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NARCOS – TEMPORADA 2

Netflix | 2016
Thriller, histórica | 10 ep. de 50 min.
Productores ejecutivos: Carlo Bernard, Chris Brancato, Doug Miro, José Padilha…
Intérpretes: Wagner Moura, Boyd Holbrook, Pedro Pascal, Tata Escobar, Maurice Compte, Raúl Méndez, Jorge Monterrosa, Paulia García, Diego Castaño, Julían Díaz, Joanna Christie, Alberto Amman, Bruno Bichir, Leynar Gomez, Mauricio Cujar, Cristina Umana, Damian Alcazar.
Valoración:

En esta segunda temporada se nota cierto desgaste, una sensación de que le falta algo de savia al guion, de garra en el desarrollo de tramas y personajes, cuando en su año inicial tenía más ritmo y fuerza y prometía ir creciendo. Sigue siendo una serie correcta y un buen entretenimiento si te engancha su peculiar estilo, pero falla en el aspecto que diferencia las obras buenas de las notables: cautivar, impactar, quedarse en la memoria.

En los primeros capítulos los autores se atascan con la dinámica elegida, eso de combinar la narración histórica (voz en off, resúmenes, recopilación de datos) con el drama y la acción. Las imágenes ofrecen bastante información pero no parece ocurrir nada relevante. No se logra el ritmo adictivo de su primera etapa, donde pasaba de todo y cada cosa estaba relacionada de una forma u otra con las demás y el conjunto avanzaba con determinación. En otras palabras, parecen ir con el piloto automático puesto. No logran dotar de la pegada necesaria a la historia hasta que lo tienen muy fácil, o sea, cuando llegan acontecimientos muy llamativos. Conforme todos los bandos empiezan a tomarse en serio la necesidad de deshacerse de Escobar el interés sube bastante, ya que las distintas secciones quedan más definidas y hacen avanzar el conjunto en una dirección concreta. Además, cobran más presencia las escenas «en directo», o sea, los personajes actuando, que las situaciones narradas. Estas se van supeditando cada vez más hacia el apoyo: recordar cosas necesarias, resumir otras que no necesitaban estirarse.

Murphy y Peña están asqueados de sus esfuerzos inútiles, y en la cadena de mando colombiana también se nota el callejón sin salida: el presidente César Gaviria y los mandos principales no ven soluciones efectivas por más que le dan vueltas al complicado tema. Pero no por ello desisten en su persecución del cártel de Escobar. La ayuda de EE.UU., el recurso tan polémico de Carrillo, y la recuperación del coronel Martínez, un líder con paciencia y experiencia, van cerrando el cerco, sin llegar a capturar a Escobar pero forzando que tenga que huir y estar en alerta constantemente. Con el acoso, Pablo pierde la visión global que otrora lo llevó a controlar mejor la situación, pues combinaba cuidadosamente sobornos, atentados y estrategias de narcotráfico eficaces. Ahora se aferra al trono, crece su ego y empieza a tener una perspectiva más cerrada: soy el puto amo y voy a usar la fuerza bruta contra quien se me oponga. En esta espiral de violencia descontrolada termina con pocos amigos. Hasta los otros cárteles importantes, que intentaban mantenerse aparte cediendo lo justo para que no hubiera guerra, se ponen las pilas para tratar de acabar con él.

Y aun así no logran su objetivo. Pero al contrario que los ligeramente desganados primeros capítulos, este punto muerto está bien aprovechado, explotando el factor intriga y sacando gran partido de la situación que se va gestando. Todas las cartas están sobre la mesa y Pablo sigue sin ser capturado. ¿Qué más opciones hay? Las distintas facciones empiezan a tantear ideas y estrategias extremas que antes ni se planteaban, pues estaban lejos de su visión del mundo o porque suponen remover avisperos con consecuencias impredecibles. La entrada en el tablero de la guerrilla revolucionaria, el coqueteo de algunos agentes con las acciones fuera de la ley y nuevos pactos antes inverosímiles entre los cárteles terminan de acorralar a Escobar, llevándolo hacia el abismo a marchas forzadas. Una de las consecuencias más inesperadas de la cada vez más caótica situación es la presencia del nuevo fiscal, empeñado en que la persecución de Pablo y su familia debe atenerse a la ley. Pero los mejores momentos los ocupan el agente Peña con su juego a dos bandas y la sección del cártel de Cali, que para la serie supone arreglar un error que mencionaba en el primer año, la falta de relevancia que se les daba a los otros narcotraficantes.

Para el tramo final los autores prescinden del estilo documental y abrazan el drama personal por completo, llegando incluso a tener capítulos muy introspectivos. En uno seguimos las penurias de la familia de Escobar por encontrar un sitio donde vivir, en el otro tenemos al propio Escobar en sus últimos días de vida, refugiándose con su padre. Ambos son muy clásicos en la fórmula de explotar al máximo los últimos instantes de la odisea de los protagonistas, de hecho, lo del individuo aislado enfrentado a su pasado y a su yo interno no podía ser más predecible… Pero aunque sea ir sobre seguro la cosa funciona, juegan bien con el tono melancólico y la tensión latente. Además, en el cierre del año, dedicado obviamente a mostrar los últimos pasos en la caza del capo de la droga más grande de todos los tiempos, vuelve a subir la intensidad, llevando la contención previa a un clímax de intriga y acción muy efectivo donde cabe destacar el gran nivel de la puesta en escena, pues no sabes si estás viendo una película tipo Jason Bourne o una serie.

Ahora queda por ver si este ligero bajón es solventado en la forzada extensión que se han montado, pues habrá nuevas temporadas centradas en el cártel de Cali; se nota que lo tenían en mente, viendo el aumento de su presencia, pero yo tengo muchas dudas de que despierte la misma pasión sin su magnético protagonista principal.

Ver también:
Temporada 1.

NARCOS – TEMPORADA 1

Netflix | 2015
Drama, histórico | 10 cap. de 45-55 min.
Productores ejecutivos: Carlo Bernard, Chris Brancato, Doug Miro, José Padilha…
Intérpretes: Wagner Moura, Boyd Holbrook, Pedro Pascal, Joanna Cristie, Maurice Compte, Paulina Gaitan, Juan Pablo Raba, Raúl Méndez, Danielle Kennedy.
Valoración:

Narcos ha sido creada por Carlo Bernard, Doug Miro y Chris Brancato, siendo este último el más conocido por numerosas series estadounidenses de corte policíaco. Los directores seleccionados son todos de origen latinoamericano, destacando la presencia de José Padilha (también productor), que se dio a conocer con el taquillazo brasileño Tropa de élite y dio el salto a Hollywood con el remake de Robocop.

No es una serie al uso, sino más bien un documental de historia serializado, un estilo que de primeras parece complicado, porque la lluvia de datos propia del documental puede agobiar al espectador y también afectar al ritmo de la narración, quitando tiempo al desarrollo de personajes y tramas de forma que puedan ver reducidos su calidad e interés. Por ello es bastante sorprendente que Netflix utilizara este género tan difícil y arriesgado para lanzar una producción enormemente ambiciosa que responde a su estrategia de ser un canal mundial, no un canal inglés o estadounidense: el rodaje en países extranjeros es completo, es decir, prácticamente todos los implicados son colombianos o de alrededores. Productores, directores, técnicos de todo tipo, reparto… Solo tiene un pero, del que hablaré luego. Aparte está el presupuesto. Se nota que han echado montones y montones de dinero. El acabado es totalmente cinematográfico: una puesta en escena magnífica y una cantidad de escenarios abrumadora, con muchísimos exteriores de gran nivel. Pero el inmediato y enorme éxito que ha tenido su estreno es el mejor ejemplo de lo bien que ha funcionado el proyecto. A pesar de ese tono documental y su estilo peculiar, que no sabes si es caótico o trepidante, Narcos ha calado muy bien entre el público y la crítica. Sus autores han logrado superar las barreras que se les presentaban y conseguido una serie muy original y entretenida.

El ritmo es vertiginoso y la cantidad de datos grande, pero no hasta el punto de atosigar y confundirnos, aunque obviamente sí hay que hacer cierto esfuerzo para pillarlo todo. Tenemos los elementos narrativos propios del documental: voz en off, montajes con imágenes e información, flashbacks constantes para enlazar con cosas pasadas. Y por otro lado encontramos también la narrativa de una serie: la descripción y desarrollo de personajes tiene dedicación de sobra, la trama avanza con fluidez a pesar de ir a toda leche y con saltos, e incluso muchas escenas poseen gran fuerza. La combinación es impresionante, sólo le falta una pizca de equilibrio y otra de genialidad para conseguir una serie perfecta. Porque a veces sí va demasiado rápido, otras se echa de menos algo más de exposición de personajes, es decir, algunos hechos podrían haber sido desarrollados en vez de narrados, y en ocasiones también incluyen recordatorios demasiado evidentes, dando la sensación de que en una escena hablan para un público de cable y en la otra para espectadores muy cortitos.

Pero son fallos leves que no empañan un conjunto cohesionado y fluido hasta casi resultar brillante, ofreciendo una temporada enormemente adictiva a pesar de su apariencia farragosa. Para empezar, creo que nunca he visto una voz en off tan acertada (aunque la de Mr. Robot era excelente también). La serie es el relato Steve Murphy (Boyd Holbrook), un agente de la DEA (el departamento antidroga estadounidense) que se implica a fondo en el intento de capturar al capo de la droga que pone en jaque a todos, Pablo Escobar. Él nos va contando los hechos, aclarando cosas, recordando detalles…

Este personaje nos lleva rápidamente a señalar un punto gris extraño, la pregunta de si es lógico y respetable hacer una representación sobre Escobar y Colombia con un protagonista estadounidense. Y sí, después de tanto esfuerzo por ser fiel a la época y usar actores locales, canta un poco que este rubito con esposa rubita tenga más presencia que los cuatro colombianos más protagonistas: es al que más nos acercamos a sus sentimientos y el único del que conocemos su vida personal. Así pues, al final si hacen una concesión al público anglosajón, como si pensaran que era necesario para vender el producto en todo el globo. Por suerte es una elección que una vez sumergidos en la narración no llega a molestar, pues se nota que no fuerzan su relevancia en los hechos y mueven la trama por la combinación de todos los implicados. Es más, tampoco se libra de la crítica constante que hace la serie: lo muestran como un yanqui de pura cepa, de esos que van por el mundo creyendo que todos deben doblegarse a la forma de hacer las cosas de los EE.UU. (ni siquiera se esfuerza en aprender español), así que la compleja realidad de Sudamérica y las inclinaciones políticas de EE.UU. se lo pondrán difícil.

Y por suerte tampoco se descuidan los demás protagonists. Horacio Carrillo es el jefe de policía incorrupto, es decir, el que trata de que todo funcione como es debido, según la ética y las leyes, pero en el mundo inmoral en que vive, su colosal esfuerzo no parece servir para mucho; el actor Maurice Compte capta muy bien la tensión a la que está sometido. En la política, César Gaviria (Raúl Méndez logra otro papel excelente) trata de mantener el tipo tras varios gobiernos corruptos, pero los acontecimientos paracen superarlo también. Mientras, Javier Peña (el carismático Pedro Pascal) es la otra cara de la moneda, el agente asqueado que no duda en usar métodos sucios. La evolución de todos ellos es notable en tan solo diez capítulos, y a pesar de los saltos temporales se ve natural, verosímil. Las numerosas figuras secundarias que aparecen aquí y allá según el tramo de la historia en que estemos suelen estar bien aprovechadas, sin parecer meros objetos de la trama; por ejemplo, el abogado de Escobar, las reporteras que siguen a este último y los altos manos de la CIA siempre aportan algo.

El acercamiento a la vida y psicología de Pablo Escobar, el capo de la droga más poderoso y rico de la historia, es completo y fascinante, porque su odisea dio pie a un sinfín de hechos extraordinarios. Eso sí, me da la impresión de que, al menos con lo expuesto aquí, su trayectoria obedece menos a su tesón e inteligencia que a las circunstancias que permitieron su ascenso. Es decir, tuvo algunas grandes ideas, pero parece que las que funcionaron lo hicieron más porque el camino estaba bastante allanado. Así, se estrelló como político porque no atinaba una y usaba más la intimidación que la inteligencia e influencia, pero acertó al montar laboratorios en la selva y a exportar la droga a EE.UU. porque era una época sin leyes ni intereses que pudieran dificultarle mucho las cosas, y encima prácticamente se tropezó con una población adicta y unos canales de distribución poco vigilados. Cuando empezaron a plantarle cara, sencillamente su domino era tal que entre la fuerza humana a su disposición y el alcance de sus tentáculos (policía y políticos comprados), los pocos que trabajaban contra él no tenían recursos para lograr mucho.

Esa situación social y política que permitió su auge se expone al detalle. Conocemos a los dirigentes de cada momento en Colombia, la situación del pueblo, los intentos por levantar el país, las injerencias de Escobar y la CIA en los acontecimientos… Como resultado, la inmersión en el ambiente de la época es plena. Vives un ambiente real, por exageradas que resultaran algunas situaciones (como la cárcel-hotel que se monta), con toda la miseria, violencia, corrupción y los héroes estampándose contra la realidad (el viaje del político César Gaviria es fascinante). Las obsesiones, ineficacia y cagadas monumentales de los gobiernos se señalan con contundencia, diciendo sin rodeos que si Escobar llegó a donde llegó fue por su incompetencia. Cabe destacar la surrealista la forma de actuar de EE.UU., siempre más obsesionados con aplastar ideologías contrarias a su sueño capitalista que en tratar de arreglar los problemas reales. Así, se empeñaban en perseguir grupúsculos de izquierdas (aunque es cierto que los flipados del grupo guerrillero «19 de abril» terminaron liándola) en vez de poner coto al reguero de muertos que dejaba el mundo de la droga tanto en Colombia como en EE.UU.

Pero no siempre está tan acertados. El empeño en la descripción política no se ve en otra parte esencial: se quedan cortos al describir las alianzas y guerras con otras bandas. Los capitanes de Escobar y los otros capos no están muy bien definidos, y entre los saltos temporales algunos van y vienen sin quedar muy claro quiénes son; ni siquiera su segundo o mano derecha (Gustavo Gaviria) termina de resultar realmente interesante. Y la tensión con otras mafias queda muy en segundo plano, cuando es de suponer que en su ascenso tuvo que luchar bastante. Hasta la parte final en la cárcel no se ahonda más en este sentido. Aparte, Escobar tiene otra pequeña pega: a pesar de que Wagner Moura (una gran estrella en Brasil por los éxitos de Tropa de élite 1 y 2) hace un trabajo monumental mimetizándose en Pablo, no se entiende la elección de un actor de habla portugués, pues por mucho que aprendiera castellano para la serie no puede evitar tener un acento que no pega como colombiano; aquí forzaron (Padilha a la cabeza, supongo) más de la cuenta la búsqueda de una figura reconocible.

PD: Con el tema de los idiomas la serie supone otro gran ejemplo de lo innecesario que es el doblaje: la mitad del diálogo es en castellano, la otra mitad en inglés. ¿Qué sentido tendría cargarse esa realidad lingüista? Y no sé cómo la habrán doblado, pero lo habitual es cargarse los acentos y localismos.