con Viserys desterrando a Daemon de nuevo, quien en un último intento de mantenerse a flote pide matrimonio con Rhaenyra. Desde luego, la conexión entre ambos se ha materializado bien, sembrando unos brotes que crecerán en el futuro. La maduración de la princesa queda patente ante la imposición del rey de casarse de una vez con Laenor Velaryon, cosa que acepta a cambio de marcarse su propio tanto: echar a Otto de la corte, pues es evidente que maquina contra su posición como heredera.

Juego de tronos también sembraba buenas intrigas, pero las diferencias entre ambas obras van quedando cada vez más claras. Aquella contaba con un sinfín de escenarios, personajes y bandos, e iba más a lo bruto, directo a la confrontación. Esta se centra en menos personajes y lugares, y sabiamente los autores exprimen el sentimiento desde el guion al acabado. En esto último es evidente cómo a falta de grandilocuentes localizaciones han potenciado el vestuario y atrezo de la corte, hasta resultar un vacile impresionante. La dirección y fotografía parece también más meditada: qué planos medios y juegos con las estancias más vistosos se están marcando. Pero también cuidan el detalle: me ha gustado mucho ver una buena cantidad de nobles y criados, lo que permite dotar a la corte de vida, algo que en Juego de tronos se echaba de menos muchas más veces de la cuenta.

No he encontrado diálogos breves y épicos que citar, pero sí hay situaciones y conversaciones enteras muy simpáticas (el duelo entre jóvenes contendientes), muy bonitas (el acercamiento entre reina y princesa), o con el toque justo de brusquedad (el rey borracho soltando sandeces).

Por el lado malo, tenemos otra vez la dichosa daga y la mención al Príncipe Prometido y La Canción de Hielo y Fuego. De nuevo parece un intento de parchear la falta de relevancia que le dieron en Juego de tronos, pero resulta molesto que recuerden el peor fallo de aquella y que además intenten hilar una conexión innecesaria. Ya con los primeros episodios vi a gente comentar que cómo iban a llegar al nacimiento de Daenerys si faltan casi 200 años, y con esto no hacen sino extender la confusión de que sería una historia enlazada cuando no tiene nada que ver.

Dos cuestiones quedan en el aire:
-¿Los caballeros de la Guardia Real se turnan para hacer guardias por las noches? Contando con que haya uno para la reina, uno para el rey, y otro para la princesa, para el turno de día sólo quedarían cuatro. No me parece muy lógico que una vez dentro del recinto cerrado y vigilado del castillo, en la zona de los aposentos de la realeza, tengan que perder el tiempo de esa manera.
-¿Mysaria, la prostituta amante de Daemon, es el Gusano Blanco? A Otto le llega el chivatazo de la fiesta de Daemon y Rhaenyra a través del niño mensajero de un tal Gusano Blanco. Y este crío aparece luego dándole dinero a Mysaria. Sus motivaciones serían vengarse de Daemon por haberla tratado mal, y hacer dinero con algo más que vender su cuerpo.

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BETTER CALL SAUL – TEMPORADA 6, PARTE II Y FINAL

AMC | 2022
Drama, suspense | 6 ep. de 50-69 min.
Productores ejecutivos: Vince Gilligan, Peter Gould.
Intérpretes: Bob Odenkirk, Rhea Seehorn, Giancarlo Esposito, Jonathan Banks , Tony Dalton, Pat Healy, Carol Burnett, Tina Parker, Jim O’Hei, Aaron Paul, Betsy Brandt, Bryan Cranston.
Valoración:

Alerta de spoilers: Detallo el destino de final de cada personaje. —

La valentía y originalidad tan asombrosas de las que hizo gala Vince Gilligan en Breaking Bad se esfumaron rápido en esta serie paralela o precuela que ha ofrecido seis temporadas de agónica repetición de historias y escenarios apenas salvados por el buen dibujo de unos pocos protagonistas y un vistoso acabado. Pero para el último año ni estos aspectos levantan el nivel, pues acaban siendo enterrados en la creciente falta de inspiración y apatía con que Gilligan y su colaborador Peter Gould han ejecutado el final.

Esperaba bien poco de la segunda parte de la última temporada, pero aun así me ha sorprendido para mal. El desastre es de los que hacen época, se han marcado un Perdidos, un Battlestar Galactica, un Cómo conocí a vuestra madre… Y aun así, su base de fieles fanáticos provenientes de Breaking Bad, que ya estaba bastante sobrevalorada, la intenta encumbrar como una de las mejores series de la historia, e incluso como la mejor. Me reiría de todo este delirio si no fuera porque he sentido que he tirado años de vida siguiéndola.

Para el punto álgido de la odisea de Saul Goodman y Kim Wexler los autores nos ofrecen seis episodios con más reiteración de historias por un lado y algunas decisiones notablemente fallidas por el otro. Solo en el final encontramos una media hora de avance real, y eso tirando por lo alto, donde por la falta total de ideas y la abundancia de cobardía optan por lo más facilón y predecible, lo más blando y complaciente para el espectador, de forma que no haya polémicas por decisiones y giros inesperados. El resto de la serie, todas las historias y protagonistas secundarios, son dejados atrás como lo que han sido: un relleno, un engaño para tenerte enganchado durante varios años a la pantalla mientras la cadena y los productores hacían caja.

Ya he comentado en cada etapa que la sección de los cárteles han sido una serie paralela injustificada, sin rumbo, sin contenido ni interés. No se ha aportado nada a lo contado en Breaking Bad, han sido tramas improvisadas sobre la marcha para salir del mundo de los abogados y tener algo del mundo criminal de la serie madre, quizá pensando en que así mantenían en el mismo estilo o que necesitaban algo de emoción más allá de los juicios y timos de Jimmy. Pero la conexión entre abogados y cárteles ha sido anecdótica durante todo este tiempo, un golpe de efecto aquí y allá. Hubiera sido mejor que los personajes y bandos implicados solo aparecieran cuando Jimmy estuviera en contacto directo con ellos.

Y como se veía venir desde muy lejos, al encarar el acto final de Saul todos esos roles dejan de pintar nada y se esfuman sin dejar huella. Bueno, es un decir, porque el epílogo dedicado a Gus Fring con los vinos es para abofetear a los guionistas: menuda pérdida de tiempo, se ve que le tienen mucho cariño y no quieren soltarlo. Los demás, Mike, Nacho, los aburridos secundarios Tyrus, Lalo, Hector y demás capos y súbditos, dejan de aparecer y no tardas ni un minuto en olvidar qué hacían y cómo acabaron. El caso de Mike es especialmente sangrante, porque es el único que querrías recordar. Desde los inicios de la serie atraía más, pero su arco dramático donde oscilaba entre la humanización y la dedicación plena como mercenario se fue desvaneciendo hasta dejarlo en otro secundario sin garra.

Jimmy y Kim, otrora sólidos pilares de una obra estancada en una premisa muy básica e inmovilista, han ido siendo absorbidos por esa falta de dirección y trascendencia, minando la paciencia del espectador con unas vidas cada vez más repetitivas y menos interesantes, para terminar encarando las últimas temporadas convertidos en parodias de sí mismos. Que se obsesionaran por atacar a Howard con una campaña de acoso y derribo tan cruel no tiene sentido en dos personas que habían encontrado por fin, tras muchos altibajos e incontables conflictos personales y laborales, un equilibrio en la vida. Por supuesto, al acabar esta historia se vio que era otro tiempo muerto sin calado real que nos han colado para extender la serie hasta donde marcó la cadena.

Tras todos estos años perdiendo el tiempo en vez de afianzar bien el arco de los protagonistas, la conexión con los cárteles y la caída al abismo, los guionistas no han tenido un momento final de inspiración, en la primera parte de la última temporada han seguido en la espiral de agotamiento de ideas y falta de esfuerzo. Se vieron obligados a que Jimmy y Kim acabaran salpicados por el narcotráfico mediante un agente externo, ese cutre villano de Lalo Salamanca. Y si esperabas que por fin en estos seis episodios finales nos adentraríamos en las secuelas psicológicas, en cómo seis temporadas de aventuras han ido forjando sus personalidades y los problemas ajenos los han acabado de moldear, puedes darte con un enorme canto en los dientes. Como suele pasar, donde ya se han gastado todos los cartuchos y se lleva tiempo tirando de fuegos artificiales de baratillo, no cabe esperar que todavía tengan alguna bala en la recámara.

La llegada de Walter White y Jesse Pinkman a la vida de Saul no llega a materializar el viaje al infierno. Se puede argüir que se omite porque este lo vemos en toda su extensión en Breaking Bad. Pero no me vale. Esta es la serie de Saul Goodman. Hemos tenido seis años centrados en cómo está siendo expulsado de una vida normal y siendo dirigido, tanto por sus fallas como por los problemas con que se topa, hacia el mundo del crimen. Tras tanta vuelta en círculo y subtrama de relleno que hemos ido soportando a lo largo de todo ese tiempo, ya era hora de que entráramos a fondo en su transformación psicológica, en el peso emocional, en las secuelas…

Y todo eso queda en unos parcos quince o veinte minutos, mientras el resto del tiempo lo perdemos en otra nueva aventura de relleno. Hay que remarcar la sensación de engaño, porque llevamos varias temporadas viendo los avances de que Saul terminaría trabajando en una tienda de dulces, apuntando a que ese sería un momento de inflexión vital, que pasaría algo importante o llamativo. Pero nada ocurre…

Mientras huye de la justicia tras todo el caos que creó el huracán Heisenberg, Saul no muestra cómo todas estas vivencias lo han afectado. No tenemos nuevas aventuras fuera de la ley que aporten nuevos matices a su personalidad. La sombra de Walter y Jesse no se siente, por más que hagan un sensiblero y lastimero cameo; aporta más Marie Schrader, pero tampoco se hace esencial. La falta de material es tal que los guionistas se atascan otra vez en la misma historia que hemos visto en bucle a lo largo de toda la serie: timos con panolis y ancianas. Todo resulta tan repetitivo, fuera de lugar a estar alturas, narrado con tanta desgana, y además cargante, porque los nuevos personajes secundarios son insoportables, que es para llevarse las manos a la cabeza. Y sin embargo, como venía diciendo, la legión de acólitos aplaude este nuevo engaño. Menudas tragaderas.

Ante este panorama, no sorprende que el momento redentor sea de lo más previsible, tramposo y poco emocionante. Primero trolea a los agentes del FBI, reforzando así el ego de su lado de abogado embaucador, Saul Goodman. Luego se apena por el destino de Kim y decide entregarse, mostrando su cara más humana, el renacimiento de Jimmy McGill. Los cambios de rumbo, la toma de decisiones, ya no obedecen a ningún aspecto de su personalidad, sino a los designios de los escritores, según quieran extender o postergar el desenlace, y según cómo han querido abordar este.

Con Kim inesperadamente sí se atreven a ir algo más allá… pero ahora se pasan de frenada. La deformación o parodia en que venía ahogándose termina con un patético último estertor. No se entendió por qué se unió con tanto entusiasmo al ataque contra Howard, no se justifica de forma verosímil por qué decidió separarse de Jimmy, no se expone ninguna razón por la que tenga que huir de la ley y esconderse bajo un falso nombre, y desde luego, no se materializa nada que nos haga comprender cómo una mujer tan fuerte y capaz se ha convertido en un ser tan apagado y blando. El amago con ayudar a una abogada de oficio parece indicar que echa de menos su vida… ¿Pero entonces por qué huyó de ella? El intento de redención sale igualmente de la nada. ¿Por qué cuando vuelve a mostrar interés por hacer algo con su vida decide tirarla por la borda por el fallecido Howard y su esposa, gente por la que jamás ha mostrado empatía?

El galimatías en que han caído los autores en el final de la serie tiene una explicación muy clara a estas alturas. A falta de ideas o al menos de energía para escribir algo con más dedicación, optan por las salidas fáciles. Todo ocurre de forma muy conveniente, exprimiendo el lado sentimental por encima de la coherencia, para intentar llegar al espectador, para que la conexión emocional con los personajes se fortalezca y no se vea la falta de contenido real y las incoherencias e improvisaciones. Si es que no falta ni un innecesario momento de recuerdo a Chuck McGill.

Pero es difícil que teniendo criterio a la hora de analizar series, esperando una narrativa de calidad que no te tome por tonto, y mostrando amor y respeto por unos personajes queridos, se pueda aceptar esta fórmula tan descuidada, manipuladora y cutre. Todo se siente muy falso, muy dirigido, sin calado ni trascendencia real, lo que después de seis años, incluso teniendo pocas esperanzas por la deriva que se venía viendo, resulta enormemente decepcionante e insultante.

El intento de humor negro que desprende el choque final ante la ley, con las escenas del taxista liándola y Saul rebajado a esconderse en el contenedor, donde además se remata con el chiste ridículo de que se le ensucia el dinero, es la enésima muestra de que no queda idea alguna. Pero aún llega a caer más bajo. La autocomplacencia y cobardía del otrora audaz Vince Gilligan en las últimas escenas es asombrosa. La despedida de Jimmy y Kim, con su último cigarrillo en la celda de visitas de la cárcel, pecará de simplona, pero viendo el panorama, bastaba para concluir este desastre sin caer en el ridículo en que se empeña en meterse.

Me ha dado muchísima vergüenza ajena el forzadísimo plano final en que el que por arte de magia Jimmy aparece en el patio de la prisión para tener la mirada sostenida con Kim mientras se separan, y lo rematamos con la también ridícula escenita del autobús donde los presos aplauden al gran Saul Goodman, mostrando de la forma más tontorrona posible que Jimmy no se librará de su alter ego ni en plena penitencia.

En el aspecto visual también venía viéndose desgaste. La fotografía sigue siendo estupenda, pero no está tan bien aprovechada con la dirección tan virtuosa, desbordante de ingenio, de la que hacían gala en la serie madre y las primeras temporadas de esta. Han mantenido recursos visuales porque se consideran marca de la casa, como los rebuscados prólogos y transiciones y los enredos que apoyan alguna situación de los personajes… Pero sin la inspiración de antes se sienten forzados, y muchas veces resultan pesados. Aspectos como el blanco y negro para las escenas del futuro que vaticinaban la caída de Saul ahora resultan contraproducentes, porque las líneas temporales están bastante claras sin ello y lo único que consigue es resultar cargante.

El hasta ahora magnífico trabajo de los actores, en especial los protagonistas, Bob Odenkirk y Rhea Seehorn, también se resiente con la deriva y desidia que embarga este lamentable acto final. Parece que no se creen ya a sus personajes, de lo diluidos que han quedado, y cumplen con desgana.

Breaking Bad fue muy irregular, pero al menos dio un tramo final de impresión que le permitió dejar huella y perdurar mejor en el tiempo. Better Call Saul constata que ha sido tiempo perdido.

PD: En las temporadas anteriores, las breves apariciones del taxista, Jeff, a modo de flasforward, estaban encarnadas por Dan Harvey, pero el rodaje de la sexta se paralizó porque Odenkirk sufrió un infarto, y cuando se volvió a poner en marcha Harvey no estaba disponible y fue sustituido por Pat Healy. Es un personaje tan insignificante que ni me había dado cuenta hasta leer sobre curiosidades de la temporada.

Ver también:
Breaking Bad (2008)
Temporada 1 (2015)
Temporada 2 (2016)
Temporada 3 (2017)
Temporada 4 (2018)
Temporada 5 (2020)
Temporada 6, parte 1 (2022)
-> Temporada 6, parte 2 y final (2022)

LA CASA DEL DRAGÓN – 103 –  EL SEGUNDO DE SU NOMBRE


Second of His Name
Escritores: Ryan J. Condal, Gabe Fonseca.
Director: Greg Yaitanes.
Valoración:

Sinopsis:
Viserys lidia con los intentos de casar a Rhaenyra, pues la joven princesa quiere vagar libre. Daemon, el príncipe descarriado, ve peligrar su campaña bélica contra los piratas.

Resumen:
Viserys y Alicent han dado a luz un heredero, Aegon, que cumple dos años, y ella está embarazada de nuevo. Como celebración, se pone en marcha una cacería en el bosque real. Pero también es usada para presentar a algún pretendiente de Rhaenyra.

Mientras, Daemon y Corlis no ven salida a la guerra en Los Peldaños de Piedra contra los piratas de Drahar, El Benefactor de Cangrejos. Sus dragones no llegan a sus escondites, sus tropas y barcos no son suficientes.

Viserys quiere tranquilidad, pero le echan encima todos estos conflictos. Termina afirmando que Rhaenyra es su heredera legítima y que puede elegir esposo, y envía tropas a Daemon. Pero este se rebota y en una misión suicuda termina forzando la victoria.

Rhaenyra conoce a algunos de sus pretendientes Lannister y Strong, pero con quien hace buenas migas es con su Guardia Real, Criston Cole.

Mejores frases:
-Jason Lannister: Sería un gran honor tomar a la princesa Rhaenyra como esposa. Puedo ofreceros a vos, a la Corona y a vuestra hija… fuerza.
-Viserys: ¿Creéis que la casa Targaryen necesita fuerza?
-Si os ofrecieran más dragones, ¿los rechazaríais?
-¿Tenéis dragones que ofrecerme?

Notas:
-La carta de Viserys a Daemon llega con el sello de cera despegado (y aun así hace un ruidito de rotura cutrísimo). Lo lógico es que la llevaran protegida en un tubo porta cartas.
-En la hoguera, Cole coge sus guantes, pero al cambiar el plano al instante no tiene estos sino ramitas que tira al fuego.

Análisis:
La casa del dragón sigue apuntando a un relato más sencillo y cercano que Juego de tronos. Se puede decir que la fuente de la que bebe, Fuego y sangre (George R. R. Martin, 2018), al no ser una novela tan elaborada y larga, sino un resumen de la historia, no detalla tanto los acontecimientos, pero lo cierto es que se mencionan personajes y eventos de sobra para apuntar más alto en el sentido de complejidad y ritmo. Pero esto también lo comenté en los primeros años de Juego de tronos: yo veía material para una serie con una narrativa al estilo de Urgencias (John Wells, 1994) o El Ala Oeste (Aaron Sorkin, 1999), y tuvimos una más bien como Los Soprano (David Chase, 1999), casi literalmente de gente sentada hablando.

Esto no tiene que ser malo o bueno per se, solo comento posibles formas de abordar la adaptación, ventajas y desventajas de la opción elegida, y lo que a mí me hubiera gustado. Juego de tronos ya la analicé a fondo. En este caso, en los tres episodios que llevamos se han visto los puntos fuertes y débiles de la opción elegida.

Por un lado, resulta bastante predecible, los orígenes shakesperianos se notan demasiado. El conflicto en la corte se queda en unos conceptos muy básicos y que se ven venir de lejos. Cada personaje y sus aspiraciones, una vez expuestos con bastante tino en el primer capítulo, se han quedado en unas posiciones demasiado evidentes. Los intereses de cada rol no han variado, sus acciones tampoco, sus nuevas vivencias parecen aportar poco de cara al futuro de la trama global, todo es repetir «habrá conflicto entre los herederos». Con tan pocos episodios por año se puede pedir algo más de movimiento y sobre todo giros inesperados.

Por el lado bueno, se nota el esfuerzo y el cariño puesto en la construcción de personajes y escenarios. Los protagonistas principales resultan muy humanos, de forma que sus problemas no sorprenden pero llegan con intensidad. Toda escena resulta bastante intensa, y aunque no traiga novedades también se siente útil, no como en el capítulo anterior, que perdía algo de fuelle en algunos momentos. Y algunas partes brillan por el sentimiento o el simbolismo que desprenden.

El acercamiento entre Rhaenyra y Cole, su guardián, supera de largo el «se veía venir» y resulta muy bonito. La posición de la heredera en entredicho se materializa adecuadamente: sus dudas y las de los nobles van minando su estado de ánimo. Muy bien parado sigue quedando Viserys, el rey sin ambición más allá de una vida sencilla y feliz, pero que tiene que tragar con conflictos políticos, intrigas, peloteos, baboseos… De nuevo cabe destacar el papelón de ambos actores, Milly Alcock y Paddy Considine, muy bien secundados por Rhys Ifans como la Mano del rey.

La corte que los acompaña es sugerente de primeras, pero cabe pensar que, dado lo poco que hay que contar, había tiempo para ahondar mejor en cada figura. Cuesta saber en qué andan los consejeros, maestres y nobles secundarios… incluso cómo se llaman. Al menos, el juego de pretendientes de Rhaenyra sale bien parado. Y deslizan sutilmente futuros personajes: Larys Strong, el cojo, Harwing Strong, este último solo citado, pero juraría que es el que desde un tocón celebra que Rhaenyra reaparezca con el jabalí. Eso sí, es chocante ver como han elegido a Jefferson Hall para interpretar a los gemelos Jason y Tyland Lannister, siendo un actor que ya tuvo su aparición en la primera temporada Juego de tronos como Hugh del Valle; con la base de fans que tienen libros y serie, este detalle iba a verse rápido.

El que más atrás se queda es de nuevo Daemon. Sigue pareciendo un niñato sin luces ni matices. Lo primero podría aceptarlo si fuéramos viendo que va madurando hacia un hábil participante del juego de tronos, pero por ahora se está dejando de lado, su personalidad se atasca en cuatro retazos que no parecen llevar a nada.

Y su sección trae los puntos más débiles del capítulo. Que el personajillo de los cangrejos, Drahar, sea un macguffin de baratillo, lo puedo entender, pero el esfuerzo por dotarlo de «recordabilidad» a base de enredos visuales en vez de dándole un protagonismo útil denota vagancia. Mucha caracterización, pero es todo humo, sobre todo la batalla final.

La guerra en los Peldaños de Piedra no parece encajar en el tono de lo que llevamos de serie. De la contención y la sencillez pasamos a un espectáculo grandilocuente pero vacuo y sin sentido. Quizá los productores piensan que las últimas temporadas de Juego de tronos dejaron el listón demasiado alto y la gente espera más escenas apoteósicas. Pero olvidan la conexión con la historia y los personajes que habían forjado en aquella. Aquí todo resulta gratuito y sobre todo exagerado hasta límites infantiles. Ese Daemon en plan superhéroe suicida, la batalla tan convenientemente dirigida hacia su victoria, con Drahan enviando gente poco a poco, sin oteadores que vean llegar al enemigo… Nada funciona en un tramo final demasiado largo y pesado.

Se diluye tanto, que al terminar el capítulo pensé: ¿han salido los Velaryon? Sí, estaban por ahí, con sus pelucas esperpénticas. Vaya entrada en acción de Laenor, crucial para los futuros acontecimientos…

En el acabado ninguna pega seria, Greg Yaitanes mantiene el equilibrio entre espectáculo visual y narrativa contenida muy bien. Sigo manteniendo que hay series con mejor fotografía, pero el dinero no se desaprovecha en un aspecto visual que luce y vacila sin miedo.

Pero acaban de llegar dos contricantes serios. La rueda del tiempo (Rafe Judkins, 2021) por ahora se ha quedado a medio camino, pues a pesar de que los decorados lucían bastante, el resto del aspecto visual y el guion no dan la talla. Pero El Señor de los Anillos: Los anillos del poder (Patrick McKay, John D. Payne, 2022) ha soltado un órgado sin parangón. No tengo dudas de que si aquí no se ponen las pilas se van a quedar obsoletos. No ya por el cuidado en la impronta artística, sino por el derroche monetario que permite lleverla al límites nunca vistos en series. Cuando la partida de caza vuelve a Desembarco del Rey, se nota rápidamente lo que es real y lo que no, lo que es decorado y fondo artificial. En los tres episodios que llevamos de Los anillos del poder se ambiciona mucho más y el resultado es insólito, cada ciudad imaginaria es alucinante, parece totalmente real, y la fotografía y dirección sobresalientes lo exprimen al máximo.

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LA SAGA MARVEL, JUEGO DE TRONOS, EL SEÑOR DE LOS ANILLOS… POLÉMICAS FEMINISTAS Y RACIALES DONDE NO DEBERÍA HABERLAS

Cada época del cine y las series tiene sus modas y manías que no hacen sino reflejar las tendencias sociales que marcan esos tiempos. El ejemplo más evidente es el paso de la limpia, maniquea y heroica representación de la conquista del oeste que se impuso hasta los años sesenta y entonces derivó hacia a un cine mucho más pesimista, oscuro y violento en los setenta y ochenta. O dicho de otra forma, hubo una evolución de unas sociedades muy cerradas en una visión en blanco y negro del mundo, fruto tanto de la dulce ignorancia en que se vivía como por la por necesidad de esperanza cuando llegaron las guerras mundiales, a una más madura, crítica y desesperanzadora, conocedora de la complejidad y ambigüedad cuando no crueldad de la realidad.

En cierta manera, en lo que llevamos del nuevo milenio está pasando lo mismo. En las dos primeras décadas ha primado un cine más bien escapista y bonachón, el de superhéroes y fantasía con historias clásicas de héroes y villanos, mientras que ahora la tendencia se inclina más hacia la exposición de los conflictos sociales y políticos que están emergiendo por todo el globo. Muchas producciones están imbuidas por un marcado tono feminista y de inclusión racial, y ninguna parece librarse de polémicas que por una razón y otra no deberían haber existido, o al menos, no en la versión visceral y radical que vemos sino en una más productiva.

Como en todo arte, se puede hacer bien, y se puede hacer mal. Con elegancia e inteligencia, o vendiendo panfletos horteras. Respetando al espectador y la obra tratada (sea original o adaptada, histórica o ficticia), o mancillándola para vender tal o cual campaña ideológica.

Y estas polémicas están viéndose acrecentadas por otra transformación de la sociedad, esta muy inquietante: el aislamiento en burbujas y zonas de confort cada vez más pequeñas. Una fatídica combinación de pérdida de valores, de degradación del sistema educativo, de la proliferación de redes sociales y el extremismo político, está convirtiendo a la gente en fanáticos de cualquier afición o idea. Antes tenías que aguantar como mucho al hincha futbolero y al flipado con alguna tendencia política. Ahora todo ámbito de la sociedad está polarizado hasta extremos delirantes. Ya no ves una obra que no te gusta, opinas y pasas a la siguiente, ahora tienes que destruirla para constatar que la que te gusta es mejor… que tú eres mejor. Las notas en IMDb y Filmaffinity y las discusiones en internet, sobre todo en esas infectas redes sociales, se han convertido en una guerra de idiotas fanáticos lanzando ataques a diestro y siniestro. Es cada vez más difícil encontrar educación, raciocinio y argumentos productivos

Hay compañías productoras que parecen ir bien encaminadas a la hora de embarcarse en estos cambios sociales, mirando por historias más cercanas a la realidad y hacia temas sociopolíticos con bastante tacto. Como ejemplo, tenemos la saga Marvel ahora que se está expandiendo fuera de la línea principal con nuevas películas y series que abarcan personajes y escenarios dispares. Pero se están topando con un público demasiado conservador. Tienen infinidad de personajes y obras, ¿qué problema hay con que haya protagonistas de diversos orígenes? A un «No, no quiero a un capitán América negro», y «Oh no, una mujer protagonista» se están viendo reducidos los argumentos en contra. De hecho, ya hablé de lacra del machismo y el inicio de las burbujas de fanáticos en una entrada sobre Capitana Marvel.

Lo triste es que en los cómics llevan décadas entrando gradualmente hacia los nuevos tiempos y ahí nacieron estos personajes, pero mucha gente se ha quedado en esas épocas pasadas en cuanto a su propia maduración intelectual e ideológica. Y lo más sorprendente es que muchos son jóvenes, no ancianos criados en entornos ya superados. La ridiculez de la controversia queda muy bien reflejada en el meme del baile de She-Hulk (abrir imagen para ver al completo): si personajes masculinos varios hacen bailes graciosetes, se aplaude, si lo hace una mujer, se debe a no sé qué agenda secreta de lavado de cerebro. Sí que hay cerebros lavados, sin duda, pero por el otro lado.

Pero también hay producciones que cantan demasiado a panfleto político, a campaña publicitaria, destacando Troya (2018), Anne Boleyn (2021), El Señor de los Anillos: Los anillos del poder y Juego de tronos: La casa del dragón (2022 ambas), y otra de la que ya hablé, Fundación (2021). En estos casos, compañías y productores varios han metido la pata a lo grande, con un paternalismo inmaduro que fuerza cuotas raciales, corrección política de postureo que no aporta realmente nada a ningún problema social pero sí desprecia las necesidades, características y también virtudes de las obras originales, y que insulta a la inteligencia del espectador.

¿Qué sentido tienen las aberraciones históricas de Troya y Anne Boleyn protagonizadas por negros? ¿Con qué rebuscado argumento creen que beneficia a cualquier causa por la igualdad y la justicia social en vez de resultar un esperpento que menosprecia a la historia, a los que han dedicado su vida a estudiarla y transmitirla, y al espectador final?

En La casa del dragón tienen un mundo exótico y diverso asombroso. Ya se vio en Juego de tronos: George R. R. Martin había creado cantidad de culturas y razas que en la adaptación se mezclaban con historias apasionantes: conflictos, alianzas, dramas personales… Y llega a la secuela y dicen que no es suficiente. Que el choque con piratas y ciudades del otro continente, lleno de pueblos y culturas que muestran todo ese crisol, no es suficiente. Quieren negros en la corte. Y cogen la historia principal de toda la saga, la de los Targaryen, y se la pasan por el forro de los cojones haciendo que la casa más parecida a ellos, sus hermanos en orígenes, los Velaryon, sean afroamericanos que parecen sacados de los barrios negros de grandes ciudades de Estados Unidos. Los diálogos que hablan sobre la pureza de la raza y mantenerla mediante matrimonios se convierten en una parodia recalcitrante del sinsentido en que se han embarcado.

En la nueva adaptación de los escritos de Tolkien, Los anillos de poder, el desastre parece aún mayor, y como es de esperar, ha predispuesto a mucha gente en contra de la serie. Si tan poco respeto muestran por la creación del autor y la fidelidad de sus seguidores, ¿cómo cabría esperar una buena obra?

Los hobbits son un pueblo en el que evidentemente Tolkien reflejó su vida como sencillo inglés de campo. Una cultura aislada, inocente y risueña, que de repente se encuentra ante un mundo más complejo y cruel cuando aparece Sauron, o sea, las guerras mundiales. Y en vez de rebajarse al egoísmo, el nacionalismo y la xenofobia, desinteresadamente luchan codo con codo con todos los pueblos, descubren lo que los une, ayudan al entendimiento entre culturas… Pero a los productores no les ha parecido que estos mensajes son lo suficientemente potentes y hermosos.

Los elfos, tras esa máscara de pueblo idílico, eran unos racistas y clasistas de cuidado, incluso entre ellos mismos. Con la excusa de Morgoth y luego Sauron cometieron incontables tropelías cuando no genocidios. Y sus pecados marcan a las nuevas generaciones. Parece que guionistas lo han tenido claro, pues el choque entre Galadriel y Gil Galad muestra muy bien ese escenario, la pugna entre la imposición de su pueblo como raza superior que da ejemplo, la obsesión con la venganza, el remordimiento y la melancolía por los errores y la violencia… Pero para los productores tan apasionante y enriquecedor relato no es suficiente.

En los enanos da un poco igual (es más, me alegro de que las enanas no tengan barba), y en los hombres precisamente tenían el marco perfecto para empezar a asentar los problemas raciales y culturales, sobre todo porque los numenoreanos se creían superiores, casi elfos, y por el este y el sur debían entenderse entre todos los marginados. Pero no, no es suficiente.

¿Cómo pretenden asentar desde el guion las historias sobre los orígenes, evolución y conflictos de cada pueblo si lo que se ve en pantalla no tiene sentido? ¿Cómo me voy a creer mensajes de integración entre culturas y razas si ya de partida son una mezcla de lo más variopinta perfectamente integrada? ¿Cómo pueden intentar mostrar a los elfos reticentes a aparearse con humanos si evidentemente llevan siglos de cruces raciales?

Estos directivos no han entendido a Tolkien, o les importa bien poco, y antes que tener una historia bien trabajada que llegue a conclusiones y mensajes mucho más trascendentales prefieren copar medios anunciando que han resuelto varios problemas sociales gracias a forzar cuotas raciales en el casting y… y… y ya está, porque realmente no han hecho nada útil. Para colmo tenemos la hipocresía: estos imbéciles son seguramente los mismos que van diciendo que es una aberración y hay que ponerle freno a que un actor no latino interprete a un latino y otras situaciones semejantes, como si el trabajo de un actor no fuera precisamente interpretar distintos personajes; este video lo parodia muy bien: Que le jodan a la policía del casting. Para rematar, estos genios, en vez reflexionar cuando se ha criticado su campaña tan obvia, absurda y fuera de la realidad, se han dedicado a tildar de racistas a los demás.

Sólo espero que los guionistas estén por encima de semejantes asesores de imagen y guerras políticas y ambas series evolucionen adecuadamente. Si bien, como indicaba, en los dos o tres capítulos que llevamos de cada una todo apunta a ello, no lo tengo del todo claro a largo plazo. Es difícil asimilar o ignorar el problema si episodio tras episodio la incongruencia salta a la vista y da la sensación de que en adelante será cada vez más difícil eludirla, sobre todo en Los anillos de poder, cuando los mensajes de Tolkien, cocidos a fuego lento, inteligentes y emotivos, choquen con esas postales de baratillo impuestas desde los despachos.

Todo se resume en algo rematadamente simple: si quieres hablar de problemas sociales varios, coge una historia donde estos tengan cabida. Todo lo demás es un intento de vender imagen y dar soluciones buenrollosistas pero sin calado real.

¿Alguien se ha quejado de que The Wire (2002) está protagonizada en su mayor parte por negros? No. ¿Y porque estos sean criminales? Tampoco. ¿Y se han quejado de que en La ciudad es nuestra (2022) los policías blancos sean retratados como corruptos? Tampoco. Porque reflejan la realidad con buenas historias y personajes, sin necesidad de manipular, cambiar y vender lo que no son.

LA CASA DEL DRAGÓN – 102 – LOS PRÍNCIPES REBELDES


The Rogue Prince
Escritores: Ryan J. Condal.
Director: Greg Yaitanes.
Valoración:

Sinopsis:
Viserys es presionado por su consejo para que tome una nueva esposa, afianzando alianzas y buscando un heredero masculino. Rhaenyra lo ve con recelo, pues minaría su posición.

Resumen:
Corlys Velaryon intenta afianzar su lugar en la corte y atajar los problemas que le causan los piratas y las Ciudades Libres, para lo cual propone al rey que se case con su hija Laena. Pero este se decide por Alicent Hightower, saliéndose así Otto con la suya.

Rhaenyra y Viserys intentan entenderse y limar asperezas, pero el matrimonio con su fiel amiga pactado a sus espaldas vuelve a separarlos.

Daemon se hace fuerte en Rocadragón. Otto lidera una comitiva para pararle los pies, pero la diplomacia parece a punto de saltar por los aires hasta que llega Rhaenyra con su dragón y consigue hacer entrar en razón a su tío Daemon.

Mejores frases:
-Corlys: Para eludir una tormenta uno puede atravesarla o rodearla. Pero jamás esperar a que llegue.

-Viserys: Hasta los dragones se sienten solos.

Análisis:
Decía en el primer episodio que los autores acertadamente huyeron del estilo rebuscado del que erróneamente muchos abusan al empezar una serie: meter demasiadas cosas a mogollón y con extra de sensacionalismo y golpes de efecto para intentar impactar, en vez de asentar los pilares básicos con tranquilidad y dejar que el universo y los protagonistas presentados empiecen a cobrar forma poco a poco. Pero en este segundo se ha aferrado demasiado a la narrativa sencilla y pausada, de forma que pierde energía y se estanca un tanto en los tópicos de los que parte.

La fórmula shakesperiana, con la clásica rivalidad por el trono y los conflictos familiares de unos pocos nobles, copa todas y cada una de las escenas sin lograr apartarse del sendero más lineal y predecible. No hay fallos graves, solo algunos detalles chirrían, y en líneas generales los diálogos son buenos y los dramas interpersonales fluyen con naturalidad. El problema es que se queda en unos mínimos algo decepcionantes, sobre todo porque todo resulta muy previsible: en cada momento sabes qué pelea, negociación y traición vendrá a continuación y cómo se irá desarrollando. Queda por ver si las semillas plantadas crecerán adecuadamente, pero la falta de sorpresas, de un ritmo más ágil y de momentos algo más elaborados, como esas escenas sutiles tan bien logradas en la presentación, conforman un episodio un tanto facilón y frío en contenido.

Por suerte, el cuidado en la plasmación en imágenes realza bastante el parco guion, consiguiendo salvar muchas escenas mundanas y rematando muy bien otras que no parecían tener tanto potencial, aunque también hay algunas partes donde no es suficiente y resultan un tanto insípidas y aburridas.

La labor de los actores Paddy Considine y Milly Alcock es magnífica, qué pasión le ponen en escenas cotidianas de comidas y peleíllas, qué bien materializan sus sentimientos y conflictos internos. Los decorados, las localizaciones, el atrezo y el vestuario son sobresalientes y están captados por una fotografía arrebatadora, más trabajada en el capítulo precedente. Solo podría reprocharle al director Greg Yaitanes algo más de vidilla en el ritmo, pero desde luego sabe dónde poner la cámara y cómo sacar lo mejor de sí de los actores.

Gracias a ello, los encuentros entre el rey y su hija limando asperezas, las dudas del monarca con su matrimonio y las discusiones al respecto con el consejo, y alguna otra situación menor, como la elección de nuevo Guardia Real, resultan escenas muy emocionantes. Y de la nada se sacan un buen momento épico: el conflicto con Daemon no es especialmente llamativo en sí, sólo un pique secundario para ir calentando al cosa, pero gracias al portento visual del encuentro en Rocadragón tiene un cierre bastante imponente.

En el lado malo destacan varias conversaciones de Rhaenyra con sus allegados, como con Alicent en el septo y la posterior con Rhaenys en los arcos sobre los jardines, dos partes triviales resueltas sin garra alguna. También pesa que Daemon no recibe el mismo mimo que Viserys y Rhaenyra, de forma que todavía no despunta como personaje, aunque potencial muestra. Lo mismo pasa con los demás miembros del consejo de Viserys, no terminan de llamar la atención.

Aquí y allá tenemos algunos detalles que chirrían, es decir, que sin ser un gran lastre para el conjunto sin duda podrían haber resuelto mejor:
-El intento de presentación épica del pirata que ataca los Peldaños de Piedra está tan pasado de rosca y fuera de lugar que confunde y resulta chocante: es como si intentaran presentar un gran villano, cuando está claro que es un elemento secundario.
-No entiendo muy bien por qué Rhaenyra se enfada con el matrimonio, más allá de que no se lo hayan contado antes de hacerlo público. Mejor una prometida conocida y de confianza que una cría tonta de una familia ambiciosa y ladina o alguna otra noble de intenciones ocultas.
-Empieza a ser cargante la obsesión de los autores con las figuras: el dragón de la maqueta de Viserys tiene su sentido argumental, pero las bolas de mármol del consejo y las figuras supongo que heráldicas de la presentación de los candidatos a guardias reales no tienen sentido y se comen muchos planos inútiles.
-Con la recreación de Rocadragón se pasan de inhóspito. Ha sido hogar de los Targaryen durante generaciones, debería parecer más habitable y acogedor.
-El título en inglés es neutro, referenciando tanto a Rhaenyra como a Daemon. Para mantenerlo en castellano lo lógico es usar el plural que abarque a ambos; no sé cuál es la elección de HBO España.
-El estropicio cometido con los Velaryon se hace más patente: el discurso sobre la raza pura y tal es de risa, menuda parodia involuntaria. Desciende de un linaje valyrio intachable y tiene sangre Targaryen. ¡Pues yo veo todo lo contrario! Se remata con la niña que aparenta siete años pero dicen que tiene doce y va con una espantosa fregona en la cabeza.
-Es bastante cuestionable que Daemon se lleve a toda la guardia de la ciudad y en ningún momento al consejo le preocupe tenerla indefensa cuando precisamente hablan de tener enemigos en todos los frentes.
-He visto comentarios de espectadores que están convencidos de que La casa del dragón es una precuela que abarcará hasta Juego de tronos y la entrada en acción de Daenerys; la cagada de intentar hilar una relación directa en el epílogo del primer episodio deja secuelas.

Y finalmente, hay que comentar un aspecto donde Juego de tronos causó bastante sensación: los títulos de crédito. Eran tremendamente originales, bastante útiles, y con el fantástico tema musical, terminaban de resultar hipnóticos y difíciles de saltar. Pero ahora repiten el mismo sobado tema en vez de buscar uno propio para los Targaryen, y el montaje visual no tiene sentido, no se entiende qué vemos, es un galimatías inerte.

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