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THE WITCHER – TEMPORADA 3


Netflix | 2023
Fantasía, aventuras | 8 ep. de 48-65 min.
Productores ejecutivos: Lauren Schmidt Hissrich, Jason F. Brown, varios
Intérpretes: Henry Cavill, Freya Allan, Anya Chalotra, Joey Batey, MyAnna Buring, Anna Shaffer, Mahesh Jadu, Royce Pierreson, Graham McTavish, Lars Mikkelsen, Cassie Clare, Mecia Simson, Tom Canton, Hugh Skinner, Bart Edwards, Jeremy Crawford.
Valoración:

Tras su caótica presentación, en la segunda temporada de The Witcher aparecían tibias mejoras en la narrativa. Se entendían mejor los líos de la corte, y si bien las motivaciones de cada rol y facción no estaban todavía del todo claras, al menos empezabas a distinguir quién era quién y más o menos qué andaban confabulando. La parte de aventuras, con el brujo Geralt, la joven Ciri y de vez en cuando la bruja Yennefer y el bardo Jaskier, seguía siendo lo suficientemente emocionante y los caracteres tenían carisma de sobra para mantener el interés alto. Pero extrañamente la tercera etapa ha desandado tanto el camino que ha quedado por debajo de la primera. Para colmo, se remata con la fallida El origen de la sangre y la sustitución de Henry Cavill en el papel protagonista, así que el grueso de seguidores de la obra de Andrzej Sapkowski que consiguió reunir Netflix se ha sentido más que decepcionado ultrajado.

Apenas empezábamos a entender el conflicto político entre reinos y razas cuando el descubrimiento de los poderes de Ciri hace saltar todo por los aires. El propósito final de encontrar a Ciri para… para… no tengo ni la más remota idea, lleva a nuevas guerras y movimientos que trastocan todo lo anterior… y no hay manera de volver a seguir lo que está ocurriendo. No he conseguido hacerme a los cambios entre los líderes de los reinos, ni al lugar y propósito que ocupan secundarios que han estado deambulando toda la serie sin rumbo claro. Es que ni voy a perder el tiempo buscando sus nombres. No he podido discernir en ningún momento quién pelea contra quién, y más concretamente dónde están y qué hacen los elfos, que por alguna razón se supone que son importantes en la historia global. Y no te digo ya de los vaivenes de los ladinos magos, donde resulta imposible creerse que puedan formar un gremio estable cuando llevan siglos traicionándose entre ellos.

En todo esto meten a Jaskier con calzador. Se entiende que no quisieran desaprovechar el carisma del personaje, pero se siente fuera de lugar en todo momento, deambula de meollo en meollo sin llegar a aportar su propia historia personal, y nos arrastra con otros líos de nobles que no parecen pintar nada en el conjunto y traen más y más cambios respecto al original que van mosqueando cada vez más a los fans.

Este galimatías de intrigas palaciegas se traduce en capítulos difíciles seguir tanto en argumento como en interés: algunos se hacen un tanto pesados, con tramos bastante aburridos. No hay sensación de dirigirnos hacia ninguna parte, o más bien, de que los autores, Lauren Schmidt Hissrich y colaboradores, sepan hacia dónde quieren ir.

Los saltos a la parte del Brujo vuelven a levantar bastante el nivel. Geralt, Ciri y Yennefer huyen con lo puesto ofreciendo una odisea lo justo de movidita como para continuar atraídos por sus destinos, pero no tanto como para resultar apasionante, y tampoco está carente de problemas. Hay alguna pelea espectacular con vibrantes coreografías, otras que cantan chapuza en el acabado y dan lástima. Hay recesos emotivos, como la estancia en la cabaña, que rompen su hechizo con agujeros de guion ridículos, como el vestido de gala que se ponen a pesar de ir sin equipaje. Y las indagaciones sobre la naturaleza de Ciri y quien va tras ella pronto pierden suspense y sustancia.

El quinto episodio une varios frentes con una narrativa inesperadamente más ágil y atractiva de lo que veníamos viendo, pero sigue dejando muchos flecos, y los tres últimos capítulos se vienen totalmente abajo. Por cierto, incomprensible la decisión de Netflix de meter un parón en medio.

El juego de intentar generar tensión y engañarnos con quién es mago traidor y quién fiable no puede funcionar, resulta totalmente artificial, pues ninguno ha mostrado unas motivaciones y personalidades claras. Y en esta vorágine de acontecimientos ininteligibles y anodinos menos interés puede despertar. Si no habías desconectado hace tiempo lo harás ahora.

Tres temporadas (y media, contando El origen de la sangre) con brujos y magos, y todavía no se ha explicado lo mínimo de la magia para que podamos tener una reglas coherentes sobre cómo funciona el universo, sorprendernos con nuevas habilidades… y entender qué podría implicar la aparición de Ciri. La mayor parte del tiempo, los magos más poderosos del mundo parece que solo saben generar escudos y ondas de choque. Y por el camino se han olvidado del teletransporte y crear fuego y plantas tan ridículos de la primera temporada. Pero al final se sacan de la manga un mega conjuro… que lo único que hace es alagar más el clímax de acción, hasta agotar la paciencia del espectador.

Pero si esperabas que por fin en el desenlace de la temporada explicaran algo, te dan en las narices con un episodio de relleno en el que Ciri tiene unas insoportables y absurdas aventuras totalmente fuera de lugar, y la parte de Yennefer y Geralt no concluye o asienta nada, se ven envueltos en varios peligros artificiales sin emocionar nada. Habían prometido estar juntos para defenderse de los peligros y proteger a Ciri, pero ya a media temporada cualquier excusa vale para separarlos. Es algo que no canta al principio, pues así tenemos más aventurillas con las que distraernos, pero en la parte final, con el conflicto en su momento álgido, no se entiende nada, por qué Yennefer va ahora con los magos y no antes en busca de respuestas, porqué Geralt aparece y desaparece mientras los guionistas tratan de justificar la dosificación de información, y sobre todo no llega a darse ninguna explicación de la obsesión que tienen todos los bandos con la chiquilla.

En el acabado sigue siendo una serie vistosa en general, pero todavía patina de vez en cuando. La fotografía saca gran partido de los hermosos parajes naturales donde ruedan. Con mejor aprovechamiento de localizaciones reales para los castillos y algunos decorados más trabajados olvidamos los cutres cartón piedra de la primera etapa. Musicalmente sigue yendo muy justa, le falta épica y versatilidad al trabajo de Joseph Trapanese.

Pero la labor de dirección se contagia de la apatía del guion, ninguno de los autores implicados logra imprimir ritmo, nervio, emoción. Y para rematar, alguna pelea vuelve a sufrir esos inesperados bajones, como la del monstruo cambia formas, que es un desastre en planificación, rodaje, montaje y efectos especiales.

Con esta deriva creciente, el poco interés que quedaba por seguir la saga se desvanece casi del todo… y recibe el último estacazo al recordar que para las siguientes temporadas han cambiado al carismático Henry Cavill por el joven con cara de atontado Liam Hemsworth. Si al menos fuera su hermano Chris, quedaría alguna esperanza. Pero en realidad, lo que había que haber cambiado hace tiempo son los guionistas, quienes en vez de aceptar sus fallos y buscar soluciones se han dedicado a airear las discrepancias cuando no peleas que había en la saga de escritores a la vez que fingen que la serie va estupendamente. Así, lo que venía siendo una adaptación fallida se ha convertido en un insulto para los fans de la obra de Andrzej Sapkowski, dejando la imagen de Netflix por los suelos.

PD: Otra temporada en que han modificado el maquillaje de Ciri, notándose demasiado en general y quedando muy raro a veces.

Ver también:
Temporada 1 (2019)
Temporada 2 (2021)
El origen de la sangre (2022)
-> Temporada 3 (2022)

THE WITCHER – TEMPORADA 2

Netflix | 2021
Fantasía, aventuras, suspense | 8 ep. de 52-63 min.
Productores ejecutivos: Lauren Schmidt, Matthew O’Toole, Steve Gaub.
Intérpretes: Henry Cavill, Freya Allan, Anya Chalotra, Joey Batey, MyAnna Buring, Mimi Ndiweni, Eamon Farren, Adam Levy, Anna Shaffer, Tom Canton, Mecia Simson, Lars Mikkelsen, Kim Bodnia, Royce Pierreson.
Valoración:

Al abordar la adaptación de la saga de Geralt de Rivia de Andrzej Sapkowski, la creadora Lauren Schmidt y su equipo se encontraron con que las primeras novelas ofrecen aventuras sueltas en las que para hilar algo en común hay que unir datos soltados de fondo aquí y allá y seguir la pista a personajes secundarios que aparecen puntualmente. Pero se complicaron de mala manera ambicionando enrevesadas intrigas de la corte, tratando de subirse a la moda de Juego de tronos (David Benioff, D. B. Weiss, 2011), y además usando unos confusos y absurdos saltos temporales, en vez de seguir una fórmula más en la línea de los libros, esto es, ir creciendo en historias y asentando el mundo de fantasía poco a poco.

Al adelantar eventos de novelas posteriores también se está acusando a estos dos primeros años de ser muy poco fieles, pero no estoy de acuerdo. Aunque sean en distinto orden, las historias originales, sean grandes o pequeñas, están aquí, son reconocibles en forma y contenido, destacando sobre todo el fondo, pues han captado muy bien el tono fatalista, melancólico, que transmiten los lugares y gentes que conocemos a través del brujo Geralt.

Los problemas de la serie son otros, principalmente esa narrativa farragosa y a la vez torpe, y se puede ver que intentan solventarlos. Las tramas principales quedan más claras, fluyen con más naturalidad, y los personajes están mejor dibujados. Pero todavía le falta algo para encontrar un equilibrio superior.

Geralt gana matices, alejándose del simple mercenario gruñón que funcionaba principalmente por carisma, resultando más humano y complejo; la llegada de Ciri trastoca su vida y debe adaptarse a nuevas situaciones. Ciri ahora tiene dimensión, no es un macguffin con patas. Echada a la fuerza de su vida, se obsesiona con la venganza para poder darle un sentido a su situación. Yennefer sigue siendo un torbellino de sentimientos, y su odisea por encontrar su lugar resulta enternecedora y triste a la vez. Jaskier es adorable, es una lástima que aparezca menos y no haga nada sustancioso, pero cada vez que está en escena es un deleite. Y en líneas generales, la presencia, el talento y la química de los que hacen gala los actores Henry Cavill, Anya Chalotra, Freya Allan y Joey Batey llenan la pantalla. Un detalle curioso: en la primera temporada le teñían las cejas a Freya, ahora no; le da un toque más adulto, a lo mejor es por eso.

Tenemos unos cuantos puntos álgidos aquí y allá, como el reencuentro de Yennefer y Jaskier, algunos pasos en la relación entre Ciri y Geralt, el misterio con el sentido de la chica en el universo y la aparición de algunas criaturas… Aunque lo mejor del año es el primer episodio al completo: la peculiar versión de la bella y la bestia, con el encantador y taimado jabalí humano, es deliciosa.

La odisea de los elfos como pueblo errante es emotiva, y transmite muy bien el pesar de que el mundo cambia rápidamente y está dejando atrás, sea apartadas o incluso extintas, a muchas especies mientras el violento ser humano se impone. Y de todo esto emerge un buen análisis sobre la identidad y cultura de los pueblos, la inmigración, el racismo y la integración. Filavandrel (Tom Canton) y Francesca (Mecia Simson) como los líderes de los elfos se hacen querer, contagian sus ganas por encontrar un lugar en el que vivir.

Los conflictos entre reinos (Nilfgaard, Cintra), con los magos metiendo mano descaradamente en cada tejemaneje, tienen algo más de sentido. Todavía no funcionan del todo, se quedan un poco en unas simplonas ansias de conquista, sin definir adecuadamente una cultura e historia que nos explique cómo se ha llegado a esta situación, pero los personajes implicados han crecido mucho, y sus acciones quedan mejor expuestas, con lo que las disputas de los poderosos se hacen más tangibles y llevaderas.

Fringilla, Cahir y Stregobor dejan de ser unos villanos monocromáticos y ganan mucho interés. Sus ambiciones por afianzar su poder dan pie a intrigas entretenidas, no confusas como antes. Y otros secundarios como Triss Merigold también ganan relevancia. Eso sí, a cambio Tissaia pierde algo de presencia, aunque sus aportaciones son importantes. El que no cuaja del todo es Istredd, que se presenta como crucial para encontrar respuestas sobre lo que está pasando, pero no termina de hacer nada concreto y las cosas se resuelven sin él; también hay que señalar que la aparición de los bibliotecarios e historiadores resulta un tanto confusa, no sé muy bien qué querían contarnos con ellos.

Conocemos el cuartel general de los brujos, Kaer Morhen, y a otros como Geralt, algo que genera mucha expectación… pero que no convence del todo. Aunque hayan querido retratar la decadencia de esta orden, mostrar que están desubicados, sin ganas de vivir, en una sociedad que ya no los quiere, entre el casting y el guion hacen pensar más bien en un grupo de moteros borrachos. El líder, Vesemir (Kim Bodnia), parece mostrar mucho interés por su bienestar y futuro, pero realmente no hace nada hasta que se obsesiona con la fórmula para crear nuevos brujos, porque se ve que los que tiene ahora los da por perdidos.

Pero a pesar de las mejoras generales de la serie, todavía queda algo de la sensación de que las distintas secciones están separadas entre sí más de la cuenta, sobre todo porque al final en vez de confluir en algo en común patina, se va por las ramas. Con el ser misterioso de la cabaña parecía que se estaba dando un empujón a la perspectiva global, tanto a la hora de ahondar en la naturaleza de Ciri como de ir uniendo las distintas líneas abiertas con reyes, magos y elfos. Pero después de todo lo andado, resulta que es una trama de relleno, cual monstruo de la semana de series tipo Buffy, la Cazavampiros (Joss Whedon, 1997), un decepcionante relleno sin trascendencia real. La cosa empeora porque la batalla final es todo ruido y efectos especiales pero no tiene sentimiento ni contenido, pues una vez en marcha, el resultado se ve venir de lejos, todos los muertos son extras sin alma, los personajes nunca parecen en peligro creíble… Paralelamente, la bien cimentada trama de los elfos y la corte de Nilfgaard se precipita y explota de manera un tanto caótica, costando asimilar bien lo que ocurre.

También hay un par de soluciones muy cutres a lo largo del año. Son momentos puntuales, pero tan cantosos que hay que mencionarlos. Los caballos que aparecen convenientemente en la huida a la desesperada del templo de Melitele, ensillados y todo, dan vergüenza ajena; en la exploración de la grieta cerca de la ciudad, la guardia de esta llega instantáneamente para tener una escena de acción metiza con calzador.

El acabado ya apuntaba maneras, y termina de redondearse otro poco. Hay mejoras en decorados (ya no encontramos un repentino cartón-piedra que contrasta demasiado con el resto), en efectos especiales (alucinante el jabalí-hombre, los monstruos ya no cantan nada), y maquillaje y vestuario (menudo derroche de trajes, y las armaduras negras que parecían hechas con bolsas de basura han desaparecido). Centrándose en sacar partido de las escenas de aventuras y acción que vive Geralt en vez de buscar batallas colosales imposibles, no hay bajones tampoco en esta parte: las peleas del brujo con diversos enemigos son brutales. Aun así, todavía encontramos un caso donde mezcla de estos elementos con un casting inadecuado resulta chocante: como he señalado, Vesemir y sus compañeros parecen moteros del sur de EE.UU. en vez de brujos de fantasía.

Con las excelentes labores de dirección, la virtuosa y hermosa fotografía, el impecable montaje y ese notable diseño artístico tenemos una serie deslumbrante, con infinidad de escenas y planos bellísimos, paisajes embelesadores y secuencias de acción espectaculares. Sólo la música sigue algo descolgada, a pesar de que hay cambiado de autor para intentar remontar: Joseph Trapanese (Oblivion, 2013) cumple pero tampoco logra dejar huella.

Cabe señalar que Alik Sakharov, segundo productor ejecutivo y principal artífice del aspecto visual, ya no está en la serie. Ha ascendido un productor secundario, Steve Gaub, y entrado uno nuevo, Matthew O’Toole; ambos vienen de producir algunas películas de acción. O’Toole está también al frente de la primera serie paralela en llegar, The Witcher: Blood Origin.

The Witcher asienta un poco el tono y muestra cada vez más personalidad, pero todavía resulta demasiado irregular, casi caótica, desaprovechando bastante el potencial tanto de las novelas como de sus propios puntos fuertes.

Ver también:
Temporada 1 (2019)
-> Temporada 2 (2021)

THE WITCHER – TEMPORADA 1


Netflix | 2019
Aventuras | 8 ep. de 47-67 min.
Productores ejecutivos: Lauren Schmidt, Alik Sakharov, varios.
Intérpretes: Henry Cavill, Freya Allan, Anya Chalotra, MyAnna Buring, Joey Batey, Mimi Ndiweni, Eamon Farren, Adam Levy, Royce Pierreson, Jodhi May, Björn Hlynur Haraldsson.
Valoración:

Alerta de spoilers: Presento con bastante detalle las tramas principales; no revelo nada serio ni sorpresas, pero si quieres ir en blanco es mejor no leer. —

The Witcher ha sido desarrollada en el seno de Netflix, que pone dinero y distribución, pero relega el proyecto en varias compañías pequeñas. Su productora ejecutiva principal es Lauren Schmidt Hissrich, quien inició su carrera como guionista secundaria en El Ala Oeste de la Casa Blanca (1999), y tras otras pocas series llegó a guionista principal y productora en Sin cita previa (2007) y fue una de las muchas manos que tejieron la saga The Defenders (2017). Y mientras desarrollaba la presente estuvo colaborando en otro éxito de Netflix, The Umbrella Academy (2019). Aunque como es obvio se unieron más productores ejecutivos y guionistas, si destaca un nombre es Alik Sakharov, principal artífice del aspecto visual. Este empezó como director de fotografía, dejando huella en Roma (2005) y Los Soprano (1999), lo que le permitió dar el salto a la dirección en series de primer nivel, Boardwalk Empire (2010), Juego de tronos (2011), Black Sails (2014)… Se ha rodado principalmente en Hungría y las Islas Canarias.

No sé si fue idea de Netflix o de los productores, pero tenían una saga literaria con un estilo propio muy marcado y de indudable éxito (potenciado por los videojuegos, eso sí), y resulta que se intentan montar una imitación a Juego de tronos (David Benioff, D. B. Weiss, 2008). Este concepto ni encaja en el formato de la historia original ni el guion en general está a la altura. Y a eso hemos de sumar problemas con el casting y el acabado. Como resultado, esta temporada ofrece una serie de aventuras con un gran potencial que se deja vislumbrar aquí y allá pero que en general hace aguas.

En los libros entramos en el universo imaginario con aventuras sencillas, y en cada nueva entrega se va abriendo el horizonte poco a poco. Seguimos las andanzas del brujo Geralt de Rivia, que deambula por todas partes ofreciendo sus servicios como cazador de criaturas mágicas. Así, vamos conociendo las reglas de esta fantasía (qué seres y poderes hay), los reinos y lugares principales, las formas de ser de las gentes pobres y nobles, y detalles de la historia pasada antes de meternos en tramas de largo recorrido, que son principalmente las disputas entre distintas facciones, sean reinos, culturas, razas…

En la serie han pretendido una fantasía épica de intriga política a lo Juego de tronos, porque ya se sabe, muchos intentan vivir del éxito de otros en vez de buscar su propio camino. Comenzamos directamente con reinos en guerra y añadiendo pronto a la mezcla más bandos con mayor o menor implicación, como magos y elfos. Al lector lo traicionas, pues esperaba ver las historias iniciales de Geralt, sumergirse en el ambiente de la primera novela. Al no lector lo vuelves loco. ¿Pero qué está pasando? ¿Cuál es el estado político, a qué se debe la confrontación? ¿Quiénes son esos reyes y nobles, qué ideales y planes tiene cada uno, cuáles son sus motivaciones personales? ¿Cómo esperas que me implique en los hechos y los dramas? Me da igual si la reina es vencida o no, no sé nada de ella.

Paralelamente seguimos a Geralt lidiando con algún noble o rey menor, cazando algún ente. Esta parte funciona bastante mejor precisamente por ir entrando en materia gradualmente, y además mantiene el tono ligero y melancólico original. Vamos viendo la fauna de criaturas y habitantes de distintos lugares, cada cual con sus peculiaridades, en unas aventuras que combinan bien la intriga y fascinación por lo desconocido, ligeros toques de humor, y cierto fatalismo. Geralt es un tipo hosco y reservado, pero porque el mundo lo mantiene aparte como una rareza que temer, pues es un mutante con poderes. Él mismo es consciente de ello, y también lo ve en los seres mágicos que persigue: a veces son temidos sin razón y no quiere hacerles daño. El mundo es complicado y cada situación depara unas sorpresas y consecuencias distintas, pero lo que conoce se trastocará cuando se encuentra con algunas personas que logran sacar algo de humanidad de él, el bardo Jaskier y la maga Yennefer, con quienes establece una dinámica muy interesante.

Cuando el reino de Cintra cae, la joven heredera Ciri acaba huyendo por su cuenta, sorteando peligros mientras esperas que el destino que tanto mencionan se cumpla: que encuentre a Geralt, se explique su lugar en la historia y los poderes incipientes que muestra. Su odisea es menos trascendente y más irregular que la del mago. Hay escenas de huidas y matones anodinas, que no aportan nada, y parece que los autores lo saben, porque intentan realzar los peligros con sensacionalismo; el ser que es capaz de adoptar formas es puro relleno, por ejemplo. Pero algún tramo tiene más enjundia, como el del campamento que termina siendo atacado por los enemigos, lo que sirve para dar un poco de contenido y verosimilitud a la perspectiva global. Pero a la larga su viaje se estira demasiado sin concretar nada. El joven elfo no se sabe qué pinta aquí, las amazonas del bosque luminoso tampoco. Y el desarrollo emocional de la chiquilla no se mueve hacia ninguna parte, con lo que pide a gritos el encuentro y pasar a otra parte de la historia… Sin embargo, este se retrasa de mala manera hasta los minutos finales de la temporada, y entonces lo fuerzan sin tacto alguno, sin trabajarse la escena lo más mínimo. Otra de muchas decepciones.

No tarda en aparecer también el gremio de los magos. Una joven deforme llamada Yennefer es tomada por la rectora de la escuela de magos, Tissaia. Allí encontrará razones por las que vivir, un conveniente truco de magia que la vuelve hermosa, se despierta en ella una ambición desmedida, e inicia un arco de ascenso y posible caída muy interesante. ¿Adónde llegará en su viaje personal y como maga? En cierto momento se encuentra con Geralt, y su interés aumenta con una relación amorosa en tensión por ahora bien desarrollada.

La sección más fallida es la de los enemigos que atacan Cintra y persiguen a Ciri, el reino de Nilfgaard. Quedan como el mal etéreo de la fantasía más básica, gente chunga que viste de negro y no se cansa de conquistar, matar y perseguir sin tener un propósito y justificación más allá de «es que somos malos». Si quieres una intriga política de altos vuelos, no puedes tener un bando así de limitado. Los personajes que lo representan no podían ser más vulgares y aburridos. Un tipo, que no se sabe si es rey, caballero o vete tú a saber qué, está empeñado en capturar a Ciri vete tú a saber por qué. Tan poco interés despierta que he tenido que buscar su nombre: Cahir. Lo acompaña una maga que entrenó con Yennefer y se pasa al otro bando deslumbrada por el poder, Fringilla. Esta también decepciona, porque parecía que iba a tener un recorrido más trabajado y una rivalidad llamativa, pero una vez en la posición de villana se limita a ser la bruja mala de toda la vida.

El resto de secundarios no logra captar la atención. Magos, reyezuelos, pueblo llano… En Juego de tronos casi todo personaje dejaba huella, tenía características llamativas. Aquí, incluso lo más relevantes, como otros magos, destacando el que tiene un conato de romance con Yennefer, no causan impresión alguna. La única excepción es el vejete que busca los dragones, bastante agradable.

Para rematar la sensación de que las secciones están mal conectadas, a partir de cierto momento empiezas a notar que algo no encaja. Yo tuve la suerte de leer por internet que las historias están en distintos marcos temporales, pero si no, te puede chocar bastante cuando de repente reaparecen personajes muertos y ocurren cosas como si nada de lo contado hasta ahora hubiera pasado. No sé si pretendían alguna sorpresa, generar tensión o qué, pero queda fatal, ni se explica bien ni aporta nada.

¿De verdad los guionistas no fueron capaces de pensar que el tono tan diferenciado entre las distintas secciones dejaría un desequilibrio formal y de interés enorme, y que jugar con las líneas temporales era poner más trabas al espectador?

A la torpe descripción política hay que sumar la falta de esfuerzo en asentar las reglas del mundo. Más allá de que casi nunca sabemos nada del lugar y cultura donde estamos, pesa bastante que no se expliquen las capacidades de los magos. Yennefer tiene la habilidad de tele transportarse, pero para buscar el dragón se tira días ascendiendo por peligrosas montañas. Otros magos parecen ser los más poderosos del lugar, pero uno sólo sabe invocar espadas (y atacar una y otra vez como un idiota) y otra enredaderas, y con un rato haciendo eso se quedan sin fuerzas. Por extensión, la batalla final con unos cuantos hechiceros implicados es lamentable, pues sin saber qué poderes y limitaciones tienen parece un despliegue de efectos especiales absurdos hasta que el guionista decide quién gana.

En cuanto a adaptación, solo puedo hablar de lo que llevo leído, el primer libro. También presenta aciertos y fallos. El tono está bien logrado, como he explicado al describir a Geralt, pero algunas veces no hacía falta hacer cambios y aun así desaprovechan relatos con bastante gracia. El del erizo y el «Derecho de la sorpresa» me encantó en la novela, una mezcla de líos de la corte, leyes medievales aderezadas con mitología, y mucho juego del tira y afloja, mucho reto intelectual. Pero aquí acaba convertido en una pantomima de frases chorras y espadazos sin garra. La otra parte relevante, el conflicto político de Cintra y Nilfgaard, no sé qué tal lo han captado, pero no es difícil intuir que en el original tendrá un recorrido más cuidado.

El reparto no está a la altura de una serie de primera división. Parecen haberse contentado con enganchar a una estrella mediana de cine, Henry Cavill, para Geralt, conseguir una buena Ciri, Freya Allan, y al resto lo han buscado en castings de saldo, que hay que ahorrar, pues Cavill se lleva según rumores 400.000 dólares por episodio… lo que las estrellas de Juego de tronos cuando llevaban varias temporadas de aumentos de sueldo y además era un pedazo de éxito. Con estos dos han acertado. Cavill tiene carisma y pone entusiasmo en el personaje, y la joven Freya muestra un buen registro dramático que ensalza un personaje por ahora bastante limitado. Pero en los secundarios algunos salen medianamente bien parados y otros son un desastre muy llamativo.

El bardo en manos de Joey Batey resulta muy simpático, Myanna Buring tiene experiencia de sobra (The Descent -2005-, Ripper Street -2012-, Dowton Abbey -2010-…) y lo demuestra, y Anya Chalotra como Yennefer es un buen descubrimiento, es relativamente joven, sólo ha aparecido en tres series menores, y tiene bastante talento además de belleza. Pero los reyes de distintos bandos son actores mediocres. Jodhi May se dio a conocer como la hermana de la protagonista en El último mohicano (1992), pero desde entonces se quedó atascada en papeles secundarios en series que no ha visto nadie. Para la reina Calanthe nos tortura con una interpretación muy sobreactuada, parece que está siempre a punto de llorar o de cagarse encima. El islandés Björn Hlynur Haraldsson ha sido visto en Los Borgia (2011) y Fortitude (2015), pero tampoco da la talla como el rey Eist, aparte de soso, está mal caracterizado y parece estar en otra serie. Eamon Farren (la nueva Twin Peaks -2017-, unas pocas películas televisivas) como Cahir intenta poner caras de malo pero provoca risa, aunque en su defensa hay que decir que con semejante rol poco se puede hacer. Los demás secundarios con menor presencia son bastante flojos, encontrando pocas excepciones.

En el aspecto visual también hay irregularidades notorias. Sin duda ha sido una serie cara, pero quizá por el caos habitual de las primeras temporadas, más siendo una superproducción, no ha lucido como debiera.

La fotografía es muy buena, aprovecha al máximo un género muy versátil. Hay incontables planos que quitan la respiración, la naturaleza es hermosa, los interiores de distintos castillos están muy bien exprimidos… Las labores de dirección son bastante buenas, por lo general intentan huir del plano contra plano con cabeza de por medio y buscar algo más cinematográfico. De esta forma, es una obra que entra muy bien por los ojos… hasta que viene un bajón y te quedas pensando que se ha colado una escena de otra serie.

Las localizaciones en castillos reales son imponentes, pero cuando pasamos a un decorado propio el cartón piedra canta tanto que parece que estamos en Hércules (Christian Williams, 1995) y Xena (Sam Raimi, 1995). La coreografías en luchas cuerpo a cuerpo se las curran mucho y son espectaculares. En lo personal diré que, aunque por ser fantasía se puede perdonar lo rebuscadas y exageradas que son, yo hubiera preferido algo más realista, más sucio e imprevisible: hartito estoy de que los combatientes se pongan a dar vueltas mostrando la espalda a su contrincante, ¡menuda gilipollez y menudo suicidio! Pero el problema es cuando entran en juego batallas más grandes. No puedes ambicionar más de lo que tu presupuesto y tiempo permite si no quieres fastidiar las expectativas. Mucho ejército digital a lo lejos, pero en primer plano sólo ataca un puñado de soldados, y además sin planificar la escena lo más mínimo, parecen peleas de borrachos. Los efectos digitales ofrecen unos cuantos buenos monstruos, y otros que se quedan algo cortos, como los dragones. En el vestuario aprovechan también el género, deleitándonos con un repertorio muy original y variado, pero de vez en cuando aparece un actor mal elegido, mal maquillado y con ropas demasiado limpias, de forma que parece un tipo cualquiera en un carnaval medieval. La música es otro aspecto que tiene muchas posibilidades en este tipo de producción, pero lo cierto es que resulta muy parca y poco inspirada.

Con la combinación de pros y contras, The Witcher se escora peligrosamente hacia el fracaso. A pesar del atractivo de la propuesta, sobre todo si te llama el género, del carisma de Geralt y el potencial de algunos secundarios, casi todos los episodios terminan haciéndose bastante largos y dejando la sensación de desaprovechar un buen material. Si no querían tener un par de temporadas con solo Geralt de protagonista principal, al menos que hubieran separado por episodios, uno para cada sección, permitiendo así un ritmo más ágil y una duración más comedida. Esperemos que el equivocado formato elegido no lastre también las siguientes temporadas.

Ver también:
-> Temporada 1 (2019)
Temporada 2 (2021)

LOS TUDOR – TEMPORADA 4 Y FINAL

The Tudors
Showtime | 2010
Drama, histórico | 10 ep. de 55 min.
Productores ejecutivos: Michael Hirst, varios.
Intérpretes: Jonathan Rhys Meyers, Henry Cavill, Tamzin Merchant, Sarah Bolger, Joely Richardson, Max Bron, David O’Hara, Joss Stone, Anthony Brophy, Torrance Coombs, Joanne King, Simon Ward, Rod Hallett.
Valoración:

La cuarta y última temporada de Los Tudor se desarrolla con tres partes muy diferenciadas entre sí, estando además algo alejadas del tono habitual de los años anteriores. Las tres etapas tienen su presentación, nudo y desenlace, con lo que da la impresión de que la temporada intenta arrancar varias veces. Al no haber un nexo o trama que dirija todos los episodios hacia un destino tangible se genera la sensación de irregularidad y el ritmo se resiente. Además es obvio que Michael Hirst no tenía muy claro cómo enfrentar los últimos años de Enrique, y se traduce en algo de indefinición en el arco final.

En cuanto a personajes, se sigue notando la fuga de algunos actores. Mencionan a Cranmer como arzobispo, y debería haber estado en varias de las tramas importantes. El duque de Norfolk, ausente desde la primera temporada, formó en realidad parte de todas las intrigas palaciegas, salvándose por los pelos para continuar al lado de María cuando ella reinó. Y Sir Francis Bryan (el del parche) se esfuma como apareció, sin explicaciones. Por el otro lado los que tenemos crecen bastante y los nuevos son muy atractivos.

Edward Seymour gana protagonismo bastante bien, aunque el actor Max Brown no destaque mucho. Su oposición a la guerra y su intento de controlar a Eduardo (hijo del rey pero familiar suyo también) mantienen la intriga política correctamente, aunque ésta no alcance el nivel de las temporadas previas. Charles Brandon da lo mejor de sí, y Henry Cavill está a la altura (atención a cómo da edad al personaje con los gestos): se muestra muy bien el cambio que sufre, pasando de estar psicológicamente agotado a descubrir de nuevo el amor y la felicidad con la joven francesa. El obispo Gardiner ha llegado a primer plano casi sin darnos cuenta, permitiendo que Simon Ward deslumbre con una interpretación inquietante (su mirada de sapo rabioso ayuda mucho). Es una pena que no tuviera la esperable réplica de Cranmer, su opuesto en ideología. Así, la intriga religiosa también pierde algo de fuelle, aunque en la parte final remonta bastante cuando decide ir a por la reina. La gran incorporación del año es Henry Howard, conde de Surrey (y heredero de Norfolk), un aristócrata obsesionado con la pureza de la familia y la sangre noble y eternamente enemistado con los hombres nuevos, lo que le lleva a meterse en mil disputas, andando siempre en la cuerda floja hasta que todos se hartan de él y es ejecutado tras una pantomima de juicio. El carisma arrollador del actor David O’Hara realza muchísimo un personaje de por sí muy interesante, siendo desde mi punto de vista quien más huella deja en esta sesión.

Catalina Howard sigue siendo un torbellino de emociones, y Tamzin Merchant se adapta perfectamente al personaje. Vivaz, inmadura, caprichosa… Hace lo que le viene en gana sin pensar en las consecuencias, y así acaba. Thomas Culpepper, el criado del rey conocido por ser quien mantuviera el romance con ella, está en manos de un correcto Torrance Coombs. El chico es algo desagradable (altivo y pagado de sí mismo, con violación de una campesina incluida), pero no se le coge asco porque su descripción de niñato encaprichado es muy creíble y se mantiene bien la intriga de cuándo se descubrirá la traición. Catalina Parr es opuesta a su precursora. En ella encontramos una mujer curtida e inteligente que rechaza ser reina por miedo a cómo podría acabar, pero una vez que está ahí decide esforzarse por hacer algo para su causa. La pena es que la gran actriz Joely Richardson no tiene mucho tiempo para ser recordada a pesar de su excelente papel. Hablando de actrices destaca de nuevo la brillantez de la joven Sarah Bolger, soberbia en cada una de sus escenas; la pega es que con su rostro juvenil parece que María es siempre una adolescente, cuando acaba la serie con unos treinta años.

La primera sección del año se centra en la apasionada relación entre Enrique y la jovencísima Catalina Howard. El rey, feliz, la colma de regalos, y ella vive en un mundo de ensueño. Pero todo lo bueno llega a su fin. Mientras él realiza una gira por el norte para mantener la paz entre los recién rebelados y además se empieza a cansar de su presencia (tanto que se va a jugar a las cartas con Ana de Cleves), ella, impaciente, hiperactiva e insaciable en el sexo, empieza a aburrirse y se enamora de Culpepper. La fiel Lady Rochford es la única del séquito que pone un poco de freno a las andanzas de la reina y demás damas, pero al final cede y apoya el romance en secreto. Cuando aparece Dereham, uno que estuvo de parranda con Catalina antes de la boda real, la situación empieza a resquebrajarse en escenas de gran tensión.

Este es un tramo de pasiones, sexo y engaños centrado en unos pocos personajes, olvidando prácticamente por completo las habituales intrigas políticas donde diversas facciones mueven hilos varios para mantenerse en el poder. De esta forma el relato pierde algo de densidad, oscuridad y misterio, dando la sensación de que nos están contando poca cosa en comparación con las grandes conspiraciones anteriores. No quiere decir eso que el trío amoroso no esté muy bien narrado y sea realmente interesante, pero sí puede dar la impresión de que, en comparación con las otras temporadas, es una trama ligera y además algo estirada. Los capítulos previos a la ejecución son de hecho algo lentos. Pero cuando se descubre el lío la serie vuelve a deslumbrar. Interrogatorios, investigaciones y ejecuciones no son nuevas, pero confluyen en un episodio inolvidable: el capítulo El fondo del pozo (405) es el mejor del año. Las ejecuciones de los implicados y finalmente de Catalina resultan tan memorables como las de Ana Bolena, Tomás Moro y Thomas Cromwell.

No tarda nada el rey en encontrar una nueva reina. Catalina Parr será su sexta y última esposa. Sin embargo, comparada con las anteriores no se trabaja tanto el proceso de acercamiento y enamoramiento. No queda claro si Enrique se casa por amor o por cumplir, y por ello el inicio de la relación no es muy llamativo. Los conocidos roces entre ambos en materia religiosa funcionan mejor. En el tramo final se llega a temer por su vida, pues mientras Enrique se torna más moderado ella ataca al papado. Pronto encuentran un equilibrio y se llevan bien. Ella es incluso capaz de mantener a María cerca evitando la enemistad por sus diferencias religiosas. Hablando de María, con el paso de los años y la presión de Jane Seymour y ahora Catalina Parr, ha terminado acercándose de nuevo a Enrique, siendo su presencia en la corte habitual. Sin embargo la pobre pierde a Chapuys, el embajador imperial, quien fuera su mejor amigo todos estos años. Isabel también aparece, teniendo la presencia justa para señalar brevemente sus tendencias de cara al futuro (no casarse y continuar con la reforma religiosa). Por cierto, no sé por qué el embajador francés llega a salir en los créditos iniciales a pesar de su escasísima relevancia y Chapuys o Gardiner no lo hacen.

Tras el reciente matrimonio con Parr, Enrique, ávido de acción y deseoso de realizar alguna proeza antes de su muerte, se empeña en ir a alguna guerra. Lo consigue con los nuevos roces entre Francia y el Imperio, aliándose esta vez, para sorpresa de todos, con Carlos V, después de años de distanciamiento. Su objetivo, recuperar las tierras de Francia que pertenecieron a Inglaterra. El asedio a Bolonia es magnífico en todos los sentidos, sobre todo el visual. La recreación de la ciudad y del asedio con las murallas, los cañones, el campamento, los túneles… Todo ofrece un nivel de calidad insólito para una serie. Obviamente llega a verse alguna limitación (lo digital se nota, por ejemplo), pero hay que ponerse en situación: dinero, dificultad… El resultado es digno de alabanza: no sólo la HBO (Roma, Deadwood) se atrevía a realizar superproducciones de tal calibre. Además no se descuida nada el guion. Las tramas, tanto las personales (el romance de Brandon es muy interesante, la obsesión de Enrique también) como las políticas (el conflicto entre reinos) y la bélica (las vicisitudes del asedio se desarrollan con sumo detalle) son muy completas para los pocos capítulos que se les han dedicado. Da la sensación de que es una temporada dentro de otra, pero funciona de maravilla.

El entusiasmo del rey decae con la dificultad de la guerra, y se recluye en la corte. Pero como comentaba, este tramo final baja bastante el nivel, dejando una clara sensación de que no sabían muy bien cómo cerrar la serie. Destaca el intento del cardenal Gardiner de derribar a la reina y los roces de esta con Enrique, que no dan para mucho. Mientras, el complot por controlar a su heredero no despierta pasiones, y sólo merece recordar al conde de Surrey, con sus últimas rebeldías y el juicio.

La vejez de Enrique aburre, dando un último episodio bastante decepcionante. Del capítulo final de una serie se espera mucho, pero el de Los Tudor no ofrece nada llamativo, sólo es un recordatorio sentimentaloide de eventos pasados, con visitas de novias-fantasma a través de unas visiones horrorosas y sin sentido aparente. Además le sumamos otras escenas oníricas y queda un batiburrillo de existencialismo barato. Ni si quiera se dignan en mostrar la muerte del rey (¡y eso que el episodio se llama Muerte de un monarca!), dejando un no-final bastante frío e insípido. Por si fuera poco el aspecto de joven de Rhys Meyers termina por explotar del todo, a pesar de que su interpretación es tan esforzada y eficaz como de costumbre. El salto a rey viejo es torpe: en un capítulo se desmaya y para el siguiente parece que han pasado un montón de años, cuando no es así. La negativa del actor a ponerse un traje de obeso, sumada a su rostro infantil que no han sido capaces de ocultar con maquillaje y a su espantosa voz disimulada, alejan aún más la figura de la serie del rey real, aunque los productores se justificaron diciendo que un protagonista feo no gusta y que es ficción y entretenimiento antes que documental. Lo de la voz de hecho es mosqueante: a lo largo de toda la temporada finge en unas escenas pero se olvida de hacerlo en otras, como si no hubiera control de los productores y directores y el actor improvisara.

Como es de esperar la serie acaba sin extenderse en las historias del hijo y las hijas de Enrique VIII, pues se centraba en su figura y si se ponen a añadir no acabarían nunca. Pero sí resumen en texto sobre la pantalla los aspectos más relevantes de los reinados que vinieron tras la breve vida de Eduardo. Lady María sacó toda su ira reprimida y se dedicó a quemar gente a lo loco, y Lady Isabel, opuesta a la anterior en forma de ser y pensar, sobre todo en el aspecto religioso, se convirtió en la gran dama de país, forjando la llamada Edad Dorada. Este personaje se ha mostrado en cine varias veces, siendo ineludible citar las dos películas escritas por el propio Michael Hirst e interpretadas por Cate Blanchett.

Ver también:
Temporada 1 (2007)
Temporada 2 (2008)
Temporada 3 (2009)
-> Temporada 4 y final (2010)

LOS TUDOR – TEMPORADA 3

The Tudors
Showtime | 2009
Drama, histórico | 8 ep. de 55 min.
Productores ejecutivos: Michael Hirst, varios.
Intérpretes: Jonathan Rhys Meyers, Henry Cavill, James Frain, Annabelle Wallis, Max Bron, Joss Stone, Anthony Brophy, Joanne King, Alan Van Sprang, Gerard McSorley, Max von Sydow.
Valoración:

En la tercera temporada tenemos otros actores desaparecidos. Aunque no he encontrado información concreta sobre por qué los intérpretes se largaron o dejaron de estar disponibles, parece indudable que se ausentaron, que no fue decisión de Michael Hirst prescindir de los personajes. Sin ir más lejos, algunas veces se nota que hace malabares para tratar las tramas que se veían afectadas por alguno de estos: mencionan a Norfolk y Cranmer en varias ocasiones, incluso como si estuvieran ahí. Así pues, no sé cómo Hirst sacó adelante Los Tudor sin desfallecer en el intento.

No tenemos más a Hans Matheson, el arzobispo luterano Thomas Cranmer. Como vimos en la segunda temporada fue importante en el ascenso de Enrique como cabeza de la Iglesia de Inglaterra, y seguiría siéndolo en otros momentos relevantes. Otro ausente es Peter O’Toole como el Papa Pablo III, quien sin duda continuaría siendo importante en la opisición del papado a Enrique, y más cuando entra en juego Reginald Pole. A cambio nos ponen a un cardenal encarnado por otro veterano de gran nivel, Max von Sydow. Otra sorpresa es que cambian a la actriz de Jane Seymour: en la segunda sesión era Anita Briem y ahora Annabelle Wallis, aunque ciertamente se parecen mucho. Tampoco he encontrado razones concretas del cambio, pero esto pone de manifiesto lo obvio: ¿por qué no buscaron otros actores para esos otros personajes indispensables? Norfolk era esencial, y Cranmer casi también. Ambos son cruciales en la presentación y caída de Catalina Howard (que además era familia del primero), y Norfolk fue uno de los principales artífices de la caída de Cromwell.

Con este panorama da la sensación de que en cada temporada perdemos personajes muy atractivos que son sustituidos por otros con algo menos de sustancia. No causa esto un bajón notable porque las tramas principales mantienen un nivel excepcional, pero obviamente se echan de menos esos protagonistas que quitaban la respiración en cada escena, como Wolsey, Moro, los Bolena o Norfolk. Los hermanos Syemour no resultan tan fascinantes como esos, y la incoporación de Sir Francis Bryan (el del parche) no se hace bien: aparece en la corte sin más, sin que se explique quién es y por qué todo el mundo le trata como si llevara toda la vida ahí. Además éste prácticamente sólo sirve para algunas tramas secundarias: los amoríos aburren, pero la odisea tras Pole por suerte es más interesante; y para colmo desaparece en la próxima temporada, pero era tan poco llamativo que ni te das cuenta.

Enrique se casa con Jane Seymour (o Juana según algunos) y si bien la convivencia tiene sus baches (la espera porque se quede embarazada pone nerviosa a media corte), la reina es muy inteligente y hábil y queda claro que podría sobrevivir a cualquier cosa. Su ambición no ciega su precaución: es dulce y amable, aguanta todo lo que le echa el rey encima, incluso las amantes, cosa que de hecho fomenta para mantenerlo contento. Y no reniega del catolicismo pero tampoco lo airea. Con sus buenas maneras se hace amiga de todos y cae bien a todo el mundo, incluso al espectador, pues el personaje está muy conseguido y resulta adorable. Pero va y se muere de parto. Eso sí, deja al heredero, Eduardo VI, que reinaría tras Enrique. El rey desespera, cae en una depresión que le cuesta horrores superar. Todo un capítulo lo dedican a ello, con su aislamiento con el bufón. De ahí salió (al menos según la serie) la ida del olla del palacio de Nonsuch (algo así como «El que no existe»), una barbaridad que sólo se pudo pagar porque Cromwell había llenado las arcas del Estado a costa de saquear templos e iglesias. La pena es que de este fastuoso castillo no queda nada, sólo algunos bocetos y piedras.

Mientras, hemos visto también el alzamiento del Norte. Los abusos de Cromwell tenían que explotar en algún momento. Unos pocos nobles llevan las reivindicaciones del pueblo, y si no son escuchados habrá guerra. Enrique hace aquí gala de su autoritarismo de forma bastante rastrera: mediante engaños descabeza la rebelión. Charles Brandon es quien se hace cargo del proceso, y además debe dar ejemplo ejecutando a cientos de plebeyos. Desde este evento el Duque de Suffolk no será el mismo, acosado por el dolor y la vergüenza. El actor Henry Cavil mejora mucho respecto a las primeras temporadas, mostrando muy bien cómo el personaje se oscurece y se ve perseguido por esos fantasmas.

Para animar al rey le buscan un nuevo matrimonio. Las pesquisas dan bastante de sí, exponiendo en poco tiempo todos los pasos y trámites de la época. Finalmente la elegida es Ana de Cleves, pero el entusiasmo del rey se viene abajo cuando la conoce y no le gusta nada. Aquí hay que hacer un acto de fe, porque otra vez los productores (o quizá el propio Hirst) se empeñan en poner una persona atractiva en un personaje que no debe serlo. La Ana de Joss Stone es prácticamente tan guapa y dulce como lo fue Jane. ¿Por qué el rey dice que es fea como un caballo? Porque Ana de Cleves lo era, al parecer, y además tendría cicatrices de la viruela. Por suerte este matrimonio también se narra muy bien. Centrando mucho el punto de vista en la dulce y tímida chica consiguen un capítulo muy sentimental y trágico; las escenas donde el Rey la rechaza y ella no aguanta el olor de la úlcera de la pierna son demoledoras. Sorprendentemente, para suerte de Ana, Enrique no vio agravio en la situación y a pesar de su desagrado procedió a anular el matrimonio sin buscar excusas para cargársela. Luego además la trató como a una amiga o hermana.

No nos olvidamos de Lady María, quien no tiene una trama importante pero está siempre por ahí pululando y sufriendo por todo y todos, porque como buena fanática todo lo que no se ajustaba a sus normas resulta diabólico. Sarah Bolger es de nuevo, a pesar de su edad, una de las grandes intérpretes de la temporada. Y Lady Rochford (Joanne King), quien fuera la esposa florero de Thomas Bolena, sigue ganando protagonismo como dama del séquito de las reinas.

Tras el cuarto matrimonio de Enrique vendría el quinto. Los Seymour proponen a una chica cercana a su familia (y también a la de los Norfolk, como decía), Catalina Howard (o Katherine si no lo traducimos). Aparece solamente al final, pero con unas pocas escenas te gana por completo, pues Tamzin Merchant deslumbra con su erotismo y jovialidad: sus ruiditos y risitas son encantadores. Con la joven alocada llena de vida y sensualidad Enrique ve colmado sus deseos sexuales y afectivos, pues la chica es muy fácil de complacer en los segundos e insaciable en los primeros. Aquí de nuevo tenemos el problema con Rhys-Meyers: al final de la temporada Enrique tiene 48 años, pero aparenta menos de treinta, con lo que el contraste con la adolescente de Catalina casi no existe. Por lo demás, su interpretación sigue siendo muy buena, mostrando correctamente los numerosos altibajos del rey.

Entre la rebelión y el fallido enlace con Ana los nobles se posicionan en contra de Cromwell. Es demasiado extremista y tiene demasiado poder, así que se lo quitan de en medio con un complot. James Frain arrasa en los últimos capítulos, mostrando con enorme intensidad el final de otro de los grandes personajes de la serie. Pero aquí hay una pega. Aunque el equilibrio de poder de Cromwell está inestable desde principios de la temporada (genial cómo se aferra al matrimonio con Ana para mantenerse cerca del rey), el complot da la sensación de ir muy rápido y me pareció que no quedaba claro cómo consiguen que alguien tan poderoso caiga tan fácilmente. Sea como sea, su ejecución es memorable. Los Tudor es capaz de mostrar cuatro finales de personajes importantes con decapitaciones (contando la próxima de Catalina) y no dejar la sensación de que se repite un esquema o recurso o que pierde fuerza.

La realización sigue siendo exquisita, con una dedicación espectacular en la ambientación donde destaca el insuperable vestuario y la excelente iluminación en tonos naturales, pero este año también se ha puesto mayor empeño en mostrar exteriores (los castillos digitales han mejorado mucho), destacando los grandes paisajes y despliegues de extras en la rebelión del norte. En otras palabras, el presupuesto cada vez luce más y se aprovecha muy bien a la hora de rodar.

Aunque es indudable que arrastra algunos pequeños problemas (el complot contra Cromwell, el casting de Ana y las ausencias forzadas de personajes relevantes), la temporada no llega a resentirse. En el primer capítulo se presentan y empiezan a desarrollar todas las tramas del año, y de ahí al final (esta vez ocho episodios en vez de diez) no hay un momento de respiro en una vorágine de acontecimientos expuesta con enorme fuerza y calidad.

Ver también:
Temporada 1 (2007)
Temporada 2 (2008)
-> Temporada 3 (2009)
Temporada 4 y final (2010)

LOS TUDOR – TEMPORADA 1

The Tudors
Showtime | 2007
Drama, histórico | 10 ep. de 55 min.
Productores ejecutivos: Michael Hirst, varios.
Intérpretes: Jonathan Rhys Meyers, Sam Neill, Maria Doyle Kennedy, Natalie Dormer, Henry Cavill, Nick Dunning, Jeremy Northam, James Frain, Henry Czerny, Anthony Brophy.
Valoración:

Aunque sorprenda, Los Tudor no es una producción de la BBC, sino de una cadena estadounidense, Showtime, en coproducción con Canadá. Eso sí, se rodó en Irlanda, primero porque en el reparto querían actores ingleses, segundo por abaratar costes, y tercero por aprovechar localizaciones (campos y castillos). Su creador y guionista de absolutamente todos los episodios es Michael Hirst, que va camino de convertirse en toda una autoridad y referente en la historia adaptada al cine y televisión: empezó fuerte con Elizabeth (en la que Cate Blanchett se dio a conocer), pero donde deslumbró fue con esta Los Tudor, hasta ahora su mejor obra y también donde más empeño echó, porque a partir de entonces su implicación en la escritura de proyectos donde colabora es menor. En la fallida Camelot por desgracia sólo fue productor, y así salieron los guiones. En Los Borgia tampoco escribió, y Neil Jordan, sin fallar, no llegó a los niveles que Hirst ha demostrado poder alcanzar. Vikings es su última incursión como guionista además de productor, y si bien el primer año es irregular tiene muchos buenos momentos y enorme potencial.

Emitida entre 2007 y 2010, Los Tudor consta de cuatro temporadas de diez capítulos (con la excepción de los ocho de la tercera). Su título es un poco engañoso, no sé cómo le dieron el visto bueno, pues la narración se centra exclusivamente en Enrique VIII a pesar de que la dinastía Tudor es amplia y tuvo varios monarcas. Enrique con sus seis esposas es probablemente el monarca, no solo de Inglaterra sino del mundo entero, del que más libros y películas se han realizado, pero por si alguien anda un poco perdido en historia pongo en situación. Estamos en las primeras décadas del siglo XVI, entrando en lo que ahora llamamos el Renacimiento. Colón ha descubierto América y nuevos horizontes se abren para Europa. Desde Italia nacen nuevas corrientes de pensamiento que comienzan a cambiar la forma de entender al mundo, al hombre, a las ciencias y al arte. Y en cuanto a la religión, en Alemania Lutero inicia el movimiento protestante, que cuestiona la autoridad de la Iglesia.

Creo que nunca se citan años concretos en la serie, pero el reinado de Enrique va de 1509 a 1547, y por los hechos narrados en esta temporada se deduce que empezamos alrededor de 1530 (acercamiento a Ana Bolena y caída de Wolsey). En el panorama internacional el Imperio de Carlos V (o Carlos I de España) y la Francia de Francisco I danzan con Inglaterra, guerreando unos con otros según cambia el viento. Enrique consigue sembrar buenas relaciones gracias a que aprende rápido y tiene buenos asesores, con lo que no se llega a un gran conflicto que desestabilice gravemente el equilibrio de poder.

En la corte, el rey, casado con Catalina de Aragón desde hace más de veinte años, empieza a sentir la presión de no tener un hijo varón. Catalina solo le ha dado una hija sana, María, y un puñado de abortos y bebés que duraron pocos meses. Así, Enrique empieza a distanciarse de ella, tomando amantes cada dos por tres. La familia Bolena y algunos amigos de ésta son unos escaladores sociales natos, y el cabeza de familia, Tomás, no duda en a usar a sus propias hijas María y Ana para tentar al rey para se encapriche de alguna de ellas y así ganarse su favor. Enrique despacha a María pero se enamora perdidamente de Ana, y la llega a tratar casi de reina a pesar de las críticas de los partidarios de Catalina y de la Iglesia, que ven el pecado en su relación. Pronto Enrique decide pedir el divorcio al Papa, porque en esa época sólo los reyes con buen enchufe conseguían una bula o dispensa de la Iglesia que daba el matrimonio como nulo y les permitía casarse de nuevo. Pero no se lleva bien con la jerarquía católica actual, y no están por seguirle el juego, más cuando Catalina es una reina muy querida por el pueblo.

El más fiel servidor del rey, el Cardenal Wolsey, es también su Canciller, encargado principal de la gestión del reino. Pero su ambición es enorme, pues sueña con llegar a Papa, y pronto sus deseos chocan los del rey. Se ve en medio de una lucha de poderes entre la Iglesia y Enrique, y pierde fuerza en ambos frentes. Mientras los Bolena llegan a lo más alto, Wolsey se hunde en la ignominia. La temporada acaba con la caída de Wolsey y los primeros pasos de Enrique hacia parte del ideario protestante (que daría pie a la Iglesia Anglicana), pues éste le permite ganar poder contra la Iglesia.

Los Tudor es todo conspiración política en la corte. Reyes, nobles y religiosos están diariamente absortos en mantener y aumentar su poder. Y en ese proceso las mujeres suelen ser meras piezas de cambio, aunque algunas no dudan en luchar con lo poco que tienen (sus encantos y conexiones masculinas, claro), como Catalina y Ana. Apenas salimos de los palacios e iglesias, casi toda la narración es en interiores, con los personajes formando alianzas, midiendo rivalidades, aplastando a quien se ponga en su contra aunque hace nada fuera un fiel amigo.

Los diez episodios se hacen realmente cortos, pues la narrativa es veloz e intensa como si fuera una serie de acción, atrapando con gran fuerza en la vorágine de intrigas personales. La exposición de personajes es magistral y la evolución de estos no defrauda. Capítulo a capítulo van adquiriendo nuevas capas, moviéndose hacia un lado u otro pero siempre en órbita respecto a los demás habitantes de la corte. Y el reparto, el excelso, impresionante e inolvidable repertorio de actores, termina de conseguir que Los Tudor sea una serie enorme. Lástima que pasara tan desapercibido porque no fue una producción de moda y por tanto resultó bastante ignorada por medios y premios en favor de otras muy inferiores o al menos con repartos no tan llamativos. Rhys Meyeres logró arañar un par de nominaciones a los Globos de Oro, pero el resto de prodigiosos intérpretes fueron tremendamente infravalorados.

Enrique es una tempestad. Afable cuando las cosas van bien, de frío a impetuoso cuando se tuercen. Al principio nos muestran a un rey comedido, influido por la corriente humanista y culta de Tomás Moro, divertido y sociable en las fiestas de nobles, precavido y dado a reflexionar en las relaciones internacionales. Pero su reinado también se conoció por ser bastante autócrata, y eso se va viendo reflejado poco a poco: el enamoramiento con Ana y los impedimentos que le pone casi todo el mundo van sacando su parte más autoritaria. El actor Jonathan Rhys Meyers muestra con entusiasmo los cambios de humor, está estupendo en la pose de rey (declamando muy bien) y en la de enamorado, y la transformación hacia su lado sombrío es estupenda (aunque habrá que esperar a la segunda temporada para apreciarla en todo su esplendor). El único problema es que su físico de guaperas, joven y atlético no convence del todo en el personaje. Debe representar varias décadas de vida del monarca, y en las temporadas finales el ser tan joven no da el pego de ninguna manera para un Enrique que además de anciano era obeso.

Wolsey se dedica por completo a su ambición: solo desea ascender, y para ello qué mejor lugar que en la corte al lado del rey, donde puede conspirar a lo grande. Pero también es una posición donde un desliz le puede hacer caer desde todo lo alto, con lo que la tensión sobre sus hombros es notable. Sam Neill está colosal en el papel, obteniendo una de las interpretaciones más memorables de la historia de la televisión. Impresionante su tono de falsa fidelidad y como enmascara el miedo a perder el favor del rey, inconmensurable la desesperación en su caída.

Catalina es la reina rechazada, abandonada en sus habitaciones con la única compañía de las damas de honor y las visitas de los embajadores del Emperador. Casi sin amigos, se hunde en la depresión. Maria Doyle Kennedy es la representación máxima de este estado anímico. Logra transmitir una pena y tormento infinitos. La pega es que el español que habla en ocasiones es dictado de memoria y queda ridículo. De todas formas aprovecho para decir que es sacrilegio ver a estos actorazos en versión doblada. Ana Bolena es prácticamente lo opuesto a Calatina: vitalidad, sensualidad, entusiasmo… El casting halló en Natalie Dormer una joya en bruto: ¡qué torrente de emociones transmite con sus característicos gestos, miradas y esos deliciosos labios en posiciones imposibles!

Nick Dunning es el padre de Ana, Thomas (o Tomás si lo traducimos… en esta serie el lío de traducir figuras importantes y no hacerlo con otras menos conocidas genera un caos de nombres que debería poner de manifiesto esta absurda manía de adaptar nombres históricos). Es otro actor inmenso de miradas inquietantes y feroces que muestran muy bien su ambición y determinación por aplastar sin remordimiento a todo el que haga falta para trepar en la sociedad. Henry Czerny nos deleita con otra interpretación de ese nivel: es Norfolk, otro noble de alto rango y fiel a la causa Bolena. Cuantas fantásticas conspiraciones en susurros se marcan estos dos. Charles Brandon es un joven sin las aspiraciones de los demás, solo quiere una buena vida. La amistad con Enrique pasa por muchos altibajos, pero sobrevive siempre. Henry Cavill no está a la altura del resto, pero eso no quiere decir que lo haga mal.

Tomás Moro es la guía moral de Enrique, su mentor. Humanista, teólogo y escritor, fue una de las grandes mentes de la época, pero su férrea lealtad a la Iglesia en tiempos de revolución le pondrá al borde del abismo continuamente, sobre todo cuando el rey empiece a distanciarse del papado. Jeremy Northam es otro que arrasa en cada aparición, siendo para mí el segundo gran papelón de la serie. Sus miradas de aflicción contenida y su asombrosa capacidad para mostrar cómo el personaje bulle por dentro lleno de ideas, temores y emociones que intenta no reflejar al exterior son indescriptibles. La figura opuesta de este rol es James Cromwell, que aparece sobre el ecuador de la temporada. Se mantiene en la sombra, trepando hasta llegar a ser segundo de Wolsey a pesar de en secreto oponerse al catolicismo, esperando su momento para dar a conocer sus ideas, para sembrar en la corte la semilla del luteranismo, algo que los Bolena todavía no se atreven a hacer abiertamente. James Frain es otro genio de las interpretaciones contenidas que muestran muchísimo casi sin gesticular, con miradas serias y tenebrosas.

Tenemos también otros tantos nobles y clérigos con menor presencia pero muy importantes en el entramado. Incansables luchadores de la causa de Catalina son el obispo Fisher y el embajador español Chapuys (aunque inicialmente hay otro enviado que no vuelve a salir). Entre los nobles destacan William Compton y Anthony Knivert (este último inexistente en la realidad), jóvenes con prometedor futuro. Como bardos y músicos de la corte hallamos a Thomas Wyatt y Thomas Tallis (sí, aquí todo el mundo se llama Thomas), otras dos figuras relativamente importantes de la época. El primero hasta la segunda temporada no cobra importancia. El segundo no se sabe muy bien qué pinta aquí: sus tramas son ajenas al resto y bastante aburridas, sobre todo la tontería de la chica que ve a la hermana muerta.

En cuanto a la puesta en escena, Los Tudor tiene una acabado excelente aunque a veces se noten limitaciones obvias de presupuesto. El vestuario, de complejo y rico, se llevaba gran parte del dinero, y luce de forma espectacular. En los decorados de interiores también se pone mucho empeño, con muebles y demás elementos cuidados al detalle. El problema es que no había forma de representar algunos palacios ya inexistentes (con lo que parece que estamos siempre en los mismos sitios), ni partes complicadas (nunca vemos calles de la ciudad) y panorámicas exteriores sin gastarse un dinero que no se podría recuperar. Vemos que intentan alguna recreación digital del exterior de algunos lugares (el palacio Whitehall principalmente), pero la pobreza del acabado no tiene la calidad exigible en una serie de primera división, con lo que hubiera sido preferible que usaran los clásicos fondos pintados (mate painting) que tan buenos resultados han dado durante décadas. Como suele ocurrir, en cada nueva temporada la cosa mejora poco a poco, de hecho llegaremos a ver grandes escenas en exteriores (incluido un asedio).

Pero como digo, lo que tenemos se aprovecha bien: la escenificación en interiores es magnífica, nunca parece encorsetada o limitada por espacio ni por dificultad (muchos personajes en cada momento), la secuencia siempre fluye con un tempo perfecto. La iluminación natural está muy lograda, otorgando un aspecto realista a la ambientación, y junto al vestuario y atrezo nos traslada muy bien a la época. La música aparece en pocos momentos cruciales y resulta tremendamente efectiva, aunque también debo citar el fallido tema popero exigido para los feos títulos de créditos. Hablando de estos, nadie sabe qué significa la frase que incluyen, «para conocer la historia debes ir el comienzo»… ¿y al comienzo de qué vamos, si la serie abarca lo que le da la gana a Hirst? En la segunda temporada la eliminan.

Los peros son escasos y no muy llamativos. De hecho el primer pero que voy a poner sale de un gran acierto. Narrar la historia es difícil, porque abarca muchos años y los momentos cruciales pueden estar muy separados, lo que complica muchísimo una progresión fluida en la trama y en los personajes. Esto significa que hay saltos temporales grandes de los que no siempre somos conscientes, aunque a veces se pueden ver aplicando la lógica (por ejemplo Cromwell es enviado por toda Europa, con lo que es evidente que pasan meses). Por lo general Hirst solventa esta dificultad con gran habilidad, sin altibajos o huecos en la narrativa ni en la evolución de los protagonistas, pero en unas pocas ocasiones se resumen tanto los acontecimientos que puede generar confusión: la política internacional cambia bruscamente, y puede costar seguir qué países son ahora amigos y cuáles están causando roces.

El otro aspecto criticable son algunos detalles un tanto raros y algunas desviaciones respecto a la historia real difíciles de entender. Entre los detalles cabe destacar: el rey no vivía en Whitehall sino en Wetsminster (luego convertido en el Parlamento), ni este palacio se llamaba así, de hecho se lo arrebata a Wolsey en su caída, así que aquí le quita otro palacio; el músico Thomas Tallis no estaba en la corte en esta época, a pesar del empeño en darle protagonismo (y como señalaba, su sección es la única un poco endeble). En los cambios notables tenemos los siguientes: las dos hermanas de Enrique, María y Margarita, se fusionan en una (Margarita) de manera extraña, con ese matrimonio inventado con el rey de Portugal y el fugaz casamiento con Charles Brandon, quien en realidad estuvo con María varios años y tuvieron varios hijos; además, es María la que muere durante esta época, mientras que Margarita estaba casada con el rey de Escocia; el hijo bastardo de Enrique con su amante Bessie Blount muere aquí de niño, aunque en realidad llegó a la adolescencia, un cambio que quizá responde a la idea de forzar en Enrique la desesperación por no tener descendencia masculina; hasta que asientan el personaje de Pablo III (Peter O’Toole) en la segunda temporada, los papas que citan este primer año son inventados; y Wolsey, que aquí es encerrado y termina suicidándose, en realidad tuvo una muerte menos espectacular, falleciendo al enfermar en el viaje hacia su juicio.

Y para los más puristas, decía que el nivel de calidad del vestuario es impresionante, sobre todo tratándose de una serie y donde cada pocos capítulos tenemos trajes nuevos para cada noble. Pero la fidelidad es otra cosa. En líneas generales se mantiene el aspecto de la época, pero en algunos elementos parece que Hirst decidió dar un aire más moderno, como si pensara que lo pintoresco de aquellos tiempos fuera difícil de digerir. Los nobles llevan botas de cuero (hasta la rodilla incluso) y pantalón en vez de los zapatitos y mallas habituales, y las mujeres lucen complicados peinados cuando lo normal era llevar la cabeza muy tapada; los escotes no eran extraños, pero algunas iban con ropa hasta la barbilla, y aquí nunca vemos algo así. Todo esto no desluce la enorme calidad de la serie, pero sí cabe preguntarse que, si pones empeño en hacer una producción histórica, ¿por qué dejas descaradamente de lado la fidelidad en algunos momentos?

Ver también:
-> Temporada 1 (2007)
Temporada 2 (2008)
Temporada 3 (2009)
Temporada 4 y final (2010)