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LOS TUDOR – TEMPORADA 4 Y FINAL

The Tudors
Showtime | 2010
Drama, histórico | 10 ep. de 55 min.
Productores ejecutivos: Michael Hirst, varios.
Intérpretes: Jonathan Rhys Meyers, Henry Cavill, Tamzin Merchant, Sarah Bolger, Joely Richardson, Max Bron, David O’Hara, Joss Stone, Anthony Brophy, Torrance Coombs, Joanne King, Simon Ward, Rod Hallett.
Valoración:

La cuarta y última temporada de Los Tudor se desarrolla con tres partes muy diferenciadas entre sí, estando además algo alejadas del tono habitual de los años anteriores. Las tres etapas tienen su presentación, nudo y desenlace, con lo que da la impresión de que la temporada intenta arrancar varias veces. Al no haber un nexo o trama que dirija todos los episodios hacia un destino tangible se genera la sensación de irregularidad y el ritmo se resiente. Además es obvio que Michael Hirst no tenía muy claro cómo enfrentar los últimos años de Enrique, y se traduce en algo de indefinición en el arco final.

En cuanto a personajes, se sigue notando la fuga de algunos actores. Mencionan a Cranmer como arzobispo, y debería haber estado en varias de las tramas importantes. El duque de Norfolk, ausente desde la primera temporada, formó en realidad parte de todas las intrigas palaciegas, salvándose por los pelos para continuar al lado de María cuando ella reinó. Y Sir Francis Bryan (el del parche) se esfuma como apareció, sin explicaciones. Por el otro lado los que tenemos crecen bastante y los nuevos son muy atractivos.

Edward Seymour gana protagonismo bastante bien, aunque el actor Max Brown no destaque mucho. Su oposición a la guerra y su intento de controlar a Eduardo (hijo del rey pero familiar suyo también) mantienen la intriga política correctamente, aunque ésta no alcance el nivel de las temporadas previas. Charles Brandon da lo mejor de sí, y Henry Cavill está a la altura (atención a cómo da edad al personaje con los gestos): se muestra muy bien el cambio que sufre, pasando de estar psicológicamente agotado a descubrir de nuevo el amor y la felicidad con la joven francesa. El obispo Gardiner ha llegado a primer plano casi sin darnos cuenta, permitiendo que Simon Ward deslumbre con una interpretación inquietante (su mirada de sapo rabioso ayuda mucho). Es una pena que no tuviera la esperable réplica de Cranmer, su opuesto en ideología. Así, la intriga religiosa también pierde algo de fuelle, aunque en la parte final remonta bastante cuando decide ir a por la reina. La gran incorporación del año es Henry Howard, conde de Surrey (y heredero de Norfolk), un aristócrata obsesionado con la pureza de la familia y la sangre noble y eternamente enemistado con los hombres nuevos, lo que le lleva a meterse en mil disputas, andando siempre en la cuerda floja hasta que todos se hartan de él y es ejecutado tras una pantomima de juicio. El carisma arrollador del actor David O’Hara realza muchísimo un personaje de por sí muy interesante, siendo desde mi punto de vista quien más huella deja en esta sesión.

Catalina Howard sigue siendo un torbellino de emociones, y Tamzin Merchant se adapta perfectamente al personaje. Vivaz, inmadura, caprichosa… Hace lo que le viene en gana sin pensar en las consecuencias, y así acaba. Thomas Culpepper, el criado del rey conocido por ser quien mantuviera el romance con ella, está en manos de un correcto Torrance Coombs. El chico es algo desagradable (altivo y pagado de sí mismo, con violación de una campesina incluida), pero no se le coge asco porque su descripción de niñato encaprichado es muy creíble y se mantiene bien la intriga de cuándo se descubrirá la traición. Catalina Parr es opuesta a su precursora. En ella encontramos una mujer curtida e inteligente que rechaza ser reina por miedo a cómo podría acabar, pero una vez que está ahí decide esforzarse por hacer algo para su causa. La pena es que la gran actriz Joely Richardson no tiene mucho tiempo para ser recordada a pesar de su excelente papel. Hablando de actrices destaca de nuevo la brillantez de la joven Sarah Bolger, soberbia en cada una de sus escenas; la pega es que con su rostro juvenil parece que María es siempre una adolescente, cuando acaba la serie con unos treinta años.

La primera sección del año se centra en la apasionada relación entre Enrique y la jovencísima Catalina Howard. El rey, feliz, la colma de regalos, y ella vive en un mundo de ensueño. Pero todo lo bueno llega a su fin. Mientras él realiza una gira por el norte para mantener la paz entre los recién rebelados y además se empieza a cansar de su presencia (tanto que se va a jugar a las cartas con Ana de Cleves), ella, impaciente, hiperactiva e insaciable en el sexo, empieza a aburrirse y se enamora de Culpepper. La fiel Lady Rochford es la única del séquito que pone un poco de freno a las andanzas de la reina y demás damas, pero al final cede y apoya el romance en secreto. Cuando aparece Dereham, uno que estuvo de parranda con Catalina antes de la boda real, la situación empieza a resquebrajarse en escenas de gran tensión.

Este es un tramo de pasiones, sexo y engaños centrado en unos pocos personajes, olvidando prácticamente por completo las habituales intrigas políticas donde diversas facciones mueven hilos varios para mantenerse en el poder. De esta forma el relato pierde algo de densidad, oscuridad y misterio, dando la sensación de que nos están contando poca cosa en comparación con las grandes conspiraciones anteriores. No quiere decir eso que el trío amoroso no esté muy bien narrado y sea realmente interesante, pero sí puede dar la impresión de que, en comparación con las otras temporadas, es una trama ligera y además algo estirada. Los capítulos previos a la ejecución son de hecho algo lentos. Pero cuando se descubre el lío la serie vuelve a deslumbrar. Interrogatorios, investigaciones y ejecuciones no son nuevas, pero confluyen en un episodio inolvidable: el capítulo El fondo del pozo (405) es el mejor del año. Las ejecuciones de los implicados y finalmente de Catalina resultan tan memorables como las de Ana Bolena, Tomás Moro y Thomas Cromwell.

No tarda nada el rey en encontrar una nueva reina. Catalina Parr será su sexta y última esposa. Sin embargo, comparada con las anteriores no se trabaja tanto el proceso de acercamiento y enamoramiento. No queda claro si Enrique se casa por amor o por cumplir, y por ello el inicio de la relación no es muy llamativo. Los conocidos roces entre ambos en materia religiosa funcionan mejor. En el tramo final se llega a temer por su vida, pues mientras Enrique se torna más moderado ella ataca al papado. Pronto encuentran un equilibrio y se llevan bien. Ella es incluso capaz de mantener a María cerca evitando la enemistad por sus diferencias religiosas. Hablando de María, con el paso de los años y la presión de Jane Seymour y ahora Catalina Parr, ha terminado acercándose de nuevo a Enrique, siendo su presencia en la corte habitual. Sin embargo la pobre pierde a Chapuys, el embajador imperial, quien fuera su mejor amigo todos estos años. Isabel también aparece, teniendo la presencia justa para señalar brevemente sus tendencias de cara al futuro (no casarse y continuar con la reforma religiosa). Por cierto, no sé por qué el embajador francés llega a salir en los créditos iniciales a pesar de su escasísima relevancia y Chapuys o Gardiner no lo hacen.

Tras el reciente matrimonio con Parr, Enrique, ávido de acción y deseoso de realizar alguna proeza antes de su muerte, se empeña en ir a alguna guerra. Lo consigue con los nuevos roces entre Francia y el Imperio, aliándose esta vez, para sorpresa de todos, con Carlos V, después de años de distanciamiento. Su objetivo, recuperar las tierras de Francia que pertenecieron a Inglaterra. El asedio a Bolonia es magnífico en todos los sentidos, sobre todo el visual. La recreación de la ciudad y del asedio con las murallas, los cañones, el campamento, los túneles… Todo ofrece un nivel de calidad insólito para una serie. Obviamente llega a verse alguna limitación (lo digital se nota, por ejemplo), pero hay que ponerse en situación: dinero, dificultad… El resultado es digno de alabanza: no sólo la HBO (Roma, Deadwood) se atrevía a realizar superproducciones de tal calibre. Además no se descuida nada el guion. Las tramas, tanto las personales (el romance de Brandon es muy interesante, la obsesión de Enrique también) como las políticas (el conflicto entre reinos) y la bélica (las vicisitudes del asedio se desarrollan con sumo detalle) son muy completas para los pocos capítulos que se les han dedicado. Da la sensación de que es una temporada dentro de otra, pero funciona de maravilla.

El entusiasmo del rey decae con la dificultad de la guerra, y se recluye en la corte. Pero como comentaba, este tramo final baja bastante el nivel, dejando una clara sensación de que no sabían muy bien cómo cerrar la serie. Destaca el intento del cardenal Gardiner de derribar a la reina y los roces de esta con Enrique, que no dan para mucho. Mientras, el complot por controlar a su heredero no despierta pasiones, y sólo merece recordar al conde de Surrey, con sus últimas rebeldías y el juicio.

La vejez de Enrique aburre, dando un último episodio bastante decepcionante. Del capítulo final de una serie se espera mucho, pero el de Los Tudor no ofrece nada llamativo, sólo es un recordatorio sentimentaloide de eventos pasados, con visitas de novias-fantasma a través de unas visiones horrorosas y sin sentido aparente. Además le sumamos otras escenas oníricas y queda un batiburrillo de existencialismo barato. Ni si quiera se dignan en mostrar la muerte del rey (¡y eso que el episodio se llama Muerte de un monarca!), dejando un no-final bastante frío e insípido. Por si fuera poco el aspecto de joven de Rhys Meyers termina por explotar del todo, a pesar de que su interpretación es tan esforzada y eficaz como de costumbre. El salto a rey viejo es torpe: en un capítulo se desmaya y para el siguiente parece que han pasado un montón de años, cuando no es así. La negativa del actor a ponerse un traje de obeso, sumada a su rostro infantil que no han sido capaces de ocultar con maquillaje y a su espantosa voz disimulada, alejan aún más la figura de la serie del rey real, aunque los productores se justificaron diciendo que un protagonista feo no gusta y que es ficción y entretenimiento antes que documental. Lo de la voz de hecho es mosqueante: a lo largo de toda la temporada finge en unas escenas pero se olvida de hacerlo en otras, como si no hubiera control de los productores y directores y el actor improvisara.

Como es de esperar la serie acaba sin extenderse en las historias del hijo y las hijas de Enrique VIII, pues se centraba en su figura y si se ponen a añadir no acabarían nunca. Pero sí resumen en texto sobre la pantalla los aspectos más relevantes de los reinados que vinieron tras la breve vida de Eduardo. Lady María sacó toda su ira reprimida y se dedicó a quemar gente a lo loco, y Lady Isabel, opuesta a la anterior en forma de ser y pensar, sobre todo en el aspecto religioso, se convirtió en la gran dama de país, forjando la llamada Edad Dorada. Este personaje se ha mostrado en cine varias veces, siendo ineludible citar las dos películas escritas por el propio Michael Hirst e interpretadas por Cate Blanchett.

Ver también:
Temporada 1 (2007)
Temporada 2 (2008)
Temporada 3 (2009)
-> Temporada 4 y final (2010)